martes, 12 de octubre de 2021

La calumnia

 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 11 de octubre de 2021.



LA CALUMNIA

        

         “Alguien debía de haber calumniado a Josef K., porque, sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana”. Con una posible calumnia comienza, es sabido, la novela de Kafka El proceso. Una calumnia puede, pues, originar una detención, pues además de la acepción de “acusación falsa que busca causar daño” está la jurídica de “imputación de un delito sabiendo que es falso”. Incluso puede acabar en una condena a muerte. Se cuenta que Apeles, el pintor griego, había sido encarcelado por las falsas acusaciones de un rival y hubiera muerto de no descubrirse la verdad. Apeles pintó entonces un cuadro llamado La calumnia, en el que exponía su propia situación. Boticelli recreó ese cuadro en La calumnia de Apeles en 1495. Si lo buscan un momento en internet, verán una joya de la simbología. Midas, asesorado por la Sospecha y la Ignorancia, es el poco fiable juez. Delante de Midas está la Envidia, que los griegos personificaban de modo masculino, quien coge con su mano a la Calumnia. Esta tiene un rostro sereno. Su mano izquierda porta un hachón que llamea y la derecha arrastra por el pelo a un difamado, semidesnudo e implorante. La Astucia y la Perfidia se ocupan de la cabellera de la Calumnia. A la izquierda del cuadro, se encuentran el Arrepentimiento y la Verdad, también casi desnuda y apuntando con el dedo índice al cielo, en una posición que recuerda al Platón de la Academia de Rafael.

Así que la calumnia no es algo nuevo, fruto de las redes sociales. Ayudada por la necedad, acompañada por la maldad, llevada por la envidia, es un modo de la mentira que busca hacer daño a alguien manchando su reputación. Calumniar es denigrar, que significa ennegrecer. Echar mierda sobre la imagen pública de alguien, torcer lo que los demás piensan de uno. Robert Darnton dedica un voluminoso libro a la calumnia en la Francia del siglo XVIII. Figuras como el duque de Orleans o las reinas fueron víctimas de difamatorios libelos, pero quizá nadie sufrió tanto este escarnio como María Antonieta. “La avalancha de difamación que la abrumó entre 1789 y su ejecución, el 16 de octubre de 1793, no tiene paralelo en la historia de la difamación”. Lo peor era que a muchos franceses esas obras les parecían lo suficientemente creíbles. Eso explica por qué las autoridades se tomaban en París tan en serio ese tipo de literatura y gastaban no pocos recursos para evitar que ciertos libelos que atacaban a personajes públicos salieran a la luz. Esas obras se adentraban en el periodismo en cuanto que ofrecían relatos periodísticos de sucesos, a la vez que embarraban la imagen de algunas personas. Del mismo modo, cierto periodismo puede adentrarse en el libelo, como vemos en El honor perdido de Katharine Blum, la novela de Böll en la que el PERIÓDICO tergiversa declaraciones e inventa mentiras sobre la protagonista a raíz de un encuentro fortuito de esta con un buscado delincuente. Un ejemplo. Cuando el periodista logra entrar en la habitación del hospital donde se encuentra la madre de Katharine y le cuenta los hechos de que acusan a su hija, la señora Blum dice: “¿Por qué tenía que acabar así? ¿Por qué?”. Eso se publicó como “tenía que acabar así”. El periodista justificó el cambio diciendo que él “estaba acostumbrado a «ayudar a expresarse a las personas sencillas»”.

Al igual que esa novela, la película de William Wyler The Children´s Hour, titulada en España La calumnia, subraya las consecuencias desastrosas que puede acarrear un falso e infame rumor. En el contexto de un colegio de niñas regido por dos amigas (interpretadas por Audrey Hepburn y Shirley MacLaine), una niña rencorosa tergiversa las palabras que ha oído de otra alumna y le insinúa a su abuela que las dos amigas son amantes, lo que provoca que el colegio se quede vacío de un día para otro y el consiguiente desastre en las vidas de las maestras.

En el mundo de hoy, la calumnia se mezcla con los bulos que circulan por internet y la novedad parece estar en la velocidad de la propagación. Pero la vergüenza para el difamado es la misma. Vergüenza, precisamente la palabra con la que acaba El proceso.

 

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA




En el periódico.


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