miércoles, 16 de noviembre de 2022

Últimas palabras (II)

 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 14 de noviembre de 2022.

 

ÚLTIMAS PALABRAS (II)

 

            Hablábamos de las últimas palabras proferidas por alguien antes de morir. Habíamos destacado algunas enigmáticas y otras humorísticas. Añadiré dos más de este tipo. Cuenta Rousseau que la condesa de Vercellis, ya en los estertores de la agonía, soltó una ventosidad y dijo: “Bueno, mujer que se pede no está muerta”. Esas fueron sus últimas y escatológicas palabras. En un libro que Federico Sopeña escribió de noche y que siempre de noche leo, aparece una muerte “bien humorada”, contada por Eugenio d´Ors: la de Apeles Mestres. Este escritor y dibujante murió la tarde del 19 de julio del 36 en una Barcelona ya tomada por la guerra. “Por lo visto, nos vamos todos a hacer puñetas”, dijo antes de hacerlo.

            Continuemos con otra categoría. Las hay que definen una personalidad o un estilo, o que resumen una vida. En El colgajo, el estremecedor libro de Philippe Lançon, me entero de que Chéjov murió diciendo: “Ich sterbe”, “Me muero”. El autor indica que eso es puro Chéjov, sin efecto literario. Carême, famoso cocinero francés alabado por Talleyrand, murió en 1833 diciéndole a un amigo: “Tus albondiguillas estaban excelentemente preparadas, pero mal sazonadas. Tampoco la salsa bien ligada. Mira, la próxima vez deberías…”, y al querer demostrarle con las manos el movimiento que debía imprimir al cazo, no pudo terminar. Las últimas palabras de Wittgenstein fueron dirigidas a Mrs. Bevan, quien le había dicho que sus amigos más íntimos de Inglaterra llegarían al día siguiente: “Dígales que mi vida fue maravillosa”. Unamuno murió con dos de sus ideas favoritas en los labios, Dios  y España. “¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!”, fue lo último que dijo.

            También las hay que remiten a sí mismas, con calidad de espejo. Pancho Villa, en el momento de su ejecución, rogó a un periodista: “¡No deje que acabe así! ¡Escriba usted que he dicho algo!”. Lo que hizo el periodista, en un gesto que no sé si calificar en el fondo de obediente, fue contar ese bloqueo en tan trascendente momento.

            Otros parecen interesados en hacer una petición. Se dice que el emperador Augusto acabó su vida diciendo: “Si la comedia os ha gustado, concededle vuestro aplauso y, todos a una, despedidnos con alegría”, en clásica imagen del mundo como teatro. Sin embargo, Suetonio nos cuenta que murió después de decir eso, en los brazos de Livia, exclamando: “¡Livia, conserva mientras vivas el recuerdo de nuestra unión! Adiós”. Esas habrían sido realmente sus últimas palabras. Las de Plotino, filósofo del siglo III, nos las relata su biógrafo Porfirio, basándose en el testimonio de Eustoquio, discípulo y médico del autor de las Enéadas, así como testigo de su muerte. Si bien no hay duda sobre la veracidad de lo dicho, hay distintas interpretaciones. Según una diría: “Esforzaos por reconducir el dios que hay en vosotros a lo que hay de divino en el universo”.

            Conmovedoras porque tal vez reflejen un íntimo anhelo son las últimas palabras del ajedrecista Fischer, quien protagonizara junto con Spassky en 1972 el duelo de ajedrez quizá más memorable de todos los tiempos. Según el doctor Skulason, mediaba un abismo entre la capacidad mental de Fischer y el mundo emocional infantil en que vivía. Cuando a los 14 años le llegó inopinadamente la fama al convertirse en campeón de ajedrez de Estados Unidos, “construyó unos muros, una forma de protección inmadura y agresiva en la que la confianza (…) fue eliminada”. Este doctor acompañó al ajedrecista la última noche que este durmió en su casa, 48 horas antes de morir. “Una vez se despertó, me dijo que le dolían los pies y me pidió que se los masajeara. Yo lo intenté, le acaricié suavemente, y entonces dijo las últimas palabras, las últimas dirigidas a mí y, que yo sepa, a cualquier otra persona. Cuando sintió que le tocaba dijo, con una voz de una suavidad terrible: “No hay nada que alivie el dolor como el toque humano””.

 

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA



También puede leerse en el periódico.


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