Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 19 de mayo de 2025.
TENER O SER
Los
llamados experimentos mentales consisten en situaciones imaginadas con las que
se pretende comprender mejor alguna cuestión que se está investigando. Si un
tranvía fuera a matar a cinco personas que están sujetas a la vía pero
estuviera en su mano desviarlo hacia otra donde solo moriría una, ¿lo haría? Y
si para evitar la muerte de esos cinco tuviera que empujar desde un puente a
una persona voluminosa que pararía con su final el trayecto de la máquina, ¿la
empujaría? Como se ve, por rocambolesca que sea la conjetura, puede ayudarnos a
tomar decisiones reales, como por ejemplo las que se refieren a cómo programar
un coche autónomo a la hora de encontrarse con situaciones de riesgo para los
ocupantes o los peatones.
He
empezado hablando de experimentos mentales porque en un momento voy a recurrir
a uno para ilustrar el asunto del que quiero hablar este lunes: la inteligencia
artificial. Entre quienes nos dedicamos profesionalmente a la educación parece
haberse instalado una sensación de impotencia ante la facilidad con que estos
nuevos recursos pueden ser utilizados impunemente por los alumnos para
confeccionar unos trabajos en los que ellos no ponen nada de su parte. Si, por
un lado, los exámenes parecen calibrar solo unos datos memorísticos poco
significativos y, por otro, parece
imposible controlar la autenticidad de unas tareas que podrían darnos una idea
de unas habilidades que ha ido adquiriendo el alumno, ¿qué sentido tiene ya
evaluar? El experimento mental al que me refería es la llamada habitación
china. Imagine que estoy aislado en un cuarto que dispone de una ranura por la
que puede pasar una hoja de papel. Yo no sé chino, pero dispongo de unos
manuales que me indican qué tengo que hacer para responder a textos chinos, que
son los que me llegan por la ranura. Siguiendo las instrucciones, compongo a mi
vez, sin entender nada, una serie de textos que envío por la misma ranura. El
chino que está fuera escribiéndome creerá que yo conozco su idioma, cuando lo
único que he hecho ha sido seguir unos manuales que me dicen qué tengo que
poner cuando me encuentre con unos caracteres determinados. Así funcionaría la
inteligencia artificial, recibiendo preguntas o comentarios y generando
respuestas u observaciones siguiendo unas determinadas instrucciones, pero sin
comprender nada. Es ese el proceso que los profesores tememos que repliquen los
alumnos: se les pide que hagan una determinada tarea, utilizan ciertos recursos
sin importar y sin conocer el contenido de que se está tratando y envían el
resultado que solo tienen que recoger de la ranura del ChatGPT.
Y,
sin embargo, la cosa no es nueva. ¿O no recuerdan aquel viejo dicho: “Sí, él
pasó por la Universidad, pero la Universidad no pasó por él”? Me acuerdo a este
respecto de un escrito de Luciano de Samósata (siglo II), titulado Contra un ignorante que compraba muchos
libros, en el que se burla abiertamente de un personaje que compra libros
caros para aparentar una sabiduría de la que carece, como si alguien
pretendiera disparar certeramente por el mero hecho de comprar el arco y las
flechas de Heracles.
Tanto
en la habitación china como en Luciano lo que se pone de manifiesto,
exageradamente, es la diferencia entre apropiarse de un conocimiento, hacerlo
parte de nosotros, y simplemente manejarlo o exhibirlo. Platón, que entendía la
educación como una conversión, como un cambio que transformaba a la persona,
cuenta en uno de sus diálogos por boca de Sócrates una historia. Un dios egipcio
llamado Theuth presentó al rey de Egipto Thamus las artes que había
descubierto, como el número, el cálculo o la astronomía. El rey hacía
observaciones a favor o en contra. Al llegar a la escritura, otra de sus
innovaciones, el dios la presentó como un “fármaco de la memoria y de la
sabiduría”, a lo que el rey contestó diciendo que lo que provocaría, más que
memoria y sabiduría, sería olvido y apariencia de sabiduría, porque “fiándose
de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera”. ¿Qué hubiera dicho si el dios
le hubiera presentado algo como internet o la inteligencia artificial?
Juan Fernando Valenzuela Magaña
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