viernes, 14 de noviembre de 2025

Olores (III)

   Artículo aparecido en el Jaén el jueves, 13 de noviembre de 2025.


OLORES (III)

            No puedo dejar el asunto de los olores que nos ha ocupado en los dos últimos artículos sin mencionar a una mujer. La conocí hace ya muchos años en un documental titulado ¿Por qué compramos?, que trataba del marketing sutil, la seducción del consumidor a través de sentidos como el olfato o el oído. Ella salía, la recuerdo, oliendo todo lo que se le ponía por delante, a veces con los ojos cerrados, con una libreta donde tomaba notas. Había viajado a Suiza para diseñar el aroma de una cadena de hoteles. Olía la nieve, la madera, una moneda, un billete. Hace poco he vuelto a verla en una entrevista en la prensa. Su rostro noruego ya está surcado por las arrugas del tiempo, pero la pasión de Sissel Tolaas, que así se llama, sigue intacta. Me ha recordado esos personajes de novela cuya vida gira en torno a una idea alejada de las del resto de la gente. En su estudio huele a petricor, el olor de la lluvia en la tierra seca. Su afán experimentador le ha llevado a crear un queso a partir de las bacterias de una bota de fútbol de Beckham, que fue degustado en la zona VIP del Estadio Olímpico de Londres, o a recrear el hedor de las trincheras de la Gran Guerra en el Museo de Historia Militar de Dresde. Nunca usa desodorante o perfume, a no ser que se considere tal el intenso olor a sudor que ella sintetiza y que se pone en fiestas de alto postín en las que todo el mundo va muy arreglado. En la entrevista a que me refiero acabó recogiendo el sudor de la axila del periodista. Esto me lleva a recordar un libro de Aristóteles en general poco estudiado, Problemas, una especie de curiosa enciclopedia avant la lettre que contendría la mayoría de conocimientos que un hombre culto de esa época debería conocer. En él se pregunta cosas sobre multitud de temas, entre ellos el de los malos olores. Así, dice: “¿Por qué la axila es el lugar que huele peor? ¿Acaso porque es el menos ventilado? El mal olor se da en tales zonas especialmente, porque se produce una putrefacción de la grasa por causa del descanso. ¿O es porque esta parte no se mueve y no se ejercita?”. No creo que Sissel Tolaas estuviera de acuerdo con el Estagirita en el calificativo de “malo”: “Yo prefiero el sudor antes que el desodorante que lo tapa. No hay nada más honesto que un olor”, sostiene. Como vemos, hay una reflexión tras su postura que implica acercarse a las cosas de un modo distinto al visual, que es el que rige en nuestro mundo de egos y pantallas. Yo creo que Napoleón estaría más de acuerdo con ella que con Aristóteles, si tenemos en cuenta que le escribió desde el campo de batalla a su Josefina: “Vuelvo en tres días, no te laves”.

            Alguna vez hemos hablado aquí de los premios Ig Nobel, que todos los años se entregan en septiembre y que, parodiando los Nobel, hacen reír y pensar a partes iguales. Este año se ha otorgado el premio de Pediatría a una investigación que descubrió que los bebés están más tiempo mamando si la leche materna huele a ajo porque las madres lo han comido. Otro premio, también relacionado con el olfato, se lo ha llevado una investigación india, que sostiene que a más de la mitad de los encuestados (pero solo a un poco más) le molesta el olor a pies: “Los zapatos rara vez se lavan y, sin una ventilación adecuada, se convierten en un caldo de cultivo para una bacteria muy maloliente”. La investigación propone soluciones para este problema. Este premio recuerda aquel que recibieron en 2006 Bart Knols, de la Universidad agrícola de Wageningen en Holanda y Ruurd de Jong, por mostrar que el mosquito Anopheles femenino, que transmite la malaria, se ve tan atraído por queso limburger como por el olor de los pies humanos.

            Acabemos con dos olores agradables para todo el mundo. Uno, el de los bebés. Escáneres cerebrales realizados a mujeres que olían a bebés mostraron que se activaban las áreas cerebrales relacionadas con las recompensas. El otro, el de los libros, viejos o nuevos; o el de los periódicos. Si está usted leyendo esto en papel, no tendrá que evocarlo. Si lo está leyendo en una pantalla, habrá de recurrir, ay, al recuerdo.

