jueves, 10 de abril de 2025

Falsa moneda

 Texto publicado en la revista Stella en 2024.

FALSA MONEDA

 

No hay acontecimiento privado en el cual no encontremos, buscándolo bien, una fibra, un cabo que tenga enlace más o menos remoto con las cosas que llamamos públicas. No hay suceso histórico que interese profundamente si no aparece en él un hilo que vaya a parar a la vida afectiva.

(Pérez Galdós)

 

            Me basta con cerrar los ojos para verlo. Es un día de septiembre de 1908 y en Navas de San Juan hay hombres y mujeres cuyos nombres, apellidos y rasgos (la forma de un mentón o una nariz, el color de unos ojos) podemos encontrar todavía hoy en las mismas calles. Pero era otro mundo, otra España, la España de Alfonso XIII y de Antonio Maura. En las casas, en las tabernas y en los comercios del pueblo, ese año se había hablado sin parar del poco caudal de la Fuente de Taza, que no se correspondía con lo llovido y que hacía suponer que las cañerías estaban obstruidas. Pero, como en el resto del país, también se había hablado mucho de monedas falsas, sobre todo de los “duros sevillanos”.  La peculiaridad de esta moneda era que tenía la misma, a veces más, cantidad de plata (por debajo de las tres pesetas) que la moneda de curso legal. Ya no servía el truco de tirarla contra el mostrador de mármol y saber por la altura del rebote si era falsa. Y por mucho que se mirara el busto del rey o el escudo, ni siquiera los expertos podían dictaminar con claridad. El problema era tan grave que Maura había rescatado a Sánchez Bustillo, una vieja figura de la política española, y lo había puesto al frente del ministerio de Hacienda. En julio, el ministro decidió pagar el precio de la plata de cada moneda falsa que se entregara, pero ¿quién iba a dar un duro, que aun siendo falso parecía tan verdadero, por menos de tres pesetas? Así que hubo cierto caos, y algunos comercios se negaron a aceptar duros. Finalmente, entre el 10 y el 24 de agosto se había permitido canjear los dudosos por verdaderos. Además, la plata se había controlado y se luchaba contra los falsificadores. Había detenciones en todas partes de España.

            Me basta con cerrar los ojos para verlo. El alcalde don Fructuoso está escuchando los airados comentarios de un grupo de gente. Todos son vendedores, la mayoría de hortalizas, pero está también Juan José Granados, el confitero, casado desde febrero con Estrellica, y Roque el panadero. Juan Martínez, el inspector de policía municipal, intenta poner orden porque todos hablan atropelladamente y a la vez, quejándose de que les han pagado o intentado pagar con moneda falsa. “Los forasteros de los que estáis hablando se van del pueblo”, dice parsimonioso Antonio Hebrard, el farmacéutico, “acabo de cruzarme con ellos”. Y, sin pensárselo dos veces y tras dar recado a la Guardia Civil, don Fructuoso sale a paso rápido por la calle del Santo seguido por Juan Martínez y algunos curiosos. Al llegar al lugar donde estaba la ermita de San Sebastián, les da alcance. Son dos mujeres y un hombre, intimidados por la imponente presencia del alcalde, subrayada por el poblado bigote. “Vengan ustedes conmigo, tenemos que aclarar un asunto”. Por el camino protestan, dicen que no han hecho nada, que ellos solo han pagado con monedas recibidas en otras tiendas. Al llegar al ayuntamiento, don Fructuoso ordena a Pedro Patón, el alguacil portero, que no deje pasar a nadie excepto a los guardias civiles. Cuando estos llegan, los interrogan junto al alcalde y Juan en una pequeña dependencia. Sus nombres son Esteban Segura, que ya conoce la cárcel, Leocadia Blázquez, su esposa, y María Sánchez, vecinos los tres de Beas de Segura. Tras el registro se les descubre 155 monedas de dos pesetas, algunos duros y dos billetes de 50. Todo falso.

“Entre lo de Pernales y esto, va camino de ser usted un héroe”, le diría al día siguiente Juan Garrido, el médico, comentando la noticia aparecida en La Prensa y aludiendo a su colaboración en la captura del bandolero el año anterior. Minutos después, al ir a pagar la consumición, el tabernero apuntaría: “Lo siento, no aceptamos duros”.

 

 JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA

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