lunes, 4 de julio de 2022

Anécdotas (II)

Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 4 de julio de 2022.

ANÉCDOTAS (II)

Nos quedamos el mes pasado hablando de las anécdotas. Cuenta Schwob en el prefacio a sus Vidas imaginarias que los biógrafos se han equivocado al creerse historiadores e interesarse por lo general de un individuo, en vez de por lo distintivo, lo único. Siempre he considerado la biografía como el género literario más difícil y misterioso por tener que enfrentarse cara a cara con una vida humana. Algunos apuntes biográficos de Ortega o las biografías de Zweig muestran lo lejos que se puede llegar en ese terreno, pero la mayor parte de las veces suelo quedarme descontento al leer alguna. No obstante, cuando se acercan, como desea Schwob, a lo personal y diferente, encontramos jugosas anécdotas que en ocasiones pueden acercarnos más al personaje retratado que otros datos de su historial académico o profesional.

Tomemos como ejemplo una anécdota que aparece en la monumental biografía de Kafka de Reiner Stach. Procede de los recuerdos de Dora Diamant, la compañera de los últimos días de Kafka. En un parque el escritor y Dora se encontraron a una niña pequeña llorando: había perdido su muñeca. Kafka inventó una historia y le dijo que estaba de viaje y que lo sabía porque le había enviado una carta. Como la niña desconfiara, dijo que la traería al día siguiente. Cuando se puso en casa a escribirla estaba en el mismo estado de tensión en que se hallaba siempre al sentarse al escritorio. Al día siguiente, le leyó la carta a la niña en voz alta. La muñeca le contaba que quería conocer otras cosas, pero que la quería mucho. Prometía escribir a diario. Kafka escribió una carta cada día informando de nuevas aventuras. Al final la muñeca se casaba. El juego duró al menos tres semanas, dando lugar a lo que podemos llamar una novela epistolar de Kafka que, desgraciadamente, se perdió (¿para siempre?). Quien conozca algo del escritor de Praga podrá ver en esta anécdota rasgos característicos de su modo de concebir la literatura.

No he conseguido encontrar la fuente de esta otra anécdota de Kafka, pero no me resisto a contarla por cuanto sugiere. Una tarde visitaba a un amigo y, sin querer, despertó al padre que dormía en un diván. Entonces atravesó el cuarto de puntillas, susurrándole al anciano: “Considéreme un sueño”.

Tampoco conozco la fuente de la siguiente, muy conocida. Quevedo apuesta a que es capaz de echar en cara su cojera a la reina. Poco después, en una recepción en la corte el primero acude con una rosa y un clavel y le dice a la segunda: “Entre el clavel y la rosa, su majestad es-coja”.

         Hay anécdotas que nos recuerdan situaciones vividas por nosotros, o a la inversa. G.B. Shaw ve en una librería de viejo un volumen de sus comedias con su dedicatoria: “Al sr. X, con el saludo de Bernard Shaw”. Molesto por el desprecio del dedicatario que había vendido el libro, lo compra, añade una nueva dedicatoria (“Al sr. X, con un nuevo saludo –¡el segundo! –, de George Bernard Shaw”) y se lo envía por correo. Recuerdo haber encontrado yo una vez, también en una librería de viejo, un libro dedicado por el autor (un poeta al que yo conocía) a un profesor (a quien también conocía), lo que me dio a entender que este lo había vendido.

         Acabaré con otra anécdota de un escritor, el elemento común a las de este artículo. La cuenta Alberto Manguel en Una historia de la lectura. Dice que cuando Racine estudiaba en la abadía de Port-Royal descubrió casualmente una antigua novela griega titulada Las historias etiópicas de Teágenes y Clariquea. En el bosque que rodeaba la abadía lo sorprendió el sacristán leyéndolo, se lo quitó y lo arrojó al fuego. Poco después, logró hacerse con otro ejemplar, que sufrió el mismo destino que el primero. Así que consiguió un tercero y se aprendió la novela de memoria, le devolvió el libro al sacristán y le dijo que podía quemarlo también, como los otros. Cómo no recordar la novela de Bradbury Fahrenheit 451 en la que un grupo de resistencia memoriza las grandes obras de la literatura en una sociedad donde los libros están prohibidos y se queman los que encuentran.

Juan Fernando Valenzuela Magaña

También puede leerse en el periódico.



No hay comentarios:

Publicar un comentario