lunes, 24 de abril de 2023

Gatos

 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 24 de abril de 2023. 



GATOS

 

Hablemos hoy de gatos. Llama la atención su abundante presencia en nuestro mundo virtual: vídeos de gatitos, emoticonos de félidos con expresiones distintas, criptogatos… El gato virtual refleja la visión predominante del gato físico. Pese a su comentado comportamiento arisco, hoy provoca en el humano ternura y deseo de complacerlo. Hay un poema de Szymborska, titulado Un gato en un piso vacío, que pulsa esa cuerda aunque, como siempre en ella, de un modo original y sencillamente profundo. Los versos describen la actitud de un gato que espera el regreso al piso del dueño fallecido. Aunque alguien desconocido le pone comida, su mundo está desordenado, todo es distinto aun siendo igual. El poema es muy conocido en Polonia, y hay un precioso banco en Kórnik que lo homenajea. Así comienza: “Morir, eso no se le hace a un gato”. Y termina con lo que el gato prevé que hará cuando vuelva su dueño: “Se irá hacia él / como si no quisiera, / despacito, / con las patas muy ofendidas. / Y nada de saltos ni maullidos al principio”.

Pero no es la ternura el único sentimiento que ha suscitado el gato a lo largo de la historia. Hay algo misterioso en él que ha fascinado desde los egipcios. Su inteligencia, su maullido (¿no se confunde con el chillido de un niño?) lo han aproximado al hombre. Además, como es sabido, remiten al mundo de la brujería. En Francia, los campesinos frecuentemente apaleaban a los gatos que se cruzaban por la noche en su camino y al día siguiente algunas mujeres tenidas por brujas aparecían con magulladuras (eso al menos se decía). Un remedio para protegerse de la brujería de los gatos era mutilarlos. Independientemente de esta asociación, los gatos tenían poderes ocultos. Si entraban en una panadería, la masa no crecía. Si se enterraba un gato vivo, libraba el campo de mala hierba. En Bretaña, si uno comía los sesos de un gato recién muerto, se volvía invisible. También se han asociado a la casa o al dueño de esta. Matar un gato traía la mala suerte sobre su dueño o la casa. Por último, el gato se relaciona con el sexo. Le chat, la chatte, tienen un sentido sexual en la jerga francesa. Se aconsejaba acariciar gatos para tener éxito con las mujeres. En algunos cuentos, la mujer que comía gato en estofado, daba a luz gatitos.

Además del conocido El gato negro, de Poe, hay relatos donde este animal ocupa un lugar destacado. En el de Zola El paraíso de los gatos, un gato gordo cambia, por curiosidad, las comodidades de la vivienda de una mujer por la libertad. Viendo las penurias que se pasan en el mundo de fuera, vuelve junto a su dueña y acepta agradecido el castigo, sabedor de que le espera después una confortable comida. Como se ve, se trata de una fábula que habla del hombre, de las asperezas y la alegría de la libertad frente a las comodidades de que disfruta el esclavo voluntario y satisfecho.

Otro cuento, La mayor presa de Ming, de Highsmith, nos habla, aunque en tercera persona, desde el punto de vista de un gato enemistado con la pareja de su ama. El animal acaba provocando la muerte de su humano rival.

Y luego están los de Saki, ese escritor británico tan sabroso. En La filántropa y el gato feliz contrasta la felicidad del gato con la de su dueña (en principio igual a la del animal, pero que luego se revela como aparente incluso ante sí misma). En Tobermory, un invitado a una reunión típicamente inglesa ha descubierto cómo hacer hablar a los animales. Lo muestra con el gato de la anfitriona, que se explaya lanzando indiscreciones sobre los presentes.

No hay espacio para adentrarnos en los gatos que aparecen en la historia del arte, pero sí me gustaría que vieran una figura de Giacometti, el escultor que las hacía alargadas y delgadas, a medio camino entre el ser y la nada. La escultura refleja la agilidad y sutilidad del movimiento de este animal.

Quiero despedirme dejando flotar en la mente del lector el eco de estas sugerentes palabras de Víctor Hugo: “Dios hizo el gato para ofrecer al hombre el placer de acariciar un tigre”.

 

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA





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