sábado, 14 de enero de 2023

El secreto del francés

 

Publicado en la revista Stella, 2019

EL SECRETO DEL FRANCÉS

        Cuentan que a mediados del siglo XIX apareció en las Navas un francés llamado Pierre Bardant. Su español era tan desaliñado como su aspecto, pero se hacía entender y comprendía cuanto se le decía. Sus maneras educadas y corteses no desvanecieron del todo la cautela inicial que su extranjería y descuido, y sobre todo una permanente expresión de amargura en su mirada, provocaran. Corrigió su desarreglo adecentando el aspecto y encargando a Palop el sastre un abrigo que le costó sus buenos cuarenta reales. Fue entonces, y tal vez como consecuencia, cuando don Andrés el boticario, don Juan Facúndez, el médico, Miguel Palazón, el comerciante, y el cura don Miguel Munar, que ejercía a veces de traductor, lo acogieron en su tertulia. Lo cierto es que la misma extraña y triste mirada que suscitaba el recelo originaba una viva curiosidad por su pasado. Pero esta tuvo que contentarse con una información fragmentaria extraída con dificultad al calor del vino de la tierra. Pierre Bardant era de París, con dos hijas casadas. Nunca habló de su mujer, que se suponía muerta o viviendo con alguna de ellas. Tras jubilarse de un trabajo que jamás aclaraba (hacía un gesto amplio con los dedos en movimiento y decía que era algo manual, como si le faltara la palabra, no ya en español, sino también en francés) y cuidar a su madre hasta que murió, había decidido establecerse en un lugar donde olvidar un pasado nada feliz. No le importó atravesar los caminos de Francia y España hasta llegar a la Andalucía de la que tanto había leído en Alejandro Dumas y en Merimée. Pero por alguna razón que tampoco llegó a explicitar prefirió apartarse de los caminos de ruedas y meterse por caminos de herraduras. Llegó a nuestro pueblo como podía haber llegado a cualquier otro algo apartado de las vías principales de la península.

        Los vecinos se acostumbraron a su presencia. Se le veía pasear solo por el campo o charlar con sus contertulios en la rebotica o en la taberna de Félix Salinas. El resto del tiempo lo pasaba en el cuarto que había alquilado en la posada de la calle del Agua, escribiendo o leyendo. El maestro don Juan de Dios de Torres, que algo sabía de francés, decía que le había prestado algunos libros de Chateaubriand, Tocqueville, Beaumont y Víctor Hugo. Todos tenían un exlibris que consistía en dos perros flanqueando una campana rota. Por lo demás, una anécdota un tanto incongruente nos lo presenta escribiendo en su cuarto cuando fue interrumpido por el carpintero Félix Delgado, que entró con un ayudante a arreglarle un mueble. Soltó la pluma, se quedó fijamente mirándolo trabajar y sufrió un desmayo.

        Todo esto es lo que se cuenta, por lo que probablemente ya lo conocéis. Pero lo que con toda seguridad no sabéis es quién era realmente Pierre Bardant. Bien, yo os lo diré: Pierre Bardant no era Pierre Bardant.

        El acompañante del carpintero se llamaba Blas Laso, y tuvo tiempo, mientras atendían al francés en otra habitación más espaciosa (habían llamado al médico), de mirar lo que este escribía. El título del manuscrito rezaba así: Sept générations de bourreaux. Blas sintió curiosidad y lo empezó a leer. Fue así como supo que Pierre Bardant se llamaba en realidad Henri-Clément Sanson. Había sido verdugo en París, como su padre, como su abuelo, que guillotinó a Luis XVI, como su bisabuelo…, asumiendo un oficio maldito y hereditario que iría para siempre unido a ese apellido. Sin duda, Pierre, o Henri-Clément, no temió al restablecerse que su secreto hubiera peligrado, porque nadie de los presentes, salvo el médico, que había estado ocupado atendiéndolo, podía entender su idioma. Se equivocaba. El padre de Blas Laso era francés, de Luzenac, y se había casado con Bernarda de Jimena, de Santisteban. De eso hacía mucho tiempo, y nadie había oído hablar al padre o al hijo en lengua gala. Pero el primero se la había enseñado al segundo, necesariamente a escondidas por la animadversión que hacia todo lo francés suscitó la ocupación francesa de principios de siglo. Cuando Blas cerró el manuscrito, que en aquel momento solo contenía la introducción y el comienzo de una ojeada histórica a los suplicios, decidió guardar el secreto de Pierre Bardant.

        Lo demás es historia editorial. El libro apareció por partes entre 1862 y 1863 con el título de Sept générations d´exécuteurs (y no de bourreaux) 1688-1847. Mémoires des Sansons, mis en ordre, rédigés et publiés par H. Sanson Ancien exécuteur de hautes oeuvres de la coeur de Paris y fue tal su éxito que conocemos una traducción al español de Juan Sala aparecida en Manini hermanos, editores, en el mismo año de 1863.

        Sabemos también que Henri-Clément Sanson murió en 1889, mucho después de haber abandonado nuestro pueblo y sin saber que dos vecinos habían descubierto su secreto. Uno, ya lo hemos visto, Blas Laso. El otro, el maestro de escuela, que compró años después la versión española del libro y vio en él con estupefacción el mismo escudo que aparecía en los que le había prestado el francés: la campana rota entre dos perros. Una campana rota, es decir, sin sonido, en francés “sans son”. Sanson.

 

Juan Fernando Valenzuela Magaña


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