Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 2 de marzo de 2020.
¿SOCIEDAD
DEL CONOCIMIENTO?
Cuando
los sueños se hacen realidad, es difícil reconocerlos. Les falta para ello un
ingrediente fundamental: la irrealidad. Una vez encarnados, materializados, con
esa facilidad con que nos acostumbramos a lo real, no caemos en la cuenta de
que era eso lo que habíamos soñado, de que estamos viviendo lo que nuestra
fantasía, ilusionada, proyectaba. De algún modo, con todas las reservas que se
quiera, un sueño se ha cumplido en nuestro mundo. El conocimiento ya está al
alcance de todos, hasta tal punto que nos llamamos Sociedad del Conocimiento.
Piénsese lo difícil que podía ser hace medio siglo acceder a libros que nos
interesaban, a películas que queríamos ver, a música que nos atraía. No digamos
leer, qué sé yo, la prensa francesa o inglesa a diario. O aprender ruso. O
saber instantáneamente lo que está pasando en, pongamos, Leipzig. Hoy nadie que
quiera acceder a un libro, una película, una música, un periódico, se queda sin
hacerlo porque le sea, no ya imposible, sino difícil de obtener. Basta mover un
solo dedo.
Los libros, advertía Platón allá por el siglo IV a.C., pueden
darnos la peligrosa y falsa sensación de que sabemos las cosas en ellos
contenidas. Por el hecho de que uno ha leído las decenas de ejemplares que
tiene en su biblioteca cree llevarlos dentro. De ahí a pensar que, incluso sin
leerlos, ya han ejercido su función en nosotros, no hay más que un paso. Hoy,
al ampliarse exageradamente la situación que turbaba a Platón, que tanto sabía
de apariencias (recuérdese el mito de la caverna), podemos entender mucho mejor
a qué se refería el filósofo griego. Internet pone a nuestra disposición todo
el conocimiento humano, y eso nos procura la impresión de que lo sabemos todo.
Para qué aprender nada si está en internet.
Al discípulo de Platón, Aristóteles, no le hubiera
inquietado esa disponibilidad del conocimiento. Según él, el hombre por
naturaleza desea saber. Pónganse a disposición de la gente textos de ciencia,
obras de arte, tratados filosóficos, volúmenes de historia, novelas y cuentos y
poemas, y vídeos explicativos que permitan comprenderlos. Todos se abalanzarán
sobre ellos buscando la sabiduría. Bien. La ciencia, el arte, la filosofía, la
historia, la literatura, están ahí, a la mano, más concretamente al dedito (el
índice, el que hace click). ¿Somos, como cabría esperar, una sociedad más sabia?
¿Merecemos el título que nos otorgamos, Sociedad del Conocimiento?
Cierto es que la falta de filtro en la red ha supuesto la
mezcla de lo valioso, lo mediocre y lo absurdo, de modo que lo primero que se
necesita para conocer algo es hacernos de un criterio previo que nos oriente en
el totum revolutum que tenemos a nuestra disposición. Recuerdo que en los
ochenta, en una clase de lengua se nos preguntó qué era para nosotros un libro.
Cuando un compañero dijo que para él un libro era un objeto con pastas en que
aparecía un título y hojas en el interior, con letras que formaban palabras y
que daban información, todos reímos el malentendido. La pregunta apuntaba a la
relación espiritual que manteníamos con esa realidad, no a la descripción del
objeto en sí. Sin embargo, si pensamos en la diferencia que hay entre El proceso de Kafka y…. (aquí cada uno
rellene el hueco con el título que quiera), caeremos en la cuenta de que aquel
alumno no iba tan desencaminado. Lo único que los libros tienen en común es
precisamente eso, que tienen pastas y hojas. O así era en aquel entonces, pues
hoy, con los libros digitales, ya no es algo material lo que unifica eso que
llamamos libro.
Buscar y usar esa herramienta previa y fundamental, el
criterio para navegar por lo que se nos ofrece con el fin de hacerlo propio,
requiere una sincera voluntad de conocimiento. Y esa es la pregunta. ¿Es
nuestra sociedad una sociedad que quiere saber? ¿Es su ignorancia, más o menos
densa, fruto de la pereza y la cobardía, como decía Kant cuando alentaba a
atreverse a saber? ¿De qué instancia humana, recóndita e inconfesada, proviene
esa ignorancia que tan fácilmente puede ser remediada?
Juan Fernando Valenzuela Magaña
Harían falta muchas cifras para cuantificar hasta qué punto se han multiplicado en las últimas décadas las interacciones escritas entre los humanos, pero sería demasiada candidez hablar de la sociedad del conocimiento.
ResponderEliminarLo mediocre y lo absurdo se sobreponen a lo valioso, de largo. La nuestra es más la sociedad del espectáculo. Los generadores y propagadores de contenidos de los unos y la fatiga (más que la pereza) de los otros cooperan en abrir las puertas a la ignorancia.
Sí, en estas cosas nos vemos solo con impresiones, y me parece muy lúcida la tuya.
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