Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 2 de agosto de 2021.
LA VIDA REAL
A
un conocido cómico español le preguntaba una oyente hace poco que si en su vida
real era tan divertido como actuando o, por el contrario, se comportaba de modo
soso y antipático. El cómico observó que para él lo que estaba haciendo en ese
momento, es decir, actuar como humorista en un programa, era también la vida
real, y llevó un ejemplo al absurdo para aclarar la cuestión. Imaginemos,
decía, que un niño, hablando de otro que saca buenas notas en los exámenes,
dice: Sí, a ese se le da bien hacer exámenes, pero ya me gustaría verlo en la
vida real; coges un helicóptero, te lo llevas a la selva, lo dejas solo frente
a unos cuantos leones, y ya verías tú cómo ahí no se maneja tan bien. Tal vez,
concluía el cómico, el mundo de los exámenes merece más ser llamado la vida
real de esos niños que ese hipotético enfrentamiento con animales salvajes en
un remoto lugar.
Quizá
a todos los profesores nos han dicho alguna vez algo parecido, especialmente a
los de Filosofía. Se nos contrapone nuestro universo de problemas metafísicos,
reglas lógicas, pensadores griegos o alemanes, clases y comentarios de texto, a
la vida real en la que otros trabajos (camareros, camioneros, agentes de
seguros, abogados, empresarios) se desenvuelven. Uno tiene la tentación, cómo
no, de preguntarse y preguntar qué características ha de tener algo para ser
calificado de real, qué es propiamente la realidad y qué lo ficticio, y
reavivar las cuestiones del mundo como teatro o la vida como sueño. Pero como
estamos en verano y el lector tal vez se encuentre tumbado sobre la arena
oyendo una mezcla de voces, olas y música de dudoso gusto, quedémonos en lo
cercano, no levantemos el vuelo. ¿Por qué una discusión sobre la primacía de la
razón práctica en Kant no es la vida real y sí lo es la disputa sobre la
pertinencia de un punto del orden del día en una reunión de vecinos convocada
por el administrador de fincas? Doy fe de que lo segundo puede ser algo más
enrevesado, onírico, ininteligible o, a lo que vamos, alejado de la realidad,
que lo primero.
Entonces,
¿en qué estriba esa diferencia tan clara aparentemente entre la vida real en la
que se mueven esos oficios serios y la vida un poco ilusoria, un poco de
juguete, en que se mueven oficios como el de profesor o pianista? Los primeros,
dirá alguien, tratan con cosas en las que interviene el dinero. El camarero lo
recibe del cliente por la cerveza que pone, el abogado logra que el suyo reciba
del banco el dinero que le regateaba, la reunión de vecinos desembocará
inevitablemente en un aumento de las cuotas o en la reclamación de pago a un
moroso. Pero el criterio es confuso. Por un lado, si vamos a lo que da dinero,
un prestigioso director de orquesta o un escritor de éxito pueden reivindicar
para su trabajo la etiqueta de “vida real” con más derecho que muchas labores
que suponemos inmersas de hoz y coz en ella. Por otro, si lo que se quiere
decir es que se trata con dinero (cuotas de los vecinos de una comunidad, créditos
que ofrece un trabajador de banco), ni siempre es así (un albañil o un
carpintero tratan con materiales) ni podemos excluir lo crematístico de ese
mundo fuera del mundo (la enseñanza de la sintaxis puede contribuir a la nómina
futura de un alumno que acabe siendo profesor de Lengua).
Así
que desde el punto de vista de la utilidad, tanto el que trabaja en esos
oficios que se suponen fuera de la vida real como sus alumnos o clientes, están
tan dentro de ella como puedan estarlo un comercial o el ejecutivo de una
empresa. Puede, entonces, que sea ese carácter teórico que suelen tener esas
labores lo que lleve a interpretarlas como fuera de la vida real, en una
tradición que al menos se remonta a Grecia, cuando la joven campesina tracia se
reía de Tales de Mileto al caerse este a un pozo por ir mirando al cielo.
Si no
resistiéramos la tentación y nos colocáramos en la perspectiva de quién está
más cerca de la verdadera realidad entonces deberíamos hacernos la pregunta de
si es más real la felicidad o la muerte que la materia de la que está hecha el
mundo de un bróker.
JUAN FERNANDO
VALENZUELA MAGAÑA
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