martes, 8 de julio de 2014

Nadie duerma (Stella, 2008)

Relato publicado en la revista Stella del año 2008

NADIE DUERMA

            El prior se quedó perplejo al leer el nombre del remitente. Por un momento revoloteó en su interior una sensación enterrada en su memoria desde hacía medio siglo. Levantó la cabeza y la presencia de Pedro el cartero, que lo miraba con la curiosidad que despierta un matasellos urgente, le trajo de nuevo al presente. Le dio una perra gorda y, tras cerrar la puerta de su despacho, que dejó fuera el gañido de los lechones de la habitación de enfrente, abrió impaciente la carta.
            Santiago seguía teniendo la misma letra elegante y firme con que redactaba en la Universidad Gregoriana sus trabajos escolásticos. Tampoco había perdido su talento narrativo y su gusto por los enigmas. El que le proponía en pocas líneas tenía, eso sí, la tara de ser real:         
    
 Madrid, a 28 de diciembre de 1955

Querido amigo:
                        Ha pasado mucho tiempo desde nuestras correrías romanas, pero nunca he olvidado tu humanidad y tu inteligencia. A ambas apelo para ayudar a mi hermano el comisario de policía, que lleva un tiempo sin poder dormir debido a un complicado caso. Aunque la prensa guarda silencio para no alarmar a la población, recientemente ha habido tres muertes extrañas, si bien naturales, en tres puntos de España alejados entre sí. Paso a contarte brevemente los detalles que considero pueden ser relevantes.
            El primer cuerpo encontrado era el de un hombre introvertido, soltero y aficionado a las matemáticas. El segundo era el cadáver de un hombre con continuos problemas conyugales, de los que huía encerrándose en una habitación donde no paraba de hacer crucigramas. En cuanto al tercer cuerpo, lo había habitado un hombre viudo muy sociable y parlanchín, amante de las conversaciones y los debates, en los que no paraba hasta agotar todos los puntos de vista y a sus interlocutores.
Los tres fallecidos no se conocían entre ellos ni tenían un conocido común, pero dos rasgos los relacionan. Por un lado, los tres descuidaron su alimentación y su aseo y parecían ser presa de una gran preocupación que acabó consumiéndolos. Por otro, y es lo que lleva a mi hermano a pensar que tras todo esto hay una sola mano, cerca de los tres cadáveres hemos encontrado un papel con el mismo dibujo: un prisionero flanqueado por dos guardianes, uno custodiando una puerta con el letrero “libertad” y otro la opuesta con la palabra “muerte”.
Mi hermano cree que estamos ante un ajuste de cuentas. Según él, el dibujo era la señal de que morirían o una forma en clave de pedirles un dinero que no pagaron y que les costó la vida, como si dijera: eres prisionero de nuestra organización, elige la libertad (pagando) o la muerte. Pero a mí esa interpretación no termina de convencerme.
Recuerdo los enigmas que te proponía cuando éramos estudiantes, y tu lúcida rapidez para resolverlos. Ahora estamos ante un enigma real, tres personas han muerto y puede que no sean las únicas. Tendrás que hallar la respuesta, amigo.
El tuyo
Santiago Jiménez Arnedo

El prior esbozó una preocupada y nostálgica sonrisa, guardó la carta y salió. Era una tarde fría de enero y la actividad palpitante de la gente que volvía de la aceituna llenaba las calles. Pero don Francisco estaba en otro lugar y otro tiempo, en una tarde romana de principios de siglo, paseando por la Via della Conciliazione junto a su amigo Santiago. Sintió el misterio y el vértigo del tiempo, y recordó las conocidas palabras de San Agustín: cuando nadie me pregunta qué es el tiempo, sé lo que es, pero si me lo preguntan, entonces no lo sé.

