Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 11 de octubre de 2021.
LA
CALUMNIA
“Alguien debía de haber calumniado a
Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. Con una
posible calumnia comienza, es sabido, la novela de Kafka El proceso. Una calumnia puede, pues, originar una detención, pues además
de la acepción de “acusación falsa que busca causar daño” está la jurídica de
“imputación de un delito sabiendo que es falso”. Incluso puede acabar en una
condena a muerte. Se cuenta que Apeles, el pintor griego, había sido
encarcelado por las falsas acusaciones de un rival y hubiera muerto de no
descubrirse la verdad. Apeles pintó entonces un cuadro llamado La calumnia, en el que exponía su propia
situación. Boticelli recreó ese cuadro en La
calumnia de Apeles en 1495. Si lo buscan un momento en internet, verán una
joya de la simbología. Midas, asesorado por la Sospecha y la Ignorancia, es el
poco fiable juez. Delante de Midas está la Envidia, que los griegos
personificaban de modo masculino, quien coge con su mano a la Calumnia. Esta
tiene un rostro sereno. Su mano izquierda porta un hachón que llamea y la
derecha arrastra por el pelo a un difamado, semidesnudo e implorante. La
Astucia y la Perfidia se ocupan de la cabellera de la Calumnia. A la izquierda
del cuadro, se encuentran el Arrepentimiento y la Verdad, también casi desnuda
y apuntando con el dedo índice al cielo, en una posición que recuerda al Platón
de la Academia de Rafael.
Así
que la calumnia no es algo nuevo, fruto de las redes sociales. Ayudada por la
necedad, acompañada por la maldad, llevada por la envidia, es un modo de la
mentira que busca hacer daño a alguien manchando su reputación. Calumniar es
denigrar, que significa ennegrecer. Echar
mierda sobre la imagen pública de alguien, torcer lo que los demás piensan de
uno. Robert Darnton dedica un voluminoso libro a la calumnia en la Francia del
siglo XVIII. Figuras como el duque de Orleans o las reinas fueron víctimas de
difamatorios libelos, pero quizá nadie sufrió tanto este escarnio como María
Antonieta. “La avalancha de difamación que la abrumó entre 1789 y su ejecución,
el 16 de octubre de 1793, no tiene paralelo en la historia de la difamación”.
Lo peor era que a muchos franceses esas obras les parecían lo suficientemente
creíbles. Eso explica por qué las autoridades se tomaban en París tan en serio
ese tipo de literatura y gastaban no pocos recursos para evitar que ciertos
libelos que atacaban a personajes públicos salieran a la luz. Esas obras se
adentraban en el periodismo en cuanto que ofrecían relatos periodísticos de
sucesos, a la vez que embarraban la imagen de algunas personas. Del mismo modo,
cierto periodismo puede adentrarse en el libelo, como vemos en El honor perdido de Katharine Blum, la novela
de Böll en la que el PERIÓDICO tergiversa declaraciones e inventa mentiras
sobre la protagonista a raíz de un encuentro fortuito de esta con un buscado
delincuente. Un ejemplo. Cuando el periodista logra entrar en la habitación del
hospital donde se encuentra la madre de Katharine y le cuenta los hechos de que
acusan a su hija, la señora Blum dice: “¿Por qué tenía que acabar así? ¿Por
qué?”. Eso se publicó como “tenía que acabar así”. El periodista justificó el
cambio diciendo que él “estaba acostumbrado a «ayudar a expresarse a las
personas sencillas»”.
Al
igual que esa novela, la película de William Wyler The Children´s Hour, titulada en España La calumnia, subraya las consecuencias desastrosas que puede
acarrear un falso e infame rumor. En el contexto de un colegio de niñas regido
por dos amigas (interpretadas por Audrey Hepburn y Shirley MacLaine), una niña
rencorosa tergiversa las palabras que ha oído de otra alumna y le insinúa a su
abuela que las dos amigas son amantes, lo que provoca que el colegio se quede
vacío de un día para otro y el consiguiente desastre en las vidas de las
maestras.
En
el mundo de hoy, la calumnia se mezcla con los bulos que circulan por internet
y la novedad parece estar en la velocidad de la propagación. Pero la vergüenza
para el difamado es la misma. Vergüenza,
precisamente la palabra con la que acaba El
proceso.
JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA
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