Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 14 de noviembre de 2022.
ÚLTIMAS PALABRAS (II)
Hablábamos de las
últimas palabras proferidas por alguien antes de morir. Habíamos destacado
algunas enigmáticas y otras humorísticas. Añadiré dos más de este tipo. Cuenta
Rousseau que la condesa de Vercellis, ya en los estertores de la agonía, soltó
una ventosidad y dijo: “Bueno, mujer que se pede no está muerta”. Esas fueron
sus últimas y escatológicas palabras. En un libro que Federico Sopeña escribió
de noche y que siempre de noche leo, aparece una muerte “bien humorada”,
contada por Eugenio d´Ors: la de Apeles Mestres. Este escritor y dibujante
murió la tarde del 19 de julio del 36 en una Barcelona ya tomada por la guerra.
“Por lo visto, nos vamos todos a hacer puñetas”, dijo antes de hacerlo.
Continuemos
con otra categoría. Las hay que definen una personalidad o un estilo, o que
resumen una vida. En El colgajo, el
estremecedor libro de Philippe Lançon, me entero de que Chéjov murió diciendo:
“Ich sterbe”, “Me muero”. El autor indica que eso es puro Chéjov, sin efecto
literario. Carême, famoso cocinero
francés alabado por Talleyrand, murió en 1833 diciéndole a un amigo: “Tus
albondiguillas estaban excelentemente preparadas, pero mal sazonadas. Tampoco
la salsa bien ligada. Mira, la próxima vez deberías…”, y al querer demostrarle
con las manos el movimiento que debía imprimir al cazo, no pudo terminar. Las
últimas palabras de Wittgenstein fueron dirigidas a Mrs. Bevan, quien le
había dicho que sus amigos más íntimos de Inglaterra llegarían al día
siguiente: “Dígales que mi vida fue maravillosa”. Unamuno
murió con dos de sus ideas favoritas en los labios, Dios y España. “¡Dios
no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que
salvarse!”, fue lo último que dijo.
También las hay que
remiten a sí mismas, con calidad de espejo. Pancho Villa, en el momento de su
ejecución, rogó a un periodista: “¡No deje que acabe así! ¡Escriba usted que he
dicho algo!”. Lo que hizo el periodista, en un gesto que no sé si calificar en
el fondo de obediente, fue contar ese bloqueo en tan trascendente momento.
Otros parecen
interesados en hacer una petición. Se dice que el emperador Augusto acabó su
vida diciendo: “Si la comedia os ha gustado,
concededle vuestro aplauso y, todos a una, despedidnos con alegría”, en clásica
imagen del mundo como teatro. Sin embargo, Suetonio nos cuenta que murió
después de decir eso, en los brazos de Livia, exclamando: “¡Livia, conserva
mientras vivas el recuerdo de nuestra unión! Adiós”. Esas habrían sido
realmente sus últimas palabras. Las de Plotino, filósofo del siglo III, nos las
relata su biógrafo Porfirio, basándose en el testimonio de Eustoquio,
discípulo y médico del autor de las Enéadas,
así como testigo de su muerte. Si bien no hay duda sobre la veracidad de lo
dicho, hay distintas interpretaciones. Según una diría: “Esforzaos por
reconducir el dios que hay en vosotros a lo que hay de divino en el universo”.
Conmovedoras porque
tal vez reflejen un íntimo anhelo son las últimas palabras del ajedrecista
Fischer, quien protagonizara junto con Spassky en 1972 el duelo de ajedrez quizá
más memorable de todos los tiempos. Según el doctor Skulason, mediaba un abismo
entre la capacidad mental de Fischer y el mundo emocional infantil en que
vivía. Cuando a los 14 años le llegó inopinadamente la fama al convertirse en
campeón de ajedrez de Estados Unidos, “construyó unos muros, una forma de
protección inmadura y agresiva en la que la confianza (…) fue eliminada”. Este
doctor acompañó al ajedrecista la última noche que este durmió en su casa, 48
horas antes de morir. “Una vez se despertó, me dijo que le
dolían los pies y me pidió que se los masajeara. Yo lo intenté, le acaricié
suavemente, y entonces dijo las últimas palabras, las últimas dirigidas a mí y,
que yo sepa, a cualquier otra persona. Cuando sintió que le tocaba dijo, con
una voz de una suavidad terrible: “No hay nada que alivie el dolor como el
toque humano””.
JUAN
FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA
También puede leerse en el periódico.
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