 

Juan Fernando Valenzuela Magaña




miércoles, 5 de noviembre de 2025

¿Quién era "Segundo Holmes"?

 Texto publicado en la revista de San Juan, 2025

¿QUIÉN ERA “SEGUNDO HOLMES”?

         Es uno más de esos libros que uno encuentra en las librerías de viejo, desgastados por el tiempo y las mudanzas quizá más que por el uso. Se titula La gente del hampa y está escrito por don Segundo Holmes con ilustraciones de Arejula. Ambos, al estar escritos entre comillas, parecen ser seudónimos. Es de 1930 y la editorial es Lux. En la portada aparece un dibujo a color. Dos individuos, uno con gorra roja y otro con sombrero negro, atracan a un tercero, con chistera y aspecto de ricachón. El ladrón del sombrero lleva en su mano izquierda una enorme navaja. De fondo, la puerta de una casa con jardín, que puede ser la del mismo atracado. El índice nos informa de que hay un prólogo, que consiste en una entrevista con un ladrón, y cinco partes, las cuatro primeras dedicadas a distinto tipo de delincuencia (“Delincuentes del hurto”, “Delincuentes de robo”, “Delincuentes de estafa”, dentro de la que está “El timo de la guitarra” o “El timo del entierro”, y “Delincuentes de falsedades”). La quinta parte trata temas diversos, como la jerga de la gente del hampa o la identificación y la dactiloscopia.

Es difícil saber quién se esconde detrás de don Segundo Holmes (ni siquiera el ChatGPT lo sabe), pero no estaría escribiendo este artículo si no lo supiera y si no fuera alguien vinculado a nuestro pueblo. Se trata de Miguel Nieto Paños, conocido entre nosotros por su historia de Navas y de quien hemos hablado en varias ocasiones en estas páginas y en las de Stella. La prueba principal y definitiva la encontramos en la Gaceta de Madrid (antiguo BOE) del 11 de agosto de 1933. Entre las obras inscritas en el Registro general de la propiedad intelectual correspondientes al tercer trimestre de 1932 aparece La gente del hampa, “por Miguel Nieto Paños, con el seudónimo de “Segundo Holmes”, del texto, y con el de “Arejula”, de las ilustraciones”. La publicación que consta es la de Núñez y Compañía, 1929, Barcelona, lo que apunta (por otros datos con los que no aburriré al lector) a que esta empresa imprimió el libro para la editorial Lux y que tal vez hubiera una segunda edición en 1930.

No es de extrañar, pues, que volvamos a encontrar este seudónimo y estos temas en distintas conferencias dadas en Radio Barcelona en 1926 y 1927. Recordemos que Miguel Nieto dirigió la parte literaria de esta emisora. Si a eso sumamos que, junto con su hermano Antonio, había ganado en 1911 las oposiciones al Cuerpo de Vigilancia (la rama civil y de paisano de la policía gubernativa, encargada entre otras cosas de la prevención y represión del delito y de la vigilancia de sospechosos y delincuentes), la cuestión tratada en el libro no quedaba lejos de sus intereses. Y una cosa más. Sospechamos, como hemos visto en otros artículos sobre él (en Stella, 2016 y Stella, 2023), que pudo estar detrás del seudónimo “Tirso” y de la figura de Mercedes Fortuny.

En otra ocasión hablaremos de la fortuna de este libro tras su publicación, las reseñas que lo comentaron, la publicidad que obtuvo y el precio a que se vendía. Solo queda preguntarse si este policía escritor que tan celosamente se escondió detrás del detectivesco seudónimo de Segundo Holmes consideró que había pistas suficientes para que un siglo después un paisano suyo lo desenmascarara.

