VOCES
Hace
unas semanas, probablemente buscando bibliografía sobre el asunto de las
personas que se retiran del mundo, descubrí un libro llamado Historia de la soledad. Su autor, el
argentino José Edmundo Clemente, pese a haber publicado un libro con Borges y
haber compartido con él la dirección de la Biblioteca Nacional de la Argentina,
me era desconocido. Comencé a leer el libro y me pareció que, más que una
historia de la soledad a través de los personajes seleccionados, se trataba de
una historia del olvido, escrita con amena erudición y fina inteligencia. Cada
capítulo estaba dedicado a alguien a quien la historia, injustamente, había
olvidado. Por ejemplo, ¿conoce el lector a Martín Waldseemüller o a John Logie
Baird? Pues el primero es el responsable de que llamemos América a América y el
segundo el inventor de la televisión. Curiosamente, ese olvido del que él
intenta sacar a un puñado de hombres acaba, al parecer, por alcanzarle a él.
Uno pone su nombre en Google y directamente aparece su foto y su fecha de
nacimiento en 1918, tras la que, entre paréntesis, se nos informa de que tiene
103 años. Lo que sería cierto de no haber muerto en 2013. Sin duda se merecía
un capítulo en su Historia de la soledad.
Me he acordado de este libro porque
quería hablar hoy de las primeras voces registradas. Se ha intentado recrear,
como vimos en el artículo anterior, los olores del pasado, pero ¿qué podemos
decir de los sonidos de hace siglos? Hay músicos que interpretan piezas remotas
con instrumentos y criterios que buscan que oigamos lo que realmente se oyó en
su tiempo, y el cine puede intentar, basándose en novelas o en descripciones,
imitar los ruidos de una ciudad del siglo XVII, pero las voces de las personas
que la habitaban se perdieron para siempre, aun sabiendo por testimonios que
esta era dulce, aquella grave o cantarina la otra. Y, aunque solemos reparar
más en el rostro al evocar a una persona, si cerramos los ojos y recordamos su
voz, nos daremos cuenta de la fuerza con que está impresa en nuestra memoria.
Siempre se ha dicho que la
primera grabación era “Mary had a little lamb”, debida a Edison. Sin embargo,
hace ya unos años descubrieron la grabación de un francés llamado Edouard-Leon
Scott de Martinville, quien había inventado un artilugio llamado fonoautógrafo con
el que en 1860 registró una canción popular, “Au clair de la lune”, que la
tecnología actual ha permitido reproducir (puede oírse en internet). Es cierto
que el fonógrafo de Edison permitía grabar y reproducir sonidos, mientras que
esta segunda acción no se le pasó por la cabeza al francés hasta tener
conocimiento del invento del norteamericano. Aun así, merecería un capítulo en
la Historia de la soledad.
Otra vertiente de esto es lo
sorprendente de que en un mundo en el que tanto la Tierra como el pasado parecen
ya recorridos y analizados por exploradores e investigadores sin cuento, hasta
el punto de que es imposible plantar la bandera en territorio virgen, sigan
ocurriendo hallazgos como el mencionado. Fueron dos historiadores del sonido, Patrick
Feaster y David Giovannoni, quienes encontraron en los archivos de la Academia
de las Ciencias del Instituto de Francia una docena de fonoautogramas, nombre
de los papeles tintados donde se ha grabado el sonido (el fonoautógrafo
registraba las ondas sonoras que hacían vibrar una especie de punzón sobre un
papel ennegrecido con el humo de una lámpara). De eso hace ya años, pero este
mismo mes de abril hemos sabido del descubrimiento de dos poemas de Garcilaso
de la Vega, dos odas escritas en latín. En un libro impreso de poetas italianos
que se encuentra en una biblioteca de la República Checa, la filóloga de la Universidad
de Oxford Maria Czepiel ha encontrado, en las páginas finales y copiados a
mano, los dos poemas perdidos. De uno de ellos se tenía noticia por
referencias, pero del otro no se sabía ni que existía. Lo hermoso de estas
noticias no es lo que aporta a nuestro conocimiento del pasado sino que este,
por sorpresa, inesperadamente, nos hace oír una de sus voces olvidadas.
JUAN FERNANDO VALENZUELA
MAGAÑA
Gracias Juan Fernando. Curiosa coincidencia... Hace una semana murió un querido amigo y, si cierro los ojos, en mi recuerdo aparece su voz y su risa, más que su rostro. Graciasss. Hasta el próximo.
ResponderEliminarGracias a ti por tu lectura. Siento mucho la muerte de tu amigo. Un fuerte abrazo.
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