Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 27 de agosto de 2018
CONTEXTO
Y VERANO
Juan Fernando Valenzuela Magaña
No sé si la estructura de internet, el (des)orden de las
aguas cibernéticas por las que navegamos, es la causante de una cierta
fragmentariedad en nuestra vida, o si es que un mundo que ya había fragmentado
el conocimiento, que tenía una visión aislada de las cosas, era justamente el
caldo de cultivo de un fenómeno como la red. Probablemente sean elementos que
se alimenten mutuamente, como ocurre en tantas ocasiones. Los que todavía
seguimos leyendo libros, al manejar internet nos damos cuenta de la diferencia
existente entre estar inmerso en una atmósfera, dentro de un contexto, donde el
sentido de cada cosa depende del todo, y el picoteo saltarín por la red, en el
que los elementos nos aparecen con un notable grado de aislamiento. Hace un
siglo, una escuela psicológica, la Gestalt, censuraba a otra, el Asociacionismo,
que explicara la percepción en términos de elementos aislados, cuando lo que
percibimos es primariamente un todo. Justamente la dificultad de la
inteligencia artificial consiste en la imposibilidad de tener en cuenta el
contexto, como señalaba con acierto y gracia en un reciente artículo el filósofo
de la ciencia Antonio Diéguez (“No es lo mismo gritar «arriba las manos» en una
clase de zumba que en una sucursal de banco”). La verdad, ya lo decía Hegel,
está en el todo.
Viene esto a cuento porque una de las funciones del verano
(o del periodo vacacional inserto en él) es precisamente recordarnos la
importancia de las condiciones en las que se desarrolla nuestra vida, hacernos
ver una vez más que las cosas tienen sentido siempre en un contexto, formando
parte de un todo. Pasamos el resto del año, con breves interrupciones, en un
clima determinado, rodeados de calles y edificios y ruidos y rostros y voces
cotidianos. De tan familiares, apenas reparamos en ellos, como no oye la
catarata, sino su inopinado silencio, quien vive al lado de ella. En el verano
uno abandona sus condiciones habituales y las cambia por otras, ingresa en otro
contexto, donde las mismas cosas que hace o dice tienen ya otro sentido. Una
posible consecuencia es la sensación de que uno está descansando de sí mismo,
la impresión algo alarmada de que nuestro yo está desapareciendo y se
metamorfosea en un ojo observador que registra cuanto ve sin relacionarlo con
lo que hemos sido hasta ayer mismo, con el repertorio de nuestros gustos y
nuestros rechazos. Así, inmersos en esa ciudad sobre la que tanto hemos
leído, nos sorprende la indiferencia con que ahora contemplamos sus palacios,
sus iglesias, sus calles. No se trata de la decepción con que a veces la
realidad abofetea nuestras ilusiones, ni de un prejuicio soñador contra lo
existente. Es que hemos puesto entre paréntesis momentáneamente el suelo que
nutría esos intereses. La prueba de ello es que uno va guardando esas imágenes
y luego, al retomar la vida normal, podrá extraerle su riqueza, como ocurría
con los ya antiguos carretes de las cámaras fotográficas que se revelaban al
regresar de los viajes.
Pero también puede uno, al cambiar el contexto, sentir la
atracción de otras trayectorias vitales alejadas de la suya. Así, el cajero de
banca, mientras la arqueóloga explica un yacimiento fenicio, piensa qué hermosa
y detectivesca es su labor y, lamentando la brevedad de la vida (ars longa vita
brevis), se dice que si tuviera otra la dedicaría al apasionante estudio de los
restos del pasado.
Cabe
asimismo la posibilidad de que el articulista mensual no encuentre la tonalidad
que le permita redactar el texto prometido. Entonces recurre a hablar de cómo
cambia nuestro medio en verano, del mismo modo que el novelista que no
encuentra tema para su obra convierte esta dificultad precisamente en el tema
de su novela.
Las
maneras, en fin, de vivir ese paréntesis en nuestra cotidianeidad varían según
personas y edades. Lo que quiere decir que, en el fondo, siguen formando parte
de nuestra vida, el gran contexto en el que integramos todo cuanto nos pasa y
al que pertenecen tanto nuestros ocios como nuestros negocios.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
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