Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 27 de enero de 2025.
CABALLOS (II)
A los caballos que vimos hace dos
meses me gustaría añadir dos o tres más. Comencemos con Hans, apodado “el listo”,
que tan famoso fuera a principios del siglo pasado. Es cierto que podría
preguntarle al chat GPT sobre este équido que conocí hace muchos años a través
de un documental, pero sus respuestas me resultan frías. Por eso me gusta más acudir
a otro recurso, también facilitado por internet, que es la hemeroteca. Leer la
prensa de otra época es respirar su atmósfera. Uno se siente en pantuflas
sentado cómodamente en un sillón junto a la chimenea y pasando las páginas de
un periódico al que se encuentra suscrito, mientras de detrás de la ventana
llega, amortiguado, el sonido de la calle: el ladrido de un perro, las voces
del lechero, los juegos de unos niños.
El caballo Hans había sido enseñado
por su dueño, el barón von Osten, que además de barón era maestro, a leer y a
hacer operaciones matemáticas. Uno podía encontrarse en el humilde lugar en que
hacía sus exhibiciones a embajadores, oficiales del ejército alemán uniformados,
señoras de la nobleza del imperio o científicos. Situémonos allí entre ellos. El
animal expresa los números golpeando el suelo con una de las manos tantas veces
como unidades quiera indicar. Una inclinación de la cabeza a la derecha es sí, y a la izquierda no. Veamos qué pasa. A la pregunta del
barón “¿Cuál es el día del cumpleaños del Kaiser?”, Hans responde con 27
golpes. A la pregunta “¿De qué mes?”, con uno. Dado que se trata del 27 de
enero, es recompensado con zanahorias. “¿Cuánto hay que añadir a veintitrés
para llegar a veintisiete?”, continúa el barón, y el caballo da cuatro golpes
sin dudar. La polémica sobre si se trataba o no de un fraude llevó a nombrar
una comisión integrada entre otros por el director del circo imperial, el
inspector de escuelas o el director del Jardín Zoológico de Berlín, que pareció
dar la razón al barón. Posteriormente hubo otra evaluación a cargo del profesor
Stumpf. Este se dio cuenta de que el caballo se equivocaba si se le colocaban
cubre-ojos de manera que no pudiese ver a las personas presentes. La conclusión
fue que el animal observaba los ligeros e inconscientes movimientos del cuerpo
de quien le preguntaba y los interpretaba como signos. El motivo último eran
las zanahorias y nabos que constituían la recompensa. Puro condicionamiento
operante, diría un psicólogo. Pero ¿no deja de ser maravillosa la capacidad de
observación de Hans?
Cambiemos de caballo y de fuentes. De
la prensa de hace un siglo pasemos a dos textos clásicos. En el libro II de la Eneida, Virgilio nos cuenta la historia
del caballo de Troya, artilugio a través del que varios soldados griegos
consiguieron introducirse en la ciudad fortificada y abrir luego sus puertas a los
camaradas, provocando la caída de Troya. Pero fijémonos en el griego traidor que
mediante un ardid ha engañado a los troyanos, quienes lo acogen permitiendo que
luego facilite la salida de los escondidos en el interior del ingenio. Su
nombre es Sinón. Acabo de encontrármelo en el Infierno de Dante, en el VIII Círculo, en el apartado de los
falsarios y dentro de él en el de los embusteros. Precisamente es Virgilio el
guía de Dante en este lugar alucinante que tan bien refleja una película de
1911 accesible en internet. En el mismo canto (el XXX) en que se halla Sinón,
aparece un florentino que está en otra sección de los falsarios: la de los
suplantadores de personas (en el infierno, locos furiosos, de acuerdo con una
cierta relación entre pecado y castigo). Este hombre se puso de acuerdo con el
sobrino de Buoso Donati para hacerse pasar por el tío moribundo y otorgar así testamento
a favor del sobrino y de sí mismo. ¿Por qué lo traigo a colación? Porque el
motivo último de tal engaño era… hacerse con una bellísima yegua.
Juan Fernando
Valenzuela Magaña
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