 

Juan Fernando Valenzuela Magaña




Una tertulia en 1925

 Texto publicado en la revista Stella, 2025



UNA TERTULIA EN 1925

  

         ¿De qué se hablaba en 1925, hace un siglo, en nuestro pueblo? Intento recrear una tertulia en uno de sus bares, el de Parrilla por ejemplo, con personas que vivían entonces tratando asuntos del día. Pero como veo tantos posibles desarrollos decido que sea el lector el que evoque esa conversación. Así que aportaré datos fieles (entresacados de la prensa de la época y de los imprescindibles libros de Manuel Valenzuela) a modo de piezas con las que se pueda armar libremente la historia, como en esos juegos en los que según se combinen las mismas cartas van apareciendo distintas figuras.

         Mantengamos el bar de Parrilla a modo de escenario fijo. Doy cuatro posibles tertulianos: un farmacéutico, Julián Díez, un veterinario, Pablo Pasanís, un maestro, Faustino Morato Vadillo y Agustín Sanz. Allá va una pincelada de cada uno para mejor imaginar la escena. El primero, Julián Díez, desde hace treinta años es farmacéutico titular de Navas. El segundo, Pablo Pasanís, lleva también todo el siglo ejerciendo su oficio de veterinario en nuestro pueblo. En cuanto al tercero, lo vemos ir de un sitio a otro en diferentes escuelas de España años atrás, pero sabemos que este curso está aquí y que ya se ha quejado al alcalde de las malas condiciones del local donde da clase. Agustín Sanz, un joven de 20 años, se ha sentado con ellos porque le han preguntado por un asunto que ha dado mucho que hablar en las provincias de Jaén y de Córdoba. Según la época del año donde se sitúe el relato, podemos estar dentro (en el exterior, una tarde parda y fría, monotonía de lluvia machadiana) o fuera (cielo azul, nubes azorinianas). Conviene dar un toque realista con unos vinos manchegos y una botella verde de cerveza El Lagarto sobre la mesa. De fondo, si se quiere meticulosidad, puede aparecer la furgoneta de reparto, una Renault Monastella matrícula J-2262.

         Ahora veamos un puñado de temas de la actualidad de hace un siglo y de los que es fácil imaginar que se hablara en esa tertulia. Pueden colear asuntos del año anterior, como la plaga de langosta del agosto pasado (el maestro tal vez saborea en su mente con lentitud el alejandrino y la aliteración: “La plaga de langosta del agosto pasado”). Puede uno llevar la conversación al robo de bestias. A final de marzo le habían sustraído en el Tostadero a Pedro Torres Parrilla una burra de 3 años. El 1 de mayo, precisamente el 1 de mayo, habían robado en Cerro Laguillas una yegua de 11 años con una rastra de un muleto y un caballo capón de 7 años, de Gaspar Garrido, más una yegua de 17 años de Celedonio Rubio. En julio le había tocado el turno a una burra de 20 años de Pedro Sánchez Parrilla y a otra de 8, preñada, de Domingo Casas Pérez, en Olla Paciencia. Si quisiéramos prolongar esa conversación, recurriríamos a robos del año anterior.

         Por supuesto puede salir la situación en Marruecos, haciendo coincidir la tertulia con las noticias sobre el desembarco de Alhucemas. Y otros asuntos locales, como el estado ruinoso del ayuntamiento. Si el lector gusta del humor macabro, puede jugar con la construcción del nuevo cementerio, que pronto sería inaugurado, inventando una conversación en la que se apueste por quién será el último en ser enterrado en el viejo y quién el primero en el nuevo.

         Pero decía que se había sentado a la mesa Agustín Sanz porque le van a preguntar algo. Y es que, junto con otros seis naveros, había asistido al mitin que se había celebrado el domingo 22 de febrero en Baeza por parte del Bloque Agrario. ¿Hubo mucha gente? ¿Se constituiría en una fuerza política? ¿Cómo hablaba y cómo era y qué dijo Juan Díaz del Moral, esa eminencia? ¿Es cierto que Alfonso XIII se ha interesado por el Bloque Agrario? Cuenta, cuenta…

         Y así, combinando estas piezas, dejando al lado unas y cogiendo otras, se pueden imaginar distintas conversaciones que una tarde de 1925, hace un siglo, tenían algunas de las personas que, bajo el mismo cielo pero con otra lluvia u otras nubes, vivían en Navas de San Juan.

 

Juan Fernando Valenzuela Magaña

 

 

 

 

domingo, 19 de octubre de 2025

Olores (II)

  Artículo aparecido en el Jaén el jueves, 16 de octubre de 2025.

