Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 6 de diciembre de 2021.
CITAS
Me
pregunto si no es contradictoria la definición de repetición, pues la acción de
volver a hacer lo ya hecho o volver a decir lo ya dicho es sencillamente
imposible. Hacer o decir algo una segunda vez (o tercera, o cuarta) es ya hacer
o decir algo distinto a lo que se hizo o dijo la primera vez (o la segunda, o
la tercera), pues el turno de acción o de dicción es parte de la misma. La
primera vez que alguien dijo “Nada nuevo bajo el sol” iluminó una parte
desconocida del mundo, abrió una puerta, desveló un secreto. Cuando se repitió
esa sentencia lo que se decía tenía ya otro aspecto: el de un recordatorio, o
el del apoyo en una autoridad, o el del placer de recordar las palabras de otro
tiempo. No era, por tanto, una pura repetición, sino una modificación de lo
dicho. Y así todo. Y así siempre.
Decía
Leibniz que si dos cosas son idénticas, son la misma cosa. Precisamente por
ello es imposible la repetición, porque se pretende que dos cosas idénticas no
sean la misma cosa, venga una delante y otra detrás, sea hecha una primero y
otra después, se pronuncie una en un momento y otra en un momento posterior.
Pero entonces es verdad que no son la misma cosa, como también es verdad que no
son idénticas. Ortega gustaba de repetir aquello de “Duo si idem dicunt non est
idem”, “Si dos dicen lo mismo, no es lo mismo”. Como se aprecia, en este
apotegma la repetición la hace una persona distinta, pero desde el comienzo de
este artículo estoy pensando tanto en esa clase de repetición como en aquella
que es cometida por una misma persona. Tanto da. Hablando de este asunto y de
Ortega, me vienen defectuosamente a la memoria unas palabras suyas en las que
decía, más o menos, que quien primero enuncia una idea es un genio, el segundo
un imitador y el tercero alguien que echa mano de lugares comunes. He dedicado
sin éxito unos buenos minutos a buscar la línea exacta. Y aquí nos topamos con una
figura de la escritura que consiste en la precisa repetición de lo ya escrito:
la cita. En ella puede verse ejemplarmente la imposibilidad de repetir algo.
La voluntad de iteración que
porta la cita se manifiesta tipográficamente en el uso de cursivas o comillas.
Sin embargo, como esa misma tipografía indica, la primera diferencia es ya el
contexto. Hemos extraído unas palabras de un sitio y las hemos colocado en
otro, lo que cambia su aspecto. Por otro lado, esa cita no solo expresa la idea
de que se trate, sino que lleva adherido un sentido completamente ausente de su
primigenia aparición. Así, el escritor puede haber estampado la cita para
exhibir su conocimiento, como el fortachón muestra sus bíceps. O para demostrar
solvencia en el asunto del que trata y ganarse la confianza del lector. O para
apoyarse en una autoridad y dar más peso a su argumento. O para mostrar lo
cercano que se siente de cierta tradición de la que se reivindica heredero
(dime a quién citas y te diré qué escritor eres). O, por el contrario, para
usarla como arma arrojadiza contra un enemigo (cito lo que dijiste entonces,
avergüénzate ahora que dices lo opuesto). O para ocultar la inexistencia de
ideas propias (si hay que escribir sobre la felicidad, puedo llenar páginas y
páginas con las ideas de otros para no tener que pronunciarme sobre ella). O
como recurso literario (jugando con ellas como Vila-Matas, en cuya novela Esta bruma insensata aparece “un
artista citador” que suministra citas a un famoso y oculto autor que, además,
es su hermano). O seleccionándolas y colocándolas de modo que iluminen la época
de donde surgieron (así Walter Benjamin, que aplicó su pasión de coleccionista
no solo a los libros, sino también a las citas).
Decía Montaigne, otro
coleccionista de citas, que “No hacemos sino glosarnos los unos a los otros” y
La Bruyère (vuelvo a citar) que “Todo ha sido dicho, y llegamos demasiado
tarde, después de siete mil años de hombres pensantes”. Eso es verdad, pero
incluso esas palabras, cada vez que se dicen, dependiendo de la época y la
persona que las enuncia, llevan siempre algo nuevo. “Non nova, sed nove”. No cosas
nuevas, sino de un modo nuevo.
Juan
Fernando Valenzuela Magaña