lunes, 3 de febrero de 2020

El friki




Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 3 de febrero de 2020.


EL FRIKI

Aunque el diccionario de la lengua española de la RAE otorga tres acepciones a la palabra friki, en realidad pueden resumirse en estos dos significados: el de raro o extravagante y el de una persona aficionada desmesurada y obsesivamente a algo. No me parece que toda rareza conceda a quien la porte el título de friki ni que lo haga igualmente cualquier afición exagerada. Un apasionado de la historia o la poesía no tiene por qué ser un friki. Hoy día en España lo mismo utilizamos el vocablo para referirnos a quien hace ya años nos representó en Eurovisión con una guitarra de juguete que para hablar de los personajes, académicamente brillantes, de la exitosa serie The Big Bang Theory. Si bien los dos casos son extravagantes, no lo son del mismo modo. Por otra parte, nada recogen las definiciones de la RAE, por ejemplo, de la asociación entre el friki y la informática, o del dominio que el friki adquiere en la materia por la que muestra esa desmesurada afición. Voy, pues, a proponer un acercamiento al friki entendido como una persona apasionada por algo, en general relacionado con las nuevas tecnologías o con la ciencia ficción, y con una cierta carencia de lo que los psicólogos llaman habilidades sociales. Comoquiera que tradicionalmente se ha considerado al sabio un ser inútil para la vida cotidiana, podemos preguntarnos si es el friki el sabio (o al menos una modalidad de él) en nuestro tiempo.
Del primer filósofo, Tales de Mileto, se cuenta que cayó a un pozo por ir mirando los astros, y que una joven campesina tracia se rió al ver la escena. Tycho Brahe, a su vez, habría sugerido a su cochero que se orientaran por las estrellas para seguir el camino más corto, a lo que el cochero replicó: “mi querido señor, usted podrá saber mucho sobre los cuerpos celestes; pero aquí, sobre la tierra, es usted un necio”. ¿Es acaso el don del pensador como aquel con el que Juno honró a Tiresias, cegándolo para dotarle de la facultad de la adivinación? Puede que el intento de abarcar el universo le valga al sabio un tropezón, pero esto no significa que no sepa tratar con la realidad. El propio Tales, conociendo que se avecinaba una gran cosecha de aceite, tomó en arriendo muchos olivares y ganó una fortuna, demostrando así que mirar más allá de las narices puede ser notablemente práctico. El conocimiento es visto así en íntima relación con los fines vitales. Incluso con el fin vital por excelencia: la felicidad. La imagen del sabio que toma las decisiones acertadas y vive una vida feliz procede de ese reconocimiento. ¿Cómo es posible que se den estas dos visiones opuestas del sabio? ¿En qué quedamos? ¿Es un ser que se maneja como pez en el agua en el mundo de las ideas pero que en cuanto echa los pies a tierra tropieza sin remedio o un hombre que parece haber encontrado el modo de orientarse en el enredo de la vida? Quizá estemos ante dos tipos de sabio o ante dos interpretaciones que los que no lo son han hecho siempre de esos hombres que les parecían diferentes. En cualquier caso, no estamos ante un friki.
Y eso porque el conocimiento del friki es un conocimiento basado en respuestas. Al friki le encanta desplegar la panoplia de nociones en las que es experto. El sabio, sin embargo, es un ser de preguntas. El friki se extiende en su campo de investigación, detallando los detalles. El sabio no se extiende: profundiza. Esa extensión del friki es enorme, pero dentro de unos estrechos límites: el friki es un especialista. El sabio, al contrario, tiene vocación de totalidad. Hay una versión del friki, sin embargo, que, saltando los límites de una especialidad, pretende abarcarlas todas. Podríamos llamarlo el friki de trivial quien, valga el oxímoron, es un especialista del todo. No hay que confundirlo con el sabio. A mi juicio, sería el heredero del erudito. La diferencia esencial entre el friki de trivial y el erudito estriba en que el erudito vive de la tradición, mientras que el friki ha roto con ella. Por eso es un fenómeno de nuestro tiempo.
Juan Fernando Valenzuela Magaña

En el periódico puede leerse aquí.




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