Publicado en la revista de San Juan de 2023.
EDUARDO SÁNCHEZ GARRIDO
Qué raro haber nacido en Navas de San Juan a
final de 1841 y haber ido a Madrid en 1859 a estudiar Derecho y Ciencias, haber
asistido a la celebración en febrero de 1860 de la toma de Tetuán, haber visto
las obras en la Puerta del Sol y el chorro de la fuente de 30 metros de altura
(“¡Oh maravilla de la civilización, que pone los ríos de pie!”, cantó Manuel
Fernández y González), haberse cruzado por la calle con Mesonero Romanos, con
los hermanos Bécquer y con Galdós, haber leído El Nene, La Iberia, La Discusión, haber visto el paso de la
chistera al bombín y el refinamiento de los cafés, haber presenciado las
acrobacias de Bondin en el estanque de El Retiro, y la ascensión del globo de
Madame Poitevin (que acabaría cayendo en Chamberí), haber asistido a la
peligrosa serenata en apoyo del destituido rector de la Universidad Central la
noche de San Daniel del año 65, haber viajado en tren desde Alcázar de San Juan
(la novedad del ferrocarril) hasta Madrid, haber acabado Derecho en el 67 y matricularse
de Teología el curso siguiente. Qué raro llamarse Eduardo Sánchez Garrido,
tener tres hermanas y dos hermanos, ser hijo de Luis Sánchez de Torres (secretario
del Ayuntamiento y juez municipal en Navas de San Juan) y de María Antonia Garrido
y ser nombrado en enero de 1869 fiscal en la Carolina y cesado en octubre del
mismo año, sin duda por lo ocurrido allí ese mes en el contexto del
levantamiento de los republicanos federales (el convulso siglo XIX español) y
que habría de llevarle a la cárcel de Jaén, donde se encontraba en abril del 70
cuando lo hicieron presidente honorario del Club
republicano de Navas de San Juan, poco antes de ser indultado.
Qué raro que pasen las estaciones y los
decenios y cambiemos dos veces de siglo y en un mundo entonces solo anticipado
por Julio Verne alguien del mismo pueblo pueda ver en una pantalla estos retazos
de la vida de Eduardo y evoque con tanta nitidez como si hubiera estado allí,
como si lo recordara, el sonido seco de los pasos del sereno Manuel de Raya por
la calle de Lorite, el dulce sabor de los mojicones y las jícaras de chocolate
en doña Mariquita (calle de Alcalá), el denso olor a aceite en el frío invierno
navero, la aspereza sonora del papel de periódico y la dureza fría del mármol
de las mesas del Café Imperial en la Puerta del Sol (aquel Madrid de tertulias
y política), las frágiles nubes rosáceas de los lentos atardeceres de hace 160
años..
Juan Fernando
Valenzuela Magaña
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