Sin saber cómo, el prior había llegado a la iglesia. Un monaguillo con ojos vivos e inteligentes, se le acercó a darle un recado de Manolico el sacristán. El prior le dijo sin venir a cuento:
—¿Qué ser, con sólo una voz, tiene a veces dos pies, a veces tres, a veces cuatro y es más débil cuantos más pies tiene?
El niño, sin sorprenderse, esforzó reflexivemente la mirada y, con una mezcla de alegría y orgullo, respondió:
—El hombre, porque cuando es niño anda a gatas y cuando es anciano se ayuda con un bastón.
—Muy bien —revolvió el pelo del niño—. Ese era el enigma que la Esfinge proponía cerca de Tebas. Y quien no conseguía responder era estrangulado y devorado.

Es sabido que la mente sigue trabajando a nuestras espaldas cuando algo nos preocupa. Ello explica que, mientras impartía la comunión, le pareciera que el armonium de don Ramón Palomares había evocado por un momento el Nessun dorma de la ópera Turandot, de Puccini. Mientras Timotea esperaba la Sagrada Hostia con concentrada devoción, el prior detuvo a medio camino su mano y pensó en la enorme coincidencia entre el caso que la carta de su amigo le acababa de plantear y las palabras del libreto de Turandot: Gli enigmi sono tre, la morte è una!  Los enigmas son tres, la muerte una. Mejor a la inversa, se dijo: el enigma es uno y las muertes tres. Timotea tosió levemente y la mano de don Francisco terminó su recorrido.

Cuando acabó la misa, don Francisco se sentó en el sillón de madera de la sacristía, llamó al monaguillo a su lado y le dijo:
—Hay otra historia similar a la de la Esfinge, y se encuentra en una ópera de Puccini llamada Turandot. Turandot es una princesa china que propone a sus pretendientes tres enigmas. Si no los resuelven, son ejecutados. El trabajo nunca falta donde reina Turandot, dicen los ayudantes del verdugo. ¿A ti te gustan los enigmas?
—Sí, mucho.
—¿Y sabes cuál es la diferencia entre un enigma y un problema?
En algún sitio el niño había leído la respuesta, aunque no la había entendido:
—El problema tiene visos de ser soluble. El enigma, no.
—¡Toma ya! ¿Tú entiendes lo que quiere decir eso?
—Pues la verdad, no.
—Quiere decir que mientras un problema parece tener solución, un enigma nos aparece como algo que no la tiene.
— in embargo —observó acertadamente el niño—, el enigma que usted me ha planteado, el de la Esfinge, la tenía.
—Así es. Por eso yo no estoy de acuerdo con esa diferencia entre un problema y un enigma. Yo tengo otra.
—¿Cuál?
—Yo creo que la diferencia estriba en el compromiso. Un problema no nos compromete, en él no estamos comprometidos, no afecta al núcleo de nuestra vida. Es algo periférico. Sin embargo, en un enigma nos va la vida. Eso es lo que quiere decir el mito de la Esfinge. Si no acierta el enigma, el viajero tebano muere. Por eso la solución al enigma es él mismo, el hombre. Si el hombre se encuentra, vive. Si no, muere.
El prior hizo una pausa. De la calle Santa Rita llegaban las voces sin tiempo de una tarde de invierno cualquiera de mediados de siglo. El prior continuó:
—Por eso también en Turandot mueren los pretendientes que no son capaces de resolver los enigmas. Los problemas nos aparecen en tierra firme —y escenificó con sus dedos sobre la vieja mesa las dos patas de un muñeco—, los enigmas en el precipicio —y arrastró sus dedos al borde de la mesa—. Claro que hay enigmas que no tienen solución: sólo cabe iluminarlos, darles sentido. En eso consiste el misterio. Anda, apañao, tráeme papel, pluma y tintero.
El prior se olvidó del monaguillo, y éste pudo ver con disimulo por encima de sus hombros cómo escribía lo siguiente:


