SE ES O NO SE ES
O EL CANDOR DEL PRIOR
A los que eran niños en Navas
cuando aconteció esta historia,
con asombro y cariño
Al
doblar la esquina de la calle Alamillo, el prior encontró la solución.
Podríamos decir que la solución lo encontró a él, porque después de estar toda
la noche despierto intentando resolver el enigma, había decidido olvidarlo por
un momento y dejar que el aire tempranero lo espabilara. Oyó como en sordina el
saludo de un labrador que se cruzó con él y su propia voz al responder parecía
emitida por otra persona. Pero el hondo cansancio acentuaba en vez de mermar la
felicidad proporcionada por haber dado con la clave de los extraños mensajes.
Durante unos segundos revivió una sensación enterrada en el fondo de sus años.
Recordó las felicitaciones de sus profesores en Roma a principios de siglo, cuando
resolvía con célere destreza algún ejercicio de lógica aristotélica o vencía en
alguno de los largos y enrevesados debates escolásticos donde, en latín, se
argumentaba sobre problemas tan arduos como el de la conciliación de la
libertad humana con la omnisciencia divina.
Pero
el que ahora mismo acababa de resolver, a diferencia de los de su juventud,
tenía el apremio de la praxis, la urgencia de la vida. La de una niña estaba en
peligro, y su salvación parecía depender de él.
Hacía una
semana, al entrar en su despacho atestado de libros después de la misa
tempranera, el prior había encontrado una extraña nota sobre el suelo:
ELLA TE DARÁ
DETALLE
|
La tomó con
extrañeza en su mano e intentó sin éxito relacionarla con algún episodio
reciente de su vida. Preguntó a los caseros, pero éstos no habían visto a nadie
extraño merodeando por la casa, y menos entrando en ella.
Así que el
prior empezaba ya a olvidar la nota cuando la tarde de ese mismo día aportó una
luz que oscureció aún más las cosas. Una feligresa, zafándose de la oposición
del conserje Manolo y de su pequeño Patri, entró llorando en la sala de juego
de la Peña ,
donde el prior desplumaba a la adinerada concurrencia, y se arrodilló llorando
ante él. Entrecortadamente acertó a decir:
—
Alguien se ha llevado a mi hija Ana, tiene usted que hacer algo.
—
Cálmate, cálmate —y, en efecto, la honda y misteriosa humanidad que exhalaba
esa voz amainó el llanto y relajó la crispación de los músculos de la mujer—. Vamos
a ver… ¿has avisado a las autoridades?
—
Sí, ha sido don Mateo el juez quien me ha dicho que lo buscara a usted. Al leer
las notas ha dicho: “Quizá el prior pueda aportar algo”. Como es usted una
eminencia…
—
¿Notas?
—
Sí, dos. Pero, según don Mateo, no aclaran nada. Tome, yo no sé leer.
El
prior las miró durante un largo rato y finalmente anotó su contenido:
O DOLOR O LODO
|
A TI NO, BONITA
|
Esa misma
noche Mateo el juez se presentó nervioso en la casa del prior. Iba acompañado del
jefe de la policía local Navarrete y del municipal Zamora.
—
Alguien está jugando con nosotros —dijo el juez sin preámbulos—. ¿Ha hablado
Rosario con usted?
—
Sí —contestó el prior. El cóctel de vejez, cansancio y experiencia otorgaba a
esa voz la facultad de tranquilizar la situación sobre la que se aplicara—.
Rosario me ha enseñado las notas. Es todo muy extraño. Yo mismo he recibido una
similar — el prior, como si fuera una carta de la baraja, la puso sobre la ajada
mesa, junto al pisapapeles de cristal con la fotografía de la Plaza de San Pedro.
Después
de leerla sin llegar a tocarla, el juez metió su mano en el bolsillo de su
chaqueta y, con gesto de soltar un as, puso sobre la del prior otra nota. Éste
leyó:
OIRÁS ORAR A ROSARIO
|
—
El señor teniente alcalde don José —intervino con gesto hosco el policía
Navarrete— ha puesto el asunto en nuestras manos. Él hará llegar la noticia al
alcalde don Mateo que, como usted sabe, se encuentra en Madrid — miró las notas
como si mirara un bizarro insecto y añadió—: ¿Qué opina usted, don Francisco?
¿Un loco?
—
Puede que sea un loco —arrugó pensativamente la frente el prior—, pero parece
inteligente. Ambas cosas no son incompatibles. Todo esto tiene el aire, como
usted dice —y miró al juez—, de un juego. Por ahora, usted, Rosario y yo somos,
junto con el secuestrador, los jugadores. Mi papel (ELLA TE DARÁ DETALLE) me remite
a Rosario, cuyas notas a su vez parecen decirle lo que le espera a su hija (O
DOLOR O LODO) y que este juego no está dirigido principalmente a ella (A TI NO,
BONITA). A su vez, usted es avisado (OIRÁS ORAR A ROSARIO). Es todo lo que
ahora mismo tenemos.
Dos
días después, la investigación seguía atascada. Era un día radiante de primeros
de junio que olía ya a San Juan, a estío y a albercas. El pacto de silencio que
hicieron en la Peña
los testigos de la aparición de Rosario se había completado con la estrategia
del prior y el juez de mantener en secreto lo que ocurría. No había que alarmar
al pueblo. Afortunadamente, se había convencido desde un principio a Rosario de
que no debía contar nada, y ella fingía que la niña estaba con unos parientes
en Santisteban. De este modo sólo unos pocos sabían que, bajo la apariencia de
tranquila y sabrosa monotonía que el pueblo mostraba, se agitaba una tragedia
que amenazaba con romper el orden intemporal de las Navas.