OLORES (II)

         En el artículo anterior mencionaba cómo, además de suscitar el recuerdo de una época de nuestra vida, un olor puede animar una época histórica. Existe una base de datos de olores históricos, llamada ODEUROPA Smell Explorer. Si uno entra en la web y teclea una palabra (“rosa”, por ejemplo), nos encontraremos imágenes y textos de los últimos siglos en los que aparece el elemento olfativo deseado. El equipo de investigadores de ODEUROPA ha recreado varios olores que han presentado en el pabellón europeo de la Exposición Universal de 2025 que acaba de celebrarse en Osaka (Japón), entre ellos el del infierno o el de los canales de Ámsterdam. Pese al uso de la tecnología en el ámbito del olor, este parece relegado al llamado mundo real, que cada vez se sabe menos lo que es. Por mucha información sobre el olor de la rosa que contenga la página mencionada, si uno quiere olerla tendrá que levantarse del asiento, dejar a un lado la pantalla y acercarse a un jardín. Sin embargo, es curiosa y no muy conocida la historia de los intentos por incluir los olores en el mundo tecnológico de nuestros días.

         El 1 de abril de 1965 la BBC emitió una entrevista en la que un hombre presentado como profesor de la Universidad de Londres hablaba de una tecnología, que él había perfeccionado, que permitía a los televidentes oler lo mismo que había en el estudio. El dispositivo troceaba en moléculas los olores y los trasmitía a través de la pantalla. El profesor cortó cebollas, hizo café y pidió que los televidentes se situaran a un metro ochenta de distancia de su televisor.  Muchos espectadores dijeron haber percibido los aromas con claridad, y algunos incluso lloraron a causa de las cebollas. Sin embargo, se trataba de una broma por el Día de los Inocentes, que allí es el 1 de abril. Supongo que si la broma coló es porque no era inverosímil. El mundo del cine había experimentado con olores desde sus comienzos. En 1906, en la proyección del desfile del Torneo de las Rosas de Pasadena, el dueño del local colocó en el techo unas grandes bolas de algodón impregnadas en perfume de rosas frente a unos ventiladores. Los intentos se sucedieron durante decenios. En 1929, en la presentación de la película La Melodía de Broadway, un teatro de Nueva York perfumó el recinto desde el techo y la ventilación. En 1940, en un cine de Detroit mezclaron olores a brea, alquitrán o brisa marina durante la proyección de The Sea Hawk, con Errol Flynn. Un sistema inventado por el suizo Laube se utilizó en la película Aroma de Misterio de 1960, con Elizabeth Taylor. El olor a tabaco señalaba al asesino. El sistema exhalaba el olor a través de una red de tubos de plástico que terminaba en los asientos. Señales en la banda sonora activaban los olores (a flores, a café, a menta…). Pero había espectadores que decían que llegaban con retraso y tardaban en irse, mientras que otros sintieron náuseas. El último intento que conozco fue la película Polyester, en 1981. El público disponía de unas tarjetas para raspar y oler. Cuando aparecía un número en la pantalla, había que rascar el lugar correspondiente y se olía, lo mismo pizza que pegamento o heces. El director dijo: “Hice que la audiencia pagara para oler mierda”.

         En cuanto a internet, en el cambio de siglo dos visionarios graduados en Stanford intentaron llevar a las páginas web el mundo de los olores. Inventaron un aparato, llamado iSmell, que contenía pequeñas dosis de los olores esenciales en forma de aceites y que, conectado al ordenador por un cable USB, era capaz de emitir el olor deseado. El error básico fue que al generar un nuevo olor no desaparecía el anterior y al final había una mezcla nada agradable. Un intento más ocurrió en 2014, un dispositivo que era un teléfono de aromas. Se consiguió transmitir un mensaje olfativo de París a Nueva York: el aroma de champán y macarrones.

         Algo parece que no termina de cuajar en los intentos de hacer con el olfato lo que se ha hecho con la vista y el oído: un sentido a distancia.

          

Juan Fernando Valenzuela Magaña




miércoles, 17 de septiembre de 2025

Olores

    Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 8 de septiembre de 2025.