Navas de San Juan, a 12 de enero de 1955

            Sostengo, querido amigo Santiago, que los tres hombres de tu caso fueron asesinados. Del mismo modo, sostengo que nadie los mató. Los mató algo. Los mató un enigma.
Recordarás la figura mitológica de la Esfinge y la princesa de ópera Turandot. Pese a las apariencias, en realidad no son Turandot ni la Esfinge quienes matan. Mata el enigma. Es él el que ahoga cuando uno se compromete en él, cuando uno se lo toma como algo en lo que nos va la vida, en lo que nos la jugamos. No estrangula la Esfinge, estrangula el enigma. Ese es el sentido de todas las historias donde alguien propone uno.
Te estarás preguntando (me estarás preguntando) quién es, en ese caso, el cómplice del enigma, quién la Esfinge, que tiene cabeza de mujer, o la Turandot. Y ya tenemos ahí un camino: cherchez la femme. Porque se trata de una mujer. De la misma mujer.
Así que tenemos qué los mató y quién intervino. Veamos ahora el cómo. Para ello hemos de tener en cuenta los elementos comunes que tenían las víctimas. Los tres (un soltero, un casado con problemas conyugales y un viudo) parecían carentes de amor, y abiertos por tanto a su llegada. Por otra parte, los tres gustaban de darle vueltas a los asuntos (matemáticas, crucigramas, debates). Aparece una mujer hermosa en la vida de estos hombres tan receptivos y les propone un difícil problema. La trampa está magistralmente tejida: el amor y la vanidad los hacen caer en ella. No pueden dejar de pensar, sienten que la conquista de esa mujer, que su futuro, que su vida, se resumen en esa adivinanza. El problema deviene enigma. Recuerda que a tu hermano le impide dormir este caso: exagera esa preocupación y tendrás la muerte.
Ahora debería exponerte el porqué, pero aquí sólo cuento con conjeturas. Quizá lo haga por castigo, como la Esfinge, o quizá por venganza, como Turandot. O tal vez por puro juego.
¿Qué hacer? Cuando Edipo adivinó el enigma de la Esfinge, ésta se tiró al vacío. Cuando Calaf solucionó los tres enigmas de Turandot, conquistó su amor. Así pues, la solución es la solución, si me permites el juego de palabras. Con ella os podréis enfrentar a esa mujer, y morirá o caerá enamorada.
Pero casi me despedía, amigo Santiago, sin plantear el enigma que ha matado a esos tres hombres. Se trata del enigma del prisionero. Verás. Un rey, para celebrar su cumpleaños, concede a un preso la posibilidad de ser libre. Su celda está custodiada por dos guardianes, uno que siempre dice la verdad y otro que siempre miente. Cada uno custodia una puerta, una lleva a la muerte y otra a la deseada libertad. El prisionero no sabe ni qué guardián es el sincero o el mentiroso ni en qué puerta se halla cada uno de ellos ni, por supuesto, qué puerta debe escoger. Se le concede poder hacer una pregunta, una sólo, a uno de los guardianes. Eso debe bastarle para salir por la puerta que desea, la de la libertad.
Como ves, recuerdo con claridad el planteamiento. Por desgracia, en algún momento de mi vida olvidé la solución. Me pondré a ello, pero como el asunto es urgente porque la mujer puede volver a matar, te envío mis conclusiones por si vosotros dais con la respuesta antes que yo. Hasta entonces, y como se canta en Turandot, Nessun dorma!, ¡nadie duerma!

Un fuerte y amistoso abrazo 
  Francisco del Moral Almagro   

En efecto, esa noche el monaguillo apenas durmió. Una parte de ella la pasó resolviendo el enigma. Otra, dudando sobre si debía decírselo o no al prior, pues por un lado estaba mal leer las cartas ajenas sin permiso, pero por otro podían estar en juego vidas humanas. Resolvió darle la solución antes de la misa de ocho. La última parte, sin embargo, la pasó soñando que no se presentaba a esa misa, que se iba del pueblo en busca de esa misteriosa mujer y que le espetaba la respuesta, esperando a ver si se moría o se enamoraba perdidamente de él.

Juan Fernando Valenzuela Magaña


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