Artículo publicado en el periódico Jaén el 9 de abril de 2018.
NUBES
Llama la atención la facilidad con la que
cuanto nos rodea (paisajes, personas, acontecimientos) se vuelve duro y pétreo,
deja de hablarnos y enmudece. Quizá lo acertado sería decir lo inverso, señalar
la facilidad con la que nosotros nos volvemos sordos al mundo, de espaldas a
él, al que de modo automático sustituimos por una cadena de tópicos con que, a
la vez, lo apresamos. Nos movemos entonces como si paseáramos por un mapa en
vez de hacerlo por un territorio. Sospecho que esa sordera es inevitable, que
es imposible vivir continuamente tocando la profundidad de las cosas. Pero si
no podemos habitar siempre en el fondo de lo que nos rodea, tampoco nos
satisface quedarnos sin más entre sus corazas. Una voz interior nos zarandea
quejándose de sed. Y hay así momentos en los que nos detenemos y abrimos las
puertas de objetos, personas o hechos y entramos en su interior con el asombro
que siempre la realidad nos produce cuando sabemos mirarla. Ese asombro que es
según Aristóteles el origen del pensamiento.
Coincidimos con alguien en el ascensor y,
queriendo hablar y sin saber de qué, recurrimos al tiempo. El de estas semanas
nos echa una mano, porque parece menos convencional y disimula el carácter
mostrenco de la conversación. Pero imaginemos que, por extraño e improbable
azar, queramos justo en esa situación romper el cascarón del mundo y
asombrarnos de lo que contiene. Supongamos, por ejemplo, que, al hilo de la
tópica conversación, nuestro
interlocutor pronuncia la palabra “nube” y nuestros ojos, los suyos y los
nuestros, brillan despertados por un puñado de sugerencias. Varios caminos se
abren entonces ante nuestros pies. Siguiendo uno de ellos hablaremos de lo
efímero, de lo pasajero. Uno citará los versos de Amado Nervo: “que el hombre pasa como las naves,/como las nubes, como las
sombras”. El otro sacará su inevitable as, recurriendo a Jorge Manrique,
“¿Qué se hicieron las damas,/sus tocados, sus vestidos,/sus olores?”, y entre
ambos buscaremos el sentido del paso del tiempo. Pero podemos echar el pie en
el camino que hay junto a este y decir que la nube ha simbolizado la apariencia
vana. Inevitable recurrir entonces al mito de Néfele. Zeus había perdonado a
Ixión una traición cometida y lo había sentado a su mesa. Ixión, reincidente,
pretendió traicionar al mismísimo Zeus acostándose con su mujer, Hera.
Borracho, no se dio cuenta de que yacía con Néfele, una nube a la que Zeus
había dado la forma de su esposa. Desde entonces, sufre uno de los castigos más
famosos de la mitología griega: recorre el firmamento atado a una rueda
ardiente. Chamfort alude a este castigo en una comparación que yo no he parado
de recordar durante la crisis: El
ambicioso que ha perdido su objeto y vive desesperado, me recuerda a Ixión en
la rueda por haber abrazado una nube.
Pero hay más caminos. También la nube
ha significado divina bendición. El pueblo bíblico, al habitar una región
semidesértica, asocia la nube al agua y a la sombra, es decir, a la fecundidad
y a la protección. Asimismo, podía ser la señal visible de Dios. Un recorrido,
como puede verse, opimo y prometedor.
Alguien que en ese momento se subiera
en el ascensor podría pensar que estamos en las nubes. Quizá nos escogería como
personajes de una versión contemporánea de “Las nubes” de Aristófanes, la
comedia donde se ridiculiza a Sócrates. Entonces iniciaríamos los tres un
debate sobre la relevancia que el pensamiento y las ideas tienen en la que
suele llamarse vida real. ¿Fecundan las nubes de la teoría la tierra de la
práctica o son el refugio de los que no saben vivir?
Pero
nadie ha subido. Y, de pronto, nuestro interlocutor dice, escogiendo otro
camino: ¿Te has fijado en los términos tan antiguos que usamos para nuestro
invento más actual, internet? Como los fenicios o los griegos, “navegamos” por
su proceloso espacio, consistente en una “red” como la inventada por Aracne, a
quien Minerva convirtió en araña. ¿Y dónde guardamos nuestra información? En
efecto, respondemos pensativos: en la nube.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
Puede leerse en el periódico.
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