Publicado en la revista Stella, 2019
EL SECRETO DEL FRANCÉS
Cuentan que a mediados del siglo XIX
apareció en las Navas un francés llamado Pierre Bardant. Su español era tan
desaliñado como su aspecto, pero se hacía entender y comprendía cuanto se le
decía. Sus maneras educadas y corteses no desvanecieron del todo la cautela inicial
que su extranjería y descuido, y sobre todo una permanente expresión de
amargura en su mirada, provocaran. Corrigió su desarreglo adecentando el
aspecto y encargando a Palop el sastre un abrigo que le costó sus buenos
cuarenta reales. Fue entonces, y tal vez como consecuencia, cuando don Andrés
el boticario, don Juan Facúndez, el médico, Miguel Palazón, el comerciante, y
el cura don Miguel Munar, que ejercía a veces de traductor, lo acogieron en su
tertulia. Lo cierto es que la misma extraña y triste mirada que suscitaba el
recelo originaba una viva curiosidad por su pasado. Pero esta tuvo que
contentarse con una información fragmentaria extraída con dificultad al calor
del vino de la tierra. Pierre Bardant era de París, con dos hijas casadas. Nunca
habló de su mujer, que se suponía muerta o viviendo con alguna de ellas. Tras
jubilarse de un trabajo que jamás aclaraba (hacía un gesto amplio con los dedos
en movimiento y decía que era algo manual, como si le faltara la palabra, no ya
en español, sino también en francés) y cuidar a su madre hasta que murió, había
decidido establecerse en un lugar donde olvidar un pasado nada feliz. No le
importó atravesar los caminos de Francia y España hasta llegar a la Andalucía
de la que tanto había leído en Alejandro Dumas y en Merimée. Pero por alguna
razón que tampoco llegó a explicitar prefirió apartarse de los caminos de
ruedas y meterse por caminos de herraduras. Llegó a nuestro pueblo como podía
haber llegado a cualquier otro algo apartado de las vías principales de la península.
Los vecinos se acostumbraron a su
presencia. Se le veía pasear solo por el campo o charlar con sus contertulios
en la rebotica o en la taberna de Félix Salinas. El resto del tiempo lo pasaba
en el cuarto que había alquilado en la posada de la calle del Agua, escribiendo
o leyendo. El maestro don Juan de Dios de Torres, que algo sabía de francés,
decía que le había prestado algunos libros de Chateaubriand, Tocqueville,
Beaumont y Víctor Hugo. Todos tenían un exlibris que consistía en dos perros
flanqueando una campana rota. Por lo demás, una anécdota un tanto incongruente
nos lo presenta escribiendo en su cuarto cuando fue interrumpido por el
carpintero Félix Delgado, que entró con un ayudante a arreglarle un mueble. Soltó
la pluma, se quedó fijamente mirándolo trabajar y sufrió un desmayo.
Todo esto es lo que se cuenta, por lo
que probablemente ya lo conocéis. Pero lo que con toda seguridad no sabéis es
quién era realmente Pierre Bardant. Bien, yo os lo diré: Pierre Bardant no era
Pierre Bardant.
El acompañante del carpintero se llamaba
Blas Laso, y tuvo tiempo, mientras atendían al francés en otra habitación más
espaciosa (habían llamado al médico), de mirar lo que este escribía. El título
del manuscrito rezaba así: Sept générations
de bourreaux. Blas sintió curiosidad y lo empezó a leer. Fue así como supo
que Pierre Bardant se llamaba en realidad Henri-Clément Sanson. Había sido
verdugo en París, como su padre, como su abuelo, que guillotinó a Luis XVI,
como su bisabuelo…, asumiendo un oficio maldito y hereditario que iría para
siempre unido a ese apellido. Sin duda, Pierre, o Henri-Clément, no temió al
restablecerse que su secreto hubiera peligrado, porque nadie de los presentes,
salvo el médico, que había estado ocupado atendiéndolo, podía entender su
idioma. Se equivocaba. El padre de Blas Laso era francés, de Luzenac, y se
había casado con Bernarda de Jimena, de Santisteban. De eso hacía mucho tiempo,
y nadie había oído hablar al padre o al hijo en lengua gala. Pero el primero se
la había enseñado al segundo, necesariamente a escondidas por la animadversión
que hacia todo lo francés suscitó la ocupación francesa de principios de siglo.
Cuando Blas cerró el manuscrito, que en aquel momento solo contenía la introducción
y el comienzo de una ojeada histórica a los suplicios, decidió guardar el
secreto de Pierre Bardant.
Lo demás es historia editorial. El libro
apareció por partes entre 1862 y 1863 con el título de Sept générations d´exécuteurs (y no de bourreaux) 1688-1847. Mémoires des Sansons, mis en
ordre, rédigés et publiés par H. Sanson Ancien exécuteur de hautes oeuvres de
la coeur de Paris y fue tal su éxito que conocemos una traducción al
español de Juan Sala aparecida en Manini hermanos, editores, en el mismo año de
1863.
Sabemos también que Henri-Clément Sanson
murió en 1889, mucho después de haber abandonado nuestro pueblo y sin saber que
dos vecinos habían descubierto su secreto. Uno, ya lo hemos visto, Blas Laso.
El otro, el maestro de escuela, que compró años después la versión española del
libro y vio en él con estupefacción el mismo escudo que aparecía en los que le
había prestado el francés: la campana rota entre dos perros. Una campana rota,
es decir, sin sonido, en francés “sans son”. Sanson.
Juan Fernando
Valenzuela Magaña
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