lunes, 12 de octubre de 2020

Más noticias de Kafka

 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 12 de octubre de 2020.


MÁS NOTICIAS DE KAFKA

                    

En el último artículo hablamos de noticias curiosas. Solo seleccioné las que aludían al confuso límite entre realidad y ficción y a discusiones intelectuales con inusitadas consecuencias. Eran noticias tan extravagantes que cuesta creerlas, o que antes costaba creerlas, pues ahora parece que el nivel general de credulidad ha aumentado considerablemente. Como se quedaron en el tintero no pocas informaciones recogidas, en papel y virtualmente, a lo largo de los años, voy a dedicar un segundo artículo a este asunto.

         Insisto en que lo llamativo de ellas para mí se debe a la confluencia de dos motivos, ninguno de los cuales es suficiente pero sí necesario. Por un lado, deben ser informaciones singulares, extrañas, chocantes; por otro, deben tocar algún tema que me sea íntimamente cercano. Uno de ellos es el de la identidad. En un recorte de El País que data del 2006, se cuenta cómo la BBC entrevistó en directo a un hombre que había ido a la emisora a pedir trabajo confundiéndolo con un especialista en internet. El productor se equivocó de habitación al ir a recoger al invitado y preguntó al demandante de empleo si era Guy Kewney. Este, llamado Guy Goma, un congoleño que no dominaba perfectamente el inglés, entre los nervios de la entrevista de trabajo a la que acudía y la coincidencia en el nombre de pila, contestó que sí y acabó en el estudio, presentado como un experto en internet. No obstante, tras un instante de pánico, dijo “buenos días” y contestó como pudo a las preguntas de la presentadora.

         En otro recorte del mismo diario (año 2000) se lee el siguiente título: “El muerto que nunca lo fue”. Un técnico informático británico, al ver las imágenes del accidente de trenes ocurrido en la estación londinense de Paddington, pensó que era la oportunidad de desembarazarse de su antiguo yo. Vivía con un nombre falso y llamó a Scotland Yard para decir que temía que en el vagón H (calcinado con todos sus ocupantes dentro) viajara Karl Hackett (este era su verdadero nombre, con el que había sido condenado a un año de cárcel). La jugada pareció haberle salido bien. La meticulosidad de los agentes, sin embargo, que percibieron que algo no encajaba, sacó a la luz el pasado del que el protagonista quería escapar.  

         No es sorprendente que esta noticia la tenga a su vez clasificada en la categoría de las detectivescas, pues cualquier aficionado a la literatura policiaca sabe lo importante que es en ella el tema de la identidad. En este mundillo nada también esta noticia que pesco ahora del diario Sur (junio de 2016). Un tal Martin Duram fue asesinado en presencia de su loro, de nombre Bud, que memorizó parte de la conversación entre asesino y víctima y la repite como lo que es, como un loro. El asesinado apareció junto al cuerpo de su mujer, que, aunque con un disparo en la cabeza, sobrevivió. No dispares, joder, repite Bud, y especialistas en aves creen que reproduce la pelea entre un hombre y una mujer. ¿Asesinó la mujer a su marido y luego intentó suicidarse? El fiscal estaba estudiando la posibilidad de utilizar al loro como testigo del crimen.

         Me ha gustado la imagen surgida en el párrafo anterior: las noticias como pececillos nadando en distintas aguas. En las del amor, los bancos ictícolas son poblados. En abril de 1999 apareció esta noticia. Un pescador (como se ve, la metáfora guía la caña con la que capturo las noticias) halló en el estuario del Támesis una botella con un mensaje de amor escrito 85 años antes por un soldado que iba a Francia a luchar contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial. Doce días después moriría en su primer día en las trincheras. Tenía 26 años y se llamaba Thomas Hughes. Su mujer, a la que iba destinado el mensaje, murió cuatro lustros antes del hallazgo del pescador, pero este envió la botella a la hija, que aunque solo tenía dos años recuerda cómo se despidió de ella su padre.

          Me resisto a dejar la caña a un lado. Emplazo, pues, al lector a una continuación de esta continuación. 
JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA



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