lunes, 9 de diciembre de 2019

Últimas palabras


 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 9 de diciembre de 2019.




ÚLTIMAS PALABRAS

Hablábamos en el artículo anterior de la facilidad que algunas personas tienen para improvisar respuestas ingeniosas, para decir rápidamente algo pertinente y agudo en una conversación. Pero ¿qué ocurre si esa conversación es la última, si esa réplica es la que cierra el telón? Ante las puertas de la muerte, puede que incluso hasta al más aquejado de l´esprit de l´escalier le sea concedido el don de una sagaz y ajustada sentencia. En cualquier caso, la historia abunda en ejemplos, no todos libres de sospecha, de memorables y últimas invervenciones en el gran teatro del mundo.
            Y, ya que nos referimos, en clásica imagen, al mundo como teatro, recojamos el mutis por el foro del emperador Augusto. Se dice, y de ello se hace eco la Wikipedia, que acabó su vida diciendo: “Si la comedia os ha gustado, concededle vuestro aplauso y, todos a una, despedidnos con alegría.”  Sin embargo, Suetonio nos cuenta que murió después de decir eso, en los brazos de Livia, exclamando: “¡Livia, conserva mientras vivas el recuerdo de nuestra unión! Adiós”.  Esas habrían sido realmente sus últimas palabras.
            Los franceses del XVII y XVIII, que tanto valoraron, como vimos, la improvisación ingeniosa, han dejado famosas despedidas. Ya mencioné la de Fontenelle, quien dijo que sentía “una cierta dificultad de ser”. Añadamos la de Saint-Gelais, que, tras escuchar las discusiones de los médicos que tenía junto a su lecho sobre su enfermedad y tratamiento, se volvió hacia la pared y dijo: “Señores, voy a poneros de acuerdo”. Algunos llevaron su pasión hasta el final. Paul Hazard, en un libro clásico sobre la Ilustración, nos cuenta que el señor de Lagny, moribundo, no respondía a las tiernas cosas que le decían. Llegó entonces el señor de Maupertuis e intentó hacerle hablar. “Señor de Lagny —le dijo—, ¿el cuadrado de doce?” “Ciento cuarenta y cuatro”, respondió el enfermo, con las que fueron sus últimas palabras. Carême, famoso cocinero francés alabado por Talleyrand, murió en 1833 diciéndole a un amigo: “Tus albondiguillas estaban excelentemente preparadas, pero mal sazonadas. Tampoco la salsa bien ligada. Mira, la próxima vez deberías…”, y al querer demostrarle con las manos el movimiento que debía imprimir al cazo, no pudo terminar.
            Es difícil comprobar la veracidad de estas postreras frases, pero al menos deberían citarse recurriendo a fuentes de cierta solvencia. Entre ellas no cuento ciertas páginas de internet ni los sobrecillos de azúcar, que nos ofrecen descontroladas sentencias atribuidas a nombres que evocan sabiduría, como Aristóteles, Nietzsche o Einstein. Las que aquí estampo, sin poner por ellas la mano en el fuego, tienen una tradición, si no contrastada, al menos seria. Es de suponer que las personas que eran ya reconocidas en su tiempo, tuvieran a su alrededor testigos deseosos de apuntar sus últimas palabras. Las más famosas de todos los tiempos son las de Goethe, quizá por el abanico de interpretaciones que abre. Nos las transmite su médico, que no estaba presente: “Luz, más luz”. Tampoco lo estaba Platón cuando, según él mismo nos cuenta, su maestro Sócrates pronunció, antes de que la cicuta acabara con su vida: “Critón, le debemos un gallo a Asclepio. Así que págaselo y no lo descuides”. Asclepio es el dios de la salud, el médico por excelencia. ¿Le debía un gallo Sócrates a causa de un voto que hiciera en una ocasión que desconocemos? ¿O se trata más bien, como se ha apuntado, de una alusión irónica a que la muerte cura todos los males humanos? Es curioso que Platón no se hallaba presente porque estaba… enfermo.
            Y ya que estamos con filósofos, mencionaremos a Wittgenstein, cuyas últimas palabras, dirigidas a Mrs. Bevan, quien le había dicho que sus amigos más íntimos de Inglaterra llegarían al día siguiente, fueron: “Dígales que mi vida fue maravillosa”.
            En cuanto a Unamuno, murió con dos de sus ideas favoritas en los labios, Dios  y España. “¡Dios no puede volverle la espalda a España! ¡España se salvará porque tiene que salvarse!”, fue lo último que dijo.

Juan Fernando Valenzuela Magaña

En el periódico puede leerse aquí.

           
           




           
           


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