Aunque
algún ojo atento hubiera podido reparar en signos extraños. Timotea y María
Luisa, por ejemplo, registraron esa mañana de junio dos hechos insólitos. El primero
fue que, en plena celebración de la misa, Rosario agitaba como una bandera un
papel intentando llamar indiscretamente la atención del prior. Éste aligeró el
ritual resumiendo unos párrafos y saltándose otros. Pero no fue esto lo segundo
que llamó la atención de las dos fieles, sino que, al terminar la misa, Rosario
se precipitó en la sacristía, para salir a los cinco minutos, sin que el prior
se moviera de ahí dentro durante toda la mañana.
La nueva nota
que Rosario había recibido decía:
ESE BELLO SOL LE BESE
|
Horas después,
en efecto, el prior seguía en la sacristía. Esa nueva nota parecía aludir al
deseo del secuestrador de liberar a la niña, previo desciframiento del misterio
por parte de los jugadores. Pero, ¿cuál era la solución? Mientras Timotea y
María Luisa desgranaban el rosario y su murmullo se deshilachaba en la vasta
penumbra de la iglesia, el prior trataba de encontrar un código oculto, una
clave secreta que permitiera saber el lugar donde estaba escondida la niña Ana
o el nombre del desalmado.
La mañana reservaba
todavía a Timotea y María Luisa otro insólito acontecimiento que acabó de hacer
saltar por los aires la invariable rutina de las cosas. Manolico el sacristán apareció
recorriendo apresurado la iglesia, se arrodilló fugazmente ante el sagrario y,
la respiración sofocada, abrió la puerta de la sacristía diciendo:
— Don
Francisco, alguien ha colgado esto en la puerta —y, como Rosario horas antes,
agitó un papel en el aire.
¡OJO! CORRE POCO PERRO COJO
|
A la mañana
siguiente apareció en la misma puerta del despacho del juez, cada vez más
desesperado (estamos más perdíos que
Carracuca, don Francisco, le diría al prior al informarle), la siguiente
nota:
AMIGO, NO GIMA
|
Pero ahora
esos días le parecían al prior tan lejanos como los de la guerra, porque
acababa de encontrar, como si hubiera tenido una visión, la clave. Pensó en la
caída de San Pablo del caballo, en la inspiración de los profetas y los
evangelistas, y dio gracias a Dios. Tal vez había sido Él quien le había
entregado la solución, cansado de esperar el resultado de su esfuerzo. ¿Cansado?
¿Cansado, Dios? Además, ¿no es su paciencia infinita?, pensó, y sus labios se
arquearon débilmente en una sonrisa. ¡Qué diría de mí el obispo si oyera mis
pensamientos!
Anoche había
recibido la última nota: AMOR A ROMA, y desde entonces no había parado de
buscar la llave para orientarse en un juego tan absurdo como perentorio. Había
pasado la noche en claro consultando libros y volúmenes de su Espasa,
jugueteando con el pisapapeles romano, y a la hora de ir a misa se había
rendido. Es sabido que la mente sigue trabajando en un problema cuando
abandonamos la concentración en él. La del prior debió de seguir activa mientras
éste descendía la calle Real dejando que el airecillo tempranero de primeros de
junio masajeara la piel vencida de su rostro. Las ideas se ordenarían de otro
modo, seguirían, liberadas del control de la voluntad, los caminos que el prior
no había probado, obcecado por las interpretaciones que iba eligiendo. Tal vez
había querido decirle eso el secuestrador con la nota ¡OJO! CORRE POCO PERRO
COJO, es decir, libérate de la cojera que
suponen las ideas fijas y ábrete a otras interpretaciones de estas notas.
AMOR A ROMA tal vez significara acuérdate
de tus brillantes argumentaciones y de tu destreza a la hora de resolver
problemas.
Sea como
fuere, el prior había dado con la clave y ahora sentía una satisfecha y
tranquila jovialidad. Su andar, por lo común cansino, se volvió ágil durante
unos metros y decidió lo que había que hacer ahora. Dejaría inmediatamente en
un lugar a la vista una nota con una frase que indicara al secuestrador que había
logrado descubrir el juego, que ya sabía que las notas eran palíndromos, es
decir, palabras o frases que se leen igual de izquierda a derecha que de
derecha a izquierda. También el nombre de la niña, Ana, era un palíndromo, y
aquella frase en latín que, sin él convocarla, atravesando en su memoria los
largos años que separaban su prometedora juventud de su cascado presente, le
había entregado instantes antes la clave como se otorga la llave de una ciudad
conquistada: ROMA, TIBI SUBITO
MOTIBUS IBIT AMOR.
Así que el
prior dejó en la puerta del Ayuntamiento y, para asombro de Timotea y María
Luisa, en la de la iglesia, una palindrómica nota que decía:
SÉ VERLAS AL REVÉS
|
Y aunque un prudente
silencio se echó para siempre sobre esta historia, unos cuantos hombres de este
pueblo respiraron cuando, al día siguiente, la palindrómica Ana pudo abrazar a
su madre.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
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