OLORES 

Quiero comenzar este artículo con dos recuerdos. El primero, de mi infancia, es el de un juego de mesa del que solo he conocido ese ejemplar. Se encontraba en el local de una asociación de mi pueblo, Navas de San Juan, y, aunque he olvidado las reglas, en el fondo se trataba de identificar el olor (a fresa, a violetas, a vainilla…) de las diferentes tarjetas que venían en él. El segundo recuerdo también es lejano, aunque no tanto. En el Museo Arqueológico de Sevilla, hará unos veinte años, había una urna cerrada que al ser abierta permitía oler un aroma del lejano pasado (creo que recreaba el usado en ritos funerarios tartésicos).

         El hecho de la singularidad del juego de mi infancia (hace tiempo vi un libro de niños con olores, pero me da que son contados) unido al de la necesidad de recrear un aroma para siempre perdido, nos hace caer en la cuenta de la volatilidad, la fugacidad de los olores, que se sustraen a nuestros intentos por conservarlos. Por eso mismo y porque el olfato se enlaza directamente con el hipocampo (el centro de la memoria a largo plazo del cerebro) tienen un gran poder evocador. Lo experimentó bien Proust, quien levanta la catedral literaria de En busca del tiempo perdido a partir del famoso episodio de la magdalena: “Cuando después de la muerte de las personas, después de la destrucción de las cosas, nada subsiste de un pasado antiguo, solo el olor y el sabor más débiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles perdurarán durante mucho tiempo aún, como almas, recordando, aguardando, esperanzados, sobre la ruina de todo lo demás, portando sin flaquear sobre su gotita casi impalpable el inmenso edificio del recuerdo”.

         No hay más que leer la novela El perfume de Süskind para darse cuenta de cómo ha cambiado la permisividad olfativa en los últimos siglos. Ambientada en el siglo XVIII, se dice en ella que en las ciudades reinaba “un hedor apenas concebible para el hombre moderno. Las calles apestaban a estiércol, los patios interiores apestaban a orina, los huecos de las escaleras apestaban a madera podrida y excrementos de rata; (…); los aposentos sin ventilación apestaban a polvo enmohecido; los dormitorios, a sábanas grasientas, a edredones húmedos y al penetrante olor dulzón de los orinales”. Hoy nos resistimos a convivir con esos olores, así como con los que en esos tiempos eran normales en los cuerpos: “Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados, los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos”. La campaña por la desodorización del mundo no tardaría en iniciarse. La difusión de la mentalidad burguesa fue acompañada de un descenso de la tolerancia olfativa. La gran intervención de Haussmann en la ciudad de París, ya a mediados del XIX, se guio por esa nueva sensibilidad, que afectó también a los olores corporales. Hoy nos asombra la ceremonia que todos los días se llevaba a cabo en torno a Luis XIV al levantarse (el Grand Lever). Solo los elegidos de la corte asistían a ella. Los sirvientes limpiaban la cara y las manos del Rey Sol, lo rasuraban y lo peinaban. No le lavaban el pelo, donde, mientras lo tuvo, nadaban felices los piojos, sino que se lo empolvaban o le ponían una peluca. Y en algún momento mientras era vestido o comía sopa de pollo, el rey orinaba o cagaba en su asiento diseñado para ello ante su escogido público. Al mismo tiempo, amaba los perfumes. Encargó a su perfumero favorito uno para cada día de la semana.

         Hoy los historiadores miran a aspectos desatendidos tiempo atrás, como este que comentamos. Así se ha destacado que en el Renacimiento, por ejemplo, gustaban para perfumarse los densos olores de origen animal, como el amizcle o el misterioso ámbar gris, que resultaban repelentes a finales del XVIII, mientras se imponía el agua de Colonia, de la que Napoleón usaba sesenta litros por mes (perfumaba también a sus caballos con ella). Del mismo modo que un olor levanta el recuerdo de toda una parte de nuestra vida, puede animar una época del pasado.

        

        

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA

 


sábado, 16 de agosto de 2025

Delfines

  Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 11 de agosto de 2025.


