Artículo publicado en el Jaén el lunes, 7 de mayo de 2018
NÁUFRAGOS
En
el artículo del mes pasado acabábamos sorprendidos ante el uso de términos de
sabor antiguo para designar lo más actual. Así, llamamos “navegar” a nuestro
recorrido por internet o “nube” al espacio donde guardamos información. Hoy
podemos añadir algo más al respecto. La palabra “cibernética” proviene del
término griego “kybernētikḗ”,
que designa el arte de gobernar una nave. Parece que el elemento predominante
en nuestro mundo tecnológico es el agua. No es, pues, extraño que el
recientemente fallecido sociólogo Bauman hable de modernidad líquida, de
realidad líquida y de educación líquida.
Ahora bien, la experiencia en la que el
hombre se encuentra perdido en el agua se llama “naufragio”. Se trata de una
situación paradigmática, hasta el punto de que la filosofía de Ortega y Gasset
considera la vida precisamente así, como naufragio. Pero aunque
constitutivamente el hombre sea un náufrago, ha habido épocas en las que su
circunstancia histórica y social hacía que sintiera que el barco en el que
transcurría su existencia era tierra firme donde sus raíces se hallaban bien
afincadas. Stephan Zweig cuenta en “El mundo de ayer” cómo la generación de sus
padres, que vivió en la Austria de antes de la Primera Guerra mundial,
consideraba el mundo como un lugar estable en el que los cambios eran mínimos.
Su circunstancia era su hogar. Llama por ello a aquella época “la edad de oro
de la seguridad”. Por el contrario, él vivió una existencia sacudida por las
dos guerras mundiales y el ascenso al poder de Hitler, que de un escritor de
éxito lo convirtió en un autor prohibido y un huido apátrida. La tradición
española parece especialmente sensible a esa posibilidad de que de pronto todo
cambie, a esa concepción del poder como voluble, de la vida como inestable, del
mundo como una ruleta de la fortuna: “tu
firmeza es non ser constante”, le decía a aquella Juan de Mena. Quizá
por eso España aportó tanto al barroco, una época en que esta experiencia del
naufragio se agudizó. Viejas certezas que el paso de los siglos había
apuntalado se resquebrajaban y el hombre sentía que el suelo le faltaba bajo
los pies. De ahí la sensación de que la realidad tenía la consistencia de los
sueños: estamos hechos de la materia de los sueños (Shakespeare),
la vida es sueño (Calderón), contemplemos la posibilidad de que todo sea un
sueño (Descartes). Y de ahí también la idea de que el hombre es una mezcla de
miseria y grandeza, porque sentirse náufrago es reconocerse menesteroso, pero
en ese reconocimiento está la posibilidad de salvación. De otro modo uno se
ahoga inevitablemente.
Hay otro momento
en que el hombre siente que se halla sobre agua procelosa y que debe nadar para
salvarse. Hace dos siglos, en pleno romanticismo, Géricault pintaba “La balsa
de la Medusa”, la historia de un famoso naufragio. Por las mismas fechas,
Schopenhauer citaba en su libro más famoso las palabras de Shakespeare y de
Calderón relativas al sueño. Y Mary Shelley escribía “Frankestein”, una novela
sobre las posibilidades de la ciencia que vuelve a mostrar el carácter doble
del hombre, su lado sublime y su miseria.
El artículo está
llegando a su fin y debemos arribar a puerto. Nuestro mundo parece mirar
desorientado una brújula que señalara hacia él mismo. La sensación de naufragio
nos acerca al barroco y a los románticos. De hecho, hoy se habla de un
neobarroco, de un tecnobarroco y de un tecnorromanticismo. No es lugar este
para entrar en detalles, basta señalar las sugerentes coincidencias. El
ciberespacio, la inteligencia artificial, la globalización, configuran un
inmenso mar de agitadas aguas, en el que volvemos a sentirnos menesterosos y a
cuestionar la realidad. La ciencia ficción, que nos muestra la grandeza y
bajeza del hombre, ha pasado a ser en parte un género realista en el que
encontrar material para la reflexión. Porque solo haciéndonos cargo de la
complejidad de nuestro mundo (y su denunciada superficialidad es parte de esa
complejidad) compondremos un arte de gobernar bien nuestra nave, una buena
cibernética.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
Puede leerse en el periódico.
Siempre es un placer aprender con tus artículos, Juanfer. Lo más importante es que tu erudición está en todo momento al servicio humilde de lo que se pretende observar, es el instrumento imprescindible para reflexionar. En este sentido, va resultando además casi excéntrico el valerse de la tradición para examinar algo, pues ya se sabe que nuestros tiempos lo están inventando absolutamente todo… Además, me encantan los ejemplos léxicos que citas para demostrar que incluso bajo el barniz aparatoso de lo tecnológico están… sí, los griegos.
ResponderEliminarMás personalmente, me interesa mucho esa idea de Zweig de que el mundo de sus padres fue estable: yo también lo pienso del de los míos. Por eso ya no sé si ha sido cosa de cada generación, si la historia sufre espasmos violentos de vez en cuando o si de verdad estamos ahora viviendo una grieta significativa con respecto a épocas pasadas.
Siempre es un placer aprender con tus artículos, Juanfer. Lo más importante es que tu erudición está en todo momento al servicio humilde de lo que se pretende observar, es el instrumento imprescindible para reflexionar. En este sentido, va resultando además casi excéntrico el valerse de la tradición para examinar algo, pues ya se sabe que nuestros tiempos lo están inventando absolutamente todo… Además, me encantan los ejemplos léxicos que citas para demostrar que incluso bajo el barniz aparatoso de lo tecnológico están… sí, los griegos.
ResponderEliminarMás personalmente, me interesa mucho esa idea de Zweig de que el mundo de sus padres fue estable: yo también lo pienso del de los míos. Por eso ya no sé si ha sido cosa de cada generación, si la historia sufre espasmos violentos de vez en cuando o si de verdad estamos ahora viviendo una grieta significativa con respecto a épocas pasadas.
Gracias por tu atenta lectura, Jesús. Probablemente llevéis los dos razón, Zweig y tú. Él hablaba del mundo austriaco y europeo sacudido luego por las dos guerras mundiales y tú de un periodo y de un medio rural poco cambiante. Creo que son dos perspectivas distintas, que podrían articularse entre sí. Y en cuanto al hoy, tu apunte demuestra que no es tan fácil interpretar el presente por mucho que lo tengamos ante nuestras narices.
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