lunes, 7 de diciembre de 2020

De principios y sueños

   Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 7 de diciembre de 2020.


DE PRINCIPIOS Y SUEÑOS 

Lo que el escritor se juega en el comienzo de una obra no es tanto atrapar al lector con la promesa de una buena intriga como dar con una voz que deseemos que nos siga contando. Una vez seducidos por ella, nuestra disposición será la del sultán de Las mil y una noches hacia Sherezade: queremos seguir oyendo la historia contada de ese modo. Es lo que podríamos llamar el principio que todo principio debería seguir, el principio de los principios. Porque lo que hace el relato sabroso es el cómo y no tanto el qué.

                En el comienzo del Quijote (“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”), la ambigüedad que introduce ese recuerdo fallido (el sentido de ese “quiero” es el de “no voy o no llego a acordarme”), supone ya una falibilidad del narrador que hipnotiza. Hay principios muy famosos, como el de Ana Karenina de Tolstoi (“Todas las familias felices se asemejan; cada familia infeliz es infeliz a su modo”) o, en nuestros días, el de Corazón tan blanco, de Javier Marías:” No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados”.

                En una antología de comienzos aparecerían también dos pertenecientes a Kafka, el de El proceso (“Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”) y el de La metamorfosis (“Cuando, una mañana, Gregor Samsa se despertó de unos sueños agitados, se encontró en su cama convertido en un monstruoso bicho”). Llama la atención que, en los dos casos, la historia comienza al despertar. El continuo fluir de los días se rompe en el comienzo de uno de ellos.

                Al hablar de la importancia del principio en el de este artículo, mi intención era precisamente esa, agarrar al lector de la solapa para no soltarlo hasta el final. Pero la cosa se me ha ido de las manos, porque de lo que yo quería hablar era de sueños y todavía no he empezado a hacerlo. Yo quería relacionar ese magistral inicio de La metamorfosis (o La transformación, que es la traducción del título en las Obras Completas de Kafka) con los sueños que estamos teniendo en este periodo de pandemia. En los años treinta la periodista alemana Charlotte Beradt recopiló más de 300 sueños bajo el poder de Hitler. Un ama de casa soñó que había en su cocina un agente de la Gestapo interrogando al horno, que hablaba por la tapa contando los chistes y las ofensas de la familia contra el gobierno. Internet ha permitido a una psicóloga de la Universidad de Harvard recoger más de 10.000 desde finales de marzo. Observen este: la gente había evolucionado y estaba dentro de burbujas invisibles de 3,6 metros de radio que actuaban como campos de fuerza, y no se podía tocar a otra persona hasta la extinción del ser humano. O este otro:”Estoy haciéndome un test de covid-19. Pero es un examen de opciones múltiples y no consigo acertar ninguna respuesta. Me dicen que he suspendido y que tengo la enfermedad”. Deirdre Barrett, que así se llama la psicóloga de Harvard, comenta que, aunque las imágenes suelen ser las mismas en todas las crisis (se sueñan huracanes, terremotos, incendios…), en esta aparecen algunas distintivas, como ataques de bichos o la presencia de monstruos invisibles. Se piensa que además de procesar la información de la vigilia, estos sueños buscan también influir en ella, darnos energía, ayudarnos a cambiar las cosas. 

Era partiendo de la relación entre esas nuevas imágenes oníricas mencionadas con el  “monstruoso bicho” de Kafka como pensaba arrancar este artículo (por cierto, uno se pregunta qué “sueños agitados” eran esos que habían poblado la noche de Gregorio Samsa), pero he tenido que llegar al final para mostrarla. En fin, también se puede hablar de finales memorables, pero esos solo adquieren su sentido cuando se ha leído lo anterior.

 

                Juan Fernando Valenzuela Magaña