DELFINES

         Un recuerdo infantil me sitúa en un barco que se dirigía a Ceuta, junto con unos tíos míos con los que veraneé aquel año. En un momento del viaje, vimos delfines acompañándonos. Era la primera vez que veía este animal, y el júbilo con que los mayores lo señalaban indicaba su excepcionalidad para quienes vivíamos en el interior. Es ese viaje infantil lo primero que evoco al pensar en el delfín, que es lo que me propongo hacer en este artículo estival. De hecho, la imagen que tenemos de él es la de un animal simpático e inteligente, que hace las delicias de los niños en los delfinarios.

         A mi mente vienen luego, tan desdibujadas por haberlas leído hace tiempo que tengo que volver a hacerlo, dos historias de la mitología griega. Una de ellas es la historia de Arión, virtuoso de la lira, que ganó el premio en un festival musical en Sicilia, donde sus admiradores lo colmaron de valiosos regalos. Los marineros que lo llevaban de vuelta a Corinto le anunciaron su intención de matarlo para robarle, y, después de intentar infructuosamente que le perdonaran la vida a cambio de lo que tenía, pidió al capitán que le permitiera cantar una última canción. Subió a la proa y, vestido con su mejor túnica, invocó a los dioses con melodías apasionadas. Luego, se tiró al mar. Pero la música había atraído a unos delfines, y uno de ellos lo llevó sobre su lomo a Corinto, llegando antes que el barco. El delfín, que lo acompañó a la corte, murió a causa de una vida de lujo. Cuando llegaron los tripulantes, Periandro, el tirano de Corinto, les preguntó por Arión y ellos le dijeron que se había quedado en Ténaro agasajado por sus habitantes. Periandro les hizo jurar eso sobre la tumba del delfín y luego los enfrentó con Arión. Fueron ejecutados allí mismo.

         La otra es la historia de Dioniso y su alquiler del barco a unos marineros tirrenos que fingían ir a Naxos. Eran piratas, y pretendían venderlo como esclavo en Asia. Dioniso hizo brotar una vid de la cubierta, transformó los remos en serpientes y él mismo se metamorfoseó en león, llenando el barco de animales fantásticos y sonidos de flautas, lo que hizo que los piratas se tiraran por la borda, convirtiéndose en delfines.

         Si en el segundo relato se insinúa una afinidad entre el hombre y el delfín, el primero nos cuenta su gusto por la música y su disposición a ayudarnos. En Plutarco leemos que el delfín “es el único entre todos los animales que por naturaleza tiene para con el hombre una actitud que se corresponde con aquello en pos de lo cual van los mejores filósofos: la amistad desinteresada”. En la misma línea, nuestro Feijoo nos dice que “no produjo la naturaleza brutos de tan noble instinto, ni que tanto se acerquen, ya por amor, ya por imitación de costumbres al hombre”. Esopo tiene una fábula donde un delfín salva a un mono de un naufragio creyendo que se trata de un hombre. Al llegar al Pireo, el puerto de Atenas, le pregunta si es ateniense, a lo que el mono responde que sí, y que tiene padres ilustres; el delfín le dice si conoce el Pireo y el mono le contesta que es íntimo amigo suyo. “El delfín, indignado por la patraña, se sumergió y lo ahogó”. Saque el lector la moraleja. Y sáquela también de otra fábula del mismo Esopo. El león le propuso al delfín unirse, porque el primero reinaba en la tierra y el segundo en el mar. Cuando precisó su ayuda, el león no pudo contar con el delfín, porque no podía salir del agua a socorrerlo en la tierra.

Pero volvamos, para terminar, a Plutarco: el delfín no puede detenerse nunca, por lo que, cuando necesita dormir, se adormece por el vaivén de las olas, y se deja caer boca arriba hasta el fondo, momento en que se despierta al tocarlo y sube rápidamente para dejarse de nuevo caer. Detengámonos en ese adormecimiento por el balanceo de las ondas. ¿No nos recuerda el de una cuna, por ejemplo? ¿Por qué hay un balancín en las jaulas de pájaros desde el siglo XVII? ¿Y por qué en El columpio, el famoso y rococó cuadro de Fragonard, hay representado un delfín?

Juan Fernando Valenzuela Magaña