OLORES (III)
No puedo dejar el
asunto de los olores que nos ha ocupado en los dos últimos artículos sin
mencionar a una mujer. La conocí hace ya muchos años en un documental titulado ¿Por qué compramos?, que trataba del
marketing sutil, la seducción del consumidor a través de sentidos como el
olfato o el oído. Ella salía, la recuerdo, oliendo todo lo que se le ponía por
delante, a veces con los ojos cerrados, con una libreta donde tomaba notas.
Había viajado a Suiza para diseñar el aroma de una cadena de hoteles. Olía la
nieve, la madera, una moneda, un billete. Hace poco he vuelto a verla en una
entrevista en la prensa. Su rostro noruego ya está surcado por las arrugas del
tiempo, pero la pasión de Sissel Tolaas, que así se llama, sigue intacta. Me ha
recordado esos personajes de novela cuya vida gira en torno a una idea alejada
de las del resto de la gente. En su estudio huele a petricor, el olor de la
lluvia en la tierra seca. Su afán experimentador le ha llevado a crear un queso
a partir de las bacterias de una bota de fútbol de Beckham, que fue degustado
en la zona VIP del Estadio Olímpico de Londres, o a recrear el hedor de las
trincheras de la Gran Guerra en el Museo de Historia Militar de Dresde. Nunca
usa desodorante o perfume, a no ser que se considere tal el intenso olor a
sudor que ella sintetiza y que se pone en fiestas de alto postín en las que
todo el mundo va muy arreglado. En la entrevista a que me refiero acabó recogiendo
el sudor de la axila del periodista. Esto me lleva a recordar un libro de
Aristóteles en general poco estudiado, Problemas,
una especie de curiosa enciclopedia avant
la lettre que contendría la mayoría de conocimientos que un hombre culto de
esa época debería conocer. En él se pregunta cosas sobre multitud de temas,
entre ellos el de los malos olores. Así, dice: “¿Por qué la axila es el lugar
que huele peor? ¿Acaso porque es el menos ventilado? El mal olor se da en tales
zonas especialmente, porque se produce una putrefacción de la grasa por causa
del descanso. ¿O es porque esta parte no se mueve y no se ejercita?”. No creo
que Sissel Tolaas estuviera de acuerdo con el Estagirita en el calificativo de
“malo”: “Yo prefiero el sudor antes que el desodorante que lo tapa. No hay nada
más honesto que un olor”, sostiene. Como vemos, hay una reflexión tras su
postura que implica acercarse a las cosas de un modo distinto al visual, que es
el que rige en nuestro mundo de egos y pantallas. Yo creo que Napoleón estaría
más de acuerdo con ella que con Aristóteles, si tenemos en cuenta que le
escribió desde el campo de batalla a su Josefina: “Vuelvo en tres días, no te
laves”.
Alguna vez hemos
hablado aquí de los premios Ig Nobel, que todos los años se entregan en
septiembre y que, parodiando los Nobel, hacen reír y pensar a partes iguales.
Este año se ha otorgado el premio de Pediatría a una investigación que descubrió
que los bebés están más tiempo mamando si la leche materna huele a ajo porque
las madres lo han comido. Otro premio, también relacionado con el olfato, se lo
ha llevado una investigación india, que sostiene que a más de la mitad de los
encuestados (pero solo a un poco más) le molesta el olor a pies: “Los zapatos
rara vez se lavan y, sin una ventilación adecuada, se convierten en un caldo de
cultivo para una bacteria muy maloliente”. La investigación propone soluciones
para este problema. Este premio recuerda aquel que recibieron en 2006 Bart
Knols, de la Universidad agrícola de Wageningen en Holanda y Ruurd de Jong, por
mostrar que el mosquito Anopheles femenino, que transmite la malaria, se ve tan
atraído por queso limburger como por el olor de los pies humanos.
Acabemos con dos
olores agradables para todo el mundo. Uno, el de los bebés. Escáneres
cerebrales realizados a mujeres que olían a bebés mostraron que se activaban
las áreas cerebrales relacionadas con las recompensas. El otro, el de los
libros, viejos o nuevos; o el de los periódicos. Si está usted leyendo esto en
papel, no tendrá que evocarlo. Si lo está leyendo en una pantalla, habrá de
recurrir, ay, al recuerdo.
Juan Fernando Valenzuela Magaña

