sábado, 7 de noviembre de 2020

Y más noticias de Kafka

  Artículo aparecido en el Jaén el sábado, 7 de noviembre de 2020.

 

Y MÁS NOTICIAS DE KAFKA

 

         En los dos artículos anteriores seleccioné noticias curiosas partiendo de una idea expuesta por Kafka en una de sus cartas a Felice (el lector curioso que se incorpora ahora puede consultarlos con facilidad). Los habíamos agrupado en las categorías siguientes: realidad y ficción, discusiones intelectuales con triste final, identidad, detectives y amor. Vimos que no era raro que una noticia compartiera dos o más categorías y precisamente aquella con la que quiero empezar hoy se encuentra en las dos últimas. Amor e indagación policial se dan en ella.

         A principios de este siglo oíamos hablar mucho de matrimonios de conveniencia. Cónsules y jueces se encargaban de impedir que se celebraran descubriendo la impostura mediante hábiles preguntas. Un domingo de octubre de 2006 El País publicaba un pequeño reportaje sobre el asunto. El precio de un cónyuge español, se decía allí, iba de 3000 a 10 000 euros. Un cónsul del norte de África contaba que había muchos casos de hombres que solo hablaban árabe y algo de francés y que solicitaban casarse con una chica que conocía exclusivamente el español. Cuando se les preguntaba por la comunicación solían decir que siempre había a mano un primo o un amigo que hacía de intérprete. Pero una chica fue más lejos y contestó a un canciller: “Nos comunicamos con la mirada y con el corazón”. Así eludían, pienso, como filósofos analíticos, las trampas del lenguaje. En un libro de Jünger tengo yo subrayada esta afirmación: “Los enamorados no necesitan diccionario”.  

         Podemos entrar en otra categoría, la de la muerte, sin abandonar la del amor, porque las dos noticias que traigo ahora pertenecen a ambas. La primera es de noviembre de 2009 en El Imparcial y nos habla de un vietnamita que dormía como perro fiel sobre la tumba de su esposa. Tras meses así, decidió cavar un túnel para seguir haciéndolo con mayor cercanía y protegido de las inclemencias del tiempo. Sus hijos intervinieron y le impidieron sus sueños extravagantes. Una noche desenterró los restos, moldeó la arcilla alrededor de ellos, vistió la figura resultante y se la llevó a su cama, donde durante cinco años durmió con ella. Me ha recordado lo que se dice (pero se dice mal) de la poetisa Carolina Colorado. Se cuenta que embalsamó el cadáver de su marido y lo tenía en una habitación de su palacete. Lo llamaba “el silencioso” y “el hombre de arriba” y hablaba con él contándole sus cuitas.

         Esta misma pertenencia a los títulos de amor y de muerte puede atribuirse a la noticia de El País de 26 de julio de 2008. El pintor francés Jean-Louis Ronzier se casaba a título póstumo con su compañera fallecida cuatro años antes. “Ella hubiera hecho lo mismo en mi lugar. La quiero mucho (obsérvese el tiempo verbal) y las otras mujeres no me interesan”.

         Terminaré con dos informaciones inclasificables y, por ello, más fieles al programa de Kafka con el que empezábamos esta serie de artículos.

En Speyer (Alemania), una mujer escuchaba los problemas personales de un amigo. Este acompañó sus lamentos con alcohol y la charla se convirtió en monólogo  interminable. La mujer protestó sin éxito y acabó llamando a la policía. Cuando los agentes devolvieron al hombre a su casa llevaba ¡treinta horas! hablando sin parar a su amiga.

En Turnhout (Bélgica) un jubilado flamenco lleva nueve años recibiendo pizzas, kebabs o hamburguesas que no ha solicitado. A veces el timbre suena después de medianoche, cuando ya duerme. Muchas son las denuncias que ha puesto contra el enigmático acosador que, usando distintos nombres y correos electrónicos, hace el pedido a diferentes locales a través de la plataforma Takeaway.com, que permite pagar en efectivo en la puerta del cliente. El jubilado, con problemas de corazón, considera que la cosa dura demasiado para ser una broma y no puede dormir por el estrés que la situación le provoca. En la foto que aparece en el artículo su rostro mira a la cámara con hartazgo rebelde, mientras sostiene en las manos una de sus denuncias. “Ni siquiera me gustan las pizzas”, dice.

 

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA

 


 Leer en el periódico.

 

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