Artículo aparecido en Diario Jaén el miércoles, 19 de diciembre de 2012, el mes en que se cumplían 70 años de la muerte de Manuel García Morente. Pulsa en él para ampliarlo. |
MANUEL
GARCÍA MORENTE
Había nacido en Arjonilla en 1886. La
mañana del día 7 de diciembre de 1942, hace ahora setenta años, moría en Madrid.
Tenía en la mano la Suma Teológica de
Santo Tomás de Aquino.
Aquel lejano día de posguerra, en un
salón del convento de la Asunción, en torno a ese hombre amortajado con su
sotana, su figura, como rodeada de espejos, se iría multiplicando, igual y
diferente, en la memoria de los amigos que lo rodeaban. Es probable que todos
recordaran en ese momento de despedida dos momentos esenciales en la vida del
difunto. Uno por ser símbolo y otro por ser comienzo de un camino que la muerte
acababa de truncar recién nacido.
El momento simbólico acaece en 1933 y lo constituye un
crucero universitario por el Mediterráneo. Morente, su jefe de expedición, era por
entonces decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central
de Madrid. El 15 de enero de ese mismo año se había inaugurado su nuevo
edificio en la Ciudad Universitaria. El edificio, fruto de la compenetración
del arquitecto Aguirre y el decano, compartía con el crucero el mismo espíritu
abierto y luminoso que vertebraba también el nuevo plan de estudios, diseñado
por Morente. Ninguno de los participantes olvidaría ese viaje. Uno de ellos, Julián
Marías, escribió en sus memorias: “Creo que nadie pudo olvidarlo nunca.
Nuestras vidas se han nutrido en buena medida de aquella experiencia”. El
crucero en el Ciudad de Cádiz supuso
una convivencia durante cuarenta y cinco días de una parte significativa de los
intelectuales de aquel momento y de los años posteriores, en un entorno
enormemente estimulante para ellos. Estaba planteado como un viaje al origen de
nuestra cultura, un contacto con ruinas y paisajes de las orillas del
Mediterráneo donde empezó nuestra milenaria aventura. En el documentadísimo
libro El sueño de una generación, de
Josep Maria Fullola y Francisco García Alonso, se cuenta el contexto y el
desarrollo del viaje, y en Notas de un
viaje a Oriente, de Julián Marías, puede leerse su diario y correspondencia
de aquel viaje. Isabel García Lorca expresó el motivo de la importancia que
tuvo aquel crucero para muchos de sus participantes: “Era (…) la primera vez
ante muchas cosas: el descubrimiento”. El Ciudad
de Cádiz, en lo que constituye un símbolo, fue hundido en la guerra civil.
El momento de radical transformación acontece pocos
años después del crucero, en abril de 1937. Morente ha tenido que huir del
Madrid de principios de la guerra porque su vida corre peligro. Lo han
despojado del decanato, han asesinado a su yerno en Toledo, dejando a su hija
viuda con veintidós años y dos hijos. Está en París, en un estado de extrema
penuria, comiendo en casa de la viuda de un antiguo compañero de estudios
muerto en la Gran Guerra y alojado en el piso de su amigo Ezequiel de Selgas,
que, como correo secreto, se ausentaba días y noches enteros dejándolo solo. Al
dolor se suma el remordimiento por haber dejado a su familia en España y su
preocupación por sacarla de allí. Todas sus gestiones fracasan, también las que
hace para encontrar trabajo. Su situación económica cambia al conseguir un
encargo editorial, un diccionario francés-español y español-francés. Recibe
entonces la oferta de la cátedra de Filosofía en la Universidad de Tucumán, en
Argentina. Acepta, pero condiciona el viaje a la salida de España de su familia
con el objeto de que lo acompañen. Esta salida se pone difícil y entonces, en
la noche del 29 al 30 de abril, solo en el piso desde el que puede verse, en la
lejanía, Montmartre y la luz de la torre Eiffel, Morente vive una conversión
que le da un nuevo rumbo a su vida. Cuando uno toca fondo, se encuentra con
Dios. Al día siguiente, resuelve hacerse sacerdote, pero mantiene la decisión
en secreto. Sus hijas consiguen llegar a París y la familia emprende el viaje
transoceánico. El testimonio de esa noche lo constituye una carta escrita
tiempo después, en septiembre de 1940, al doctor José María García Lahiguera.
En Tucumán, con ese secreto todavía guardado en el
corazón, imparte en 1937 un curso que queda recogido en un libro exitoso, Lecciones preliminares de filosofía, que
nos permite entender la afirmación de quienes asistieron a sus clases: Morente
tenía un enorme talento pedagógico. En efecto, la lectura de cualquiera de sus
obras corrobora completamente esa impresión. Su libro sobre la filosofía de
Kant combina el rigor, la amenidad y la claridad expositiva de un modo
aparentemente fácil pero en el fondo sorprendente. Morente consigue en sus
escritos, mediante el estilo y la ordenación de la materia, facilitar la
comprensión y asimilación de asuntos hondos y complejos con la maestría de una
tradición pedagógica de la que, lamentablemente, no se ve rastro alguno en
nuestro tiempo.
JUAN
FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA
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