domingo, 14 de junio de 2015

miércoles, 13 de mayo de 2015

martes, 5 de mayo de 2015

"Una visión del género policiaco" en Cuadernos Hispanoamericanos

"Una visión del género policiaco", artículo en Cuadernos Hispanoamericanos. Puede leerse aquí (página 30, pero en la numeración de abajo a la derecha 33/156):
http://issuu.com/publicacionesaecid/docs/ch_778_abril_2015/1


lunes, 30 de marzo de 2015

MARCHÉ AUX PUCES

MARCHÉ AUX PUCES
            Comencé a sentirme raro, como si algo borrara parcialmente mi cuerpo. Caminaba por la estrechez de las callejuelas mirando a derecha e izquierda, con la sensación de habitar un sueño ajeno. Las tiendas se hundían tragándose las cosas más inverosímiles, oxidados relojes parados en una hora de los años cuarenta, mesas dieciochescas que el tiempo había noblemente encarecido. Vi canicas que hace un siglo sobaron ilusionadas unas manos infantiles que el tiempo fue cuajando, cuarteando y finalmente borrando. Tampoco pueden ya encontrarse las manos femeninas, de dedos largos y pintadas uñas, que debieron de llenar el par de guantes de tela ajada expuesto sobre un podrido taburete. Esos guantes acariciarían el rostro de un hombre joven y las yemas de esos dedos lo harían sentir el escalofrío del amor y del deseo, el calambre del tiempo. Vi un humilde sillón roto por todas partes, que parecía haber sido modelado por el cuerpo que noche tras noche, año tras año, se hundía en él después del trabajo, recibiendo los juegos de sus hijos a veces con gesto de fastidio, a veces feliz, cansado siempre. Vi cartas que deseaban un buen aniversario, un feliz 1905, una rápida curación, o que contaban las pequeñas cosas de la vida, los estudios del hijo, las vacaciones en el mar, el lugar de una cita secreta. Cosas que durante un instante colmaron las vidas de la gente, cosas que luego el polvo de la amnesia fue cubriendo hasta enterrarlas.
            Y, sin embargo, aisladas, deshechas, ridículas, pero rebeldes, las canicas, los guantes, el sillón y las cartas se sublevaban contra el tiempo y su olvido, y su indócil grito ahogado, su onírica insumisión, desenterraba instantes de entre los años. Como si me dijeran: No es lo mismo haber vivido que no existir nunca. Como si lo que una vez fue vivo viviera de algún modo para siempre. Como si la eternidad fuera haber vivido un día.                                                                                

Juan Fernando Valenzuela Magaña, París y Lucena, 2006
                                                              (Foto procedente de http://www.marjorierwilliams.com/)

lunes, 23 de marzo de 2015

Reseña de Los amigos, de Kazumi Yumoto, en Nocturna Ediciones

Los amigos, de Kazumi Yumoto.
Traducción de José Pazó Espinosa
Nocturna Ediciones
         Los griegos concibieron a los hombres como mortales frente a una naturaleza cíclica y unos dioses que se caracterizaban por su inmortalidad (que no es lo mismo que la eternidad: la eternidad es trascendencia, está más allá del tiempo, mientras que la inmortalidad es un tiempo que no se acaba). La vida del hombre, para ellos, era una recta en un universo que se repite cíclicamente para siempre. Una recta única, individual, entre el nacimiento y la muerte. La tarea humana consistiría, pues, en crear algo que sea más o menos imperecedero, en dejar huellas imborrables que acercan al hombre a la inmortal divinidad. La muerte como acicate para una vida más plena.
         Como las culturas, cada individuo tiene su propia revelación de la muerte y su reacción a ella. Es lo que les ocurre en esta novela a tres amigos de doce años. Fascinados por el hecho de la muerte, se ponen a pensar. También  Savater comenzó a pensar, nos cuenta en un libro suyo, a raíz de la revelación, a los diez años más o menos, de que algún día iba a morir. Los tres amigos comienzan a espiar a un viejo que piensan morirá pronto. A través de la voz de uno de esos amigos asistimos a la relación que llegan a establecer con el anciano, en la que van abriéndose al mundo mientras se enfrentan a sus miedos que, tal y como dice uno de los personajes, tienen su origen en lo que carece de forma, de nombre. Esa relación, entre alguien que está al final de su vida y los amigos que la comienzan, vertebrará la historia, escrita en una prosa límpida y dinámica, que nos ofrece en una cuidada y gustosa edición Nocturna Ediciones.
         “Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”, dice Spinoza en su Ética. Si reparamos en que la mortalidad griega predisponía, como hemos dicho, a la acción en la vida y, por otro lado, en el vitalismo que caracteriza a Savater, concluiremos que esas famosas palabras de Spinoza quizá indiquen que la libertad y la propia meditación de la vida suponen el pensamiento, espoleado por la revelación del hecho de la muerte, una revelación que, por esas complejidades que tiene la existencia humana, permite una vida más plena.
         La novela, por ello, se abre con la misma facilidad a un lector adolescente y a uno adulto. El primero reconocerá su mundo en las ideas y peripecias de los tres amigos, y el segundo comprenderá que la muerte remite al nacimiento, y que este, que consiste en la capacidad de iniciar algo completamente nuevo, es tan decisivo en el hombre como aquella.
         Porque a esta novela pueden aplicarse las palabras que el narrador dice de uno de los personajes: “Tiene el don de expresar de forma muy simple cosas muy importantes”.

Juan Fernando Valenzuela Magaña

Reseña aparecida en Diario Jaén el día 20 de marzo de 2015