Los amigos, de Kazumi Yumoto.
Traducción de
José Pazó Espinosa
Nocturna
Ediciones
Los griegos concibieron a los hombres
como mortales frente a una naturaleza cíclica y unos dioses que se
caracterizaban por su inmortalidad (que no es lo mismo que la eternidad: la
eternidad es trascendencia, está más allá del tiempo, mientras que la
inmortalidad es un tiempo que no se acaba). La vida del hombre, para ellos, era
una recta en un universo que se repite cíclicamente para siempre. Una recta
única, individual, entre el nacimiento y la muerte. La tarea humana consistiría,
pues, en crear algo que sea más o menos imperecedero, en dejar huellas
imborrables que acercan al hombre a la inmortal divinidad. La muerte como
acicate para una vida más plena.
Como las culturas, cada individuo tiene
su propia revelación de la muerte y su reacción a ella. Es lo que les ocurre en
esta novela a tres amigos de doce años. Fascinados por el hecho de la muerte,
se ponen a pensar. También Savater comenzó
a pensar, nos cuenta en un libro suyo, a raíz de la revelación, a los diez años
más o menos, de que algún día iba a morir. Los tres amigos comienzan a espiar a
un viejo que piensan morirá pronto. A través de la voz de uno de esos amigos
asistimos a la relación que llegan a establecer con el anciano, en la que van
abriéndose al mundo mientras se enfrentan a sus miedos que, tal y como dice uno
de los personajes, tienen su origen en lo que carece de forma, de nombre. Esa
relación, entre alguien que está al final de su vida y los amigos que la
comienzan, vertebrará la historia, escrita en una prosa límpida y dinámica, que
nos ofrece en una cuidada y gustosa edición Nocturna Ediciones.
“Un hombre libre en nada piensa menos
que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la
vida”, dice Spinoza en su Ética. Si
reparamos en que la mortalidad griega predisponía, como hemos dicho, a la
acción en la vida y, por otro lado, en el vitalismo que caracteriza a Savater,
concluiremos que esas famosas palabras de Spinoza quizá indiquen que la
libertad y la propia meditación de la vida suponen el pensamiento, espoleado
por la revelación del hecho de la muerte, una revelación que, por esas
complejidades que tiene la existencia humana, permite una vida más plena.
La novela, por ello, se abre con la
misma facilidad a un lector adolescente y a uno adulto. El primero reconocerá su
mundo en las ideas y peripecias de los tres amigos, y el segundo comprenderá
que la muerte remite al nacimiento, y que este, que consiste en la capacidad de
iniciar algo completamente nuevo, es tan decisivo en el hombre como aquella.
Porque a esta novela pueden aplicarse
las palabras que el narrador dice de uno de los personajes: “Tiene el don de
expresar de forma muy simple cosas muy importantes”.
Juan Fernando
Valenzuela Magaña
Reseña aparecida en Diario Jaén el día 20 de marzo de 2015
Excelente reseña, Juan Fernando. Un abrazo fuerte.
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