lunes, 21 de agosto de 2023

Peces

Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 14 de agosto de 2023. 

PECES 

         También los peces, como las moscas de las que hablábamos en julio, se asocian en mi mente al verano, y por eso he elegido este animal para el artículo de agosto. Si  dejo que las ideas se muevan con libertad, la de los peces se encuentra espontáneamente con la de breves cuentos de significado vago, apólogos de los que extraer una enseñanza más o menos explícita. El primero con el que me topo es el de Zhuang Zi, que paseábase un día con su maestro de lógica por el puente del río Hao. “¡Mira lo felices que son los peces que se agitan ágiles y libres!”, observó. “Si no eres un pez —objetó el maestro de lógica—, ¿de dónde sacas que los peces son felices?”. “Como tú no eres yo, ¿cómo puedes saber lo que yo sé de la felicidad de los peces?” “Te concedo que no soy tú y que no puedo saber lo que sabes. Pero como tú no eres pez, no puedes saber si los peces son felices”. “Retomemos las cosas desde un principio —dijo Zhuang Zi—. Cuando me has preguntado “¿De dónde sacas que los peces son felices?”, la forma misma de tu pregunta implicaba que  sabías que yo lo sé. Pero ahora, si quieres saber de dónde lo sé, pues bien, lo sé desde lo alto del puente”. Este diálogo del siglo IV a.C. suena extraño y lejano en el XXI, pero, si nos fijamos bien, parece anticipar todas las discusiones filosóficas occidentales sobre el acceso a la mente del otro e incluso a la misma realidad. Lo fecundo de estas fábulas consiste en lo que sugieren, en ser punto de partida de la reflexión y no relato cerrado. Otro ejemplo lo constituye el siguiente cuento, con la misma textura pero con otro significado. Dos peces jóvenes se cruzaron mientras nadaban con un pez mayor que saludó y les preguntó: “¿Cómo está el agua?” Ellos siguieron nadando y, al cabo de un rato, uno dijo al otro: “¿Qué es el agua?” Ignoro su origen, o si fue inventado por el autor de la conferencia donde lo leí, pero hay un sentido que nos sale al paso: hay cosas tan cercanas que no se ven, tan obvias que no reparamos en ellas. Y hace falta la experiencia o el conocimiento (representados aquí por el pez mayor) para darse cuenta de ellas. A partir de ahí cada lector puede seguir nadando solo.

         Hay un pez en una historia que cuenta Heródoto que siempre me ha fascinado. Se trata del relato acerca de Polícrates, el tirano de Samos, marcado por una suerte inusitada. Amasis, rey de Egipto y amigo, supo ver la espalda de tanto triunfo y le escribió que preferiría que se tuviera éxito unas veces y se fracasara en otras. “Porque aún no he oído hablar de nadie que, pese a triunfar en todo, a la postre no haya acabado desgraciadamente sus días, víctima de una radical desdicha”. Amasis le aconsejó a Polícrates, para contrarrestar sus triunfos, que pensara en algo sumamente estimado por él y se deshiciera de ello. Polícrates siguió su consejo y arrojó al mar un valioso sello, al que tenía gran cariño. Poco después un pescador acudió con un enorme y suculento pez más digno del tirano que del mercado. Cuando se lo estaban preparando, descubrieron dentro de él la alhaja, que volvió así a las manos de Polícrates. Dejo al lector con la intriga por el final de esta historia, que pueden saciar recurriendo a un artículo anterior titulado “Tengo un amigo (I)”.

         También en Las mil y una noches aparecen cuentos piscícolas, pero terminaremos con la tradición cristiana. Recordemos la multiplicación de los panes y los peces o la presencia de la pesca en el Nuevo Testamento, pero sobre todo aquel pasaje de San Agustín en el que se dice que con la palabra pez se significa místicamente a Cristo, “porque sólo Él ha podido mantenerse vivo, es decir, sin pecado, en el abismo de nuestra mortalidad, tan semejante a la profundidad de las aguas”. Y, si nos retrotraemos al Antiguo Testamento, releamos la escena en la que Tobías, gracias al Arcángel Rafael, cura la ceguera de su padre untando con la hiel del pez sus ojos. Podemos verla en el Museo del Prado pintada magistralmente por Bernardo Strozzi.


         Juan Fernando Valenzuela Magaña

                                                                                            


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