Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 14 de agosto de 2023.
PECES
También
los peces, como las moscas de las que hablábamos en julio, se asocian en mi
mente al verano, y por eso he elegido este animal para el artículo de agosto.
Si dejo que las ideas se muevan con
libertad, la de los peces se encuentra espontáneamente con la de breves cuentos
de significado vago, apólogos de los que extraer una enseñanza más o menos
explícita. El primero con el que me topo es el de Zhuang Zi, que paseábase un
día con su maestro de lógica por el puente del río Hao. “¡Mira lo felices que
son los peces que se agitan ágiles y libres!”, observó. “Si no eres un pez —objetó el maestro de lógica—, ¿de
dónde sacas que los peces son felices?”. “Como tú no eres yo, ¿cómo puedes
saber lo que yo sé de la felicidad de los peces?” “Te concedo que no soy tú y
que no puedo saber lo que sabes. Pero como tú no eres pez, no puedes saber si
los peces son felices”. “Retomemos las cosas desde un principio —dijo Zhuang
Zi—. Cuando me has preguntado “¿De dónde
sacas que los peces son felices?”, la forma misma de tu pregunta implicaba
que sabías que yo lo sé. Pero ahora, si
quieres saber de dónde lo sé, pues bien, lo sé desde lo alto del puente”. Este
diálogo del siglo IV a.C. suena extraño y lejano en el XXI, pero, si nos
fijamos bien, parece anticipar todas las discusiones filosóficas occidentales
sobre el acceso a la mente del otro e incluso a la misma realidad. Lo fecundo
de estas fábulas consiste en lo que sugieren, en ser punto de
partida de la reflexión y no relato cerrado. Otro ejemplo lo constituye el
siguiente cuento, con la misma textura pero con otro significado. Dos peces
jóvenes se cruzaron mientras nadaban con un pez mayor que saludó y les
preguntó: “¿Cómo está el agua?” Ellos siguieron nadando y, al cabo de un rato,
uno dijo al otro: “¿Qué es el agua?” Ignoro su origen, o si fue inventado por
el autor de la conferencia donde lo leí, pero hay un sentido que nos sale al
paso: hay cosas tan cercanas que no se ven, tan obvias que no reparamos en
ellas. Y hace falta la experiencia o el conocimiento (representados aquí por el
pez mayor) para darse cuenta de ellas. A partir de ahí cada lector puede seguir
nadando solo.
Hay un pez en una historia que cuenta Heródoto que siempre
me ha fascinado. Se
trata del relato acerca de Polícrates, el tirano de Samos, marcado por una
suerte inusitada. Amasis, rey de Egipto y amigo, supo ver la espalda de tanto
triunfo y le escribió que preferiría que se tuviera éxito unas veces y se
fracasara en otras. “Porque aún no he oído hablar de nadie que, pese a triunfar
en todo, a la postre no haya acabado desgraciadamente sus días, víctima de una
radical desdicha”. Amasis le aconsejó a Polícrates, para contrarrestar sus
triunfos, que pensara en algo sumamente estimado por él y se deshiciera de
ello. Polícrates siguió su consejo y arrojó al mar un valioso sello, al que
tenía gran cariño. Poco después un pescador acudió con un enorme y suculento
pez más digno del tirano que del mercado. Cuando se lo estaban preparando,
descubrieron dentro de él la alhaja, que volvió así a las manos de Polícrates.
Dejo al lector con la intriga por el final de esta historia, que pueden saciar
recurriendo a un artículo anterior titulado “Tengo un amigo (I)”.
También en Las mil y una noches aparecen cuentos piscícolas, pero terminaremos
con la tradición cristiana. Recordemos la multiplicación de los panes y los
peces o la presencia de la pesca en el Nuevo
Testamento, pero sobre todo aquel pasaje de San Agustín en el que se dice
que con la
palabra pez se significa místicamente a Cristo, “porque sólo Él ha
podido mantenerse vivo, es decir, sin pecado, en el abismo de nuestra
mortalidad, tan semejante a la profundidad de las aguas”. Y, si nos
retrotraemos al Antiguo Testamento,
releamos la escena en la que Tobías, gracias al Arcángel Rafael, cura la
ceguera de su padre untando con la hiel del pez sus ojos. Podemos verla en el
Museo del Prado pintada magistralmente por Bernardo Strozzi.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
Aquí puede leerse en el periódico.
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