Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 25 de marzo de 2024.
SOBRE LA DEVOLUCIÓN DE UN LIBRO
Supongo que todas las bibliotecas
públicas, como muchas dentaduras a cierta edad, adolecen de huecos definitivos.
Libros que estuvieron en ellas (que tal vez persisten en sus catálogos), pero
de los que nada más se supo. Tal vez fueron sustraídos, tal vez prestados pero
nunca devueltos (y el vetusto registro acaso desapareció), tal vez se perdieron
al cambiar de un viejo edificio a uno más moderno… Yo recuerdo haber tenido un
par de ellos pertenecientes a dos bibliotecas y cuya posesión me justificaba
diciéndome, en un caso, que estaba arrumbado con otros libros cuyo destino
parecía ser la basura y, en el otro que, a juzgar por el hecho de que las hojas
todavía estaban pegadas (se trataba de un libro intonso), nadie lo había leído,
algo que no tenía visos de cambiar. No obstante, el remordimiento (y el trato
con Kant) me hizo devolver ambos por correo muchos años después con una nota
aclaratoria.
Me he acordado de esa tardía devolución
mía al leer la noticia de otra, la que alguien ha hecho de la Iliada de Homero a la biblioteca del
Instituto San Isidro, en Madrid. El centro lo prestó en 1967 para quince días.
Transcurridos 57 años, ha sido devuelto, también por correo y también con una
nota, escrita a ordenador: “Este libro, titulado LA ILIADA, escrito por Homero,
traducido del griego por D. José Gómez Hermosilla, propiedad de la Biblioteca
del Instituto San Isidro de Madrid, que fue sacado de sus anaqueles en concepto
de préstamo, allá por el año MCMLXVII por un alumno de cuyo nombre no quiero
acordarme, retorna a su casa después de los años de destierro, el mes de enero
del año MMXXIV, por lo que se pide humildemente perdón con el propósito de
enmienda”.
Ignoramos
los motivos del anónimo alumno para no devolver el libro hasta ahora (si es que
ha sido él mismo quien lo ha devuelto), pero sí conocemos los que tuvieron
aquellos que, tras la caída del muro de Berlín, restituyeron a las bibliotecas
del otro lado de la ciudad sus préstamos 28 años después.
Volvamos a la Iliada, ese libro considerado fundacional en la literatura
occidental. Su primera palabra es ira.
Así empieza el libro que narra la guerra de Troya, con la cólera de Aquiles. La
ira tiene una historia muy larga, que por supuesto no voy a recorrer en este artículo,
pero sí querría apuntar dos o tres ideas sobre ella. En su versión homérica, la
del libro por fin devuelto, se trata más bien de una energía exterior que anida
en el ser humano, que no es visto como un yo sino más bien como un campo de
fuerzas. Del mismo modo que el cantor es una especie de intérprete de poderes
superiores (las musas), Aquiles se ve invadido por la ira y ha de protegerla
como venida de arriba. Con Platón la cosa cambia y se acerca a nuestra visión.
La palabra que este filósofo utiliza en relación con esto es thymós, y se trata de una parte del alma
que está ligada a la capacidad de auto-reprobación. Si somos capaces de
reprendernos a nosotros mismos, hemos ya iniciado el camino de la autonomía (solo
podremos guiarnos si podemos autocensurarnos). Su discípulo Aristóteles también
considera la cólera beneficiosa siempre que suponga una defensa contra las
injusticias, aunque admite su impulsividad y la necesidad de controlarla: “La
ira es necesaria; de nada se triunfa sin ella, si no llena al alma, si no
calienta al corazón; debe, pues, servirnos, no como jefe, sino como soldado”.
Esas palabras son criticadas por Séneca, que supone otro paso más en la
concepción de la ira. Ahora esta es vista como algo completamente negativo (“el
más abominable y violento de todos” los sentimientos), causante de horrendos
estragos. No hay que dejarse atrapar por ella porque será imposible detenerla.
¿Y qué hay de nuestros días? Hoy la ira
destaca en dos versiones: una amable y otra antipática. La primera es nombrada
indignación y consiste en el rechazo corajudo a las injusticias al modo
aristotélico, que Séneca desaprobaba. La otra está emparentada con el odio y el
rencor y parece campar a sus anchas por las redes sociales.
JUAN
FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA