Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 12 de febrero de 2019
IMPOSTORES
Por
muy satisfechos que estemos de nuestra vida, siempre fantaseamos con las que
hemos dejado de vivir. Elegir es siempre renunciar, y lo real está hecho a base
de descartar posibilidades que ya nunca serán. A veces incluso imaginamos vidas
imposibles, trayectorias vitales que, por el lugar o el momento en que nacimos,
nos estaban vedadas. ¿Cómo sería mi vida si hubiera acontecido en el siglo
XVIII en París? ¿O si fuera el príncipe heredero de Noruega? Tal vez esto explique por qué nos fascinan los
impostores. Ellos saltan esos límites y viven una vida que no es la suya. Por
supuesto, los hay de todo tipo. Quien falsifica un título universitario no está
burlando límite alguno, sino ahorrándose un esfuerzo que desdeña hacer. Son
impostores de poca monta. Me gustaría ilustrar mediante dos ejemplos impostores
más interesantes.
Un
día de octubre de 1748 atracó en Sevilla una lujosa embarcación en cuyas velas
estaban bordadas las armas de Módena. Los extranjeros, brillantemente
ataviados, se alojaron en la posada de la Reina. Poco después se supo que se
trataba del Príncipe heredero de los estados de Módena y su séquito, entre los
cuales estaba el Marqués de Ragni. Se le puso una guardia para custodiar su
casa y escoltar a su persona, y se fueron presentando el Asistente, el
Corregidor y demás personalidades. La ciudad le agasajó pública y privadamente,
pues además de las visitas oficiales en que se le recibía con pompa y boato,
los jóvenes de las principales familias le enseñaron las diversiones no siempre
honestas que la ciudad ofrecía. Mientras, en Madrid habían recibido los
despachos que desde Sevilla les remitieran informándoles de la visita y,
extrañados de no tener notificación alguna por parte de Módena de la visita de
su Príncipe, como era protocolario, se pusieron en contacto con el
representante español en aquella corte y se supo que todos los príncipes de
aquel Estado estaban en su país, lo que se transmitió rápidamente a Sevilla.
Detenido y encerrado en la Torre de Triana (la mayoría de su séquito había
actuado también engañada), él seguía declarándose Príncipe de Módena. Consiguió
escaparse (luego justificaría su huida diciendo que no se le trataba como
correspondía a su rango) y refugiarse en el convento de San Pablo, acogiéndose
al derecho de asilo, pero finalmente fue detenido y llevado a un oscuro
calabozo de la cárcel Real. Acabó condenado al presidio de Ceuta. ¿Quién era
realmente este impostor? El pintoresco personaje había servido a un noble
oficial de la Guardia de Corps de Luis XV y, tras robarle, consiguió huir a
Méjico, donde se hizo pasar por un comerciante, y luego recorrió otros países
de la América española como viajero distinguido. Cuando el dinero empezó a
faltarle, ideó la farsa principesca y se presentó en la isla de la Martinica,
donde fue agasajado por el gran Almirante de Francia y donde fácilmente obtenía
dinero de comerciantes y banqueros. Su fino instinto le advirtió de que era
llegado el momento de levantar el vuelo y fue así como apareció en Sevilla,
donde a lo largo de cinco meses mantuvo en vilo a sus habitantes, y de la cual
el Asistente y el Corregidor, deseosos de echar tierra sobre un asunto en el
que habían pecado de cándidos, ordenaron que saliera de noche, encerrado en una
calesa para mayor seguridad.
Pasemos
al otro caso. El Almirante del Dreadnought, orgullo de la marina británica a
principios del siglo pasado, recibió con todos los honores al emperador de
Abisinia. Dado que había avisado con poca antelación, no se pudo encontrar una
bandera de ese país, y se izó la de Zanzíbar. Pero eso no pareció molestar a su
Majestad y su séquito, que visitaron el barco y condecieron honores militares
de su país a algunos oficiales. Poco tiempo después, un periódico publicaba que
la delegación imperial era un realidad un grupo de amigos ingleses tiznados y
con barbas postizas. Entre ellos estaba Virginia Stephen (futura Virginia
Woolf) y el famoso bromista Horace de Vere Cole. Al conocer la noticia, el
Almirante debió sentirse como el Asistente y el Corregidor sevillanos.
Juan Fernando Valenzuela Magaña
Aquí puede leerse en la versión digital del periódico, con el modificado título (ignoro por qué) de "Los impostores".
No hay comentarios:
Publicar un comentario