lunes, 10 de mayo de 2021

Tunear a Kant

 Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 1 de febrero de 2021.


TUNEAR A KANT

           

Como esta pandemia y las medidas para combartirla ponen de manifiesto, nos acostumbramos con facilidad a algo (al menos a su existencia) con tal de que sea real. Nada nos parece descabellado si vemos que existe. Podremos considerarlo inesperado, imprevisible, inédito, pero no ilusorio, salvo en contados estados de ánimo que, por otra parte, pueden darse sin necesidad de que ocurra nada extraordinario (son esos momentos metafísicos en que uno se queda mirando un entorno que se cubre de una pátina de irrealidad). El mundo en el que desde hace años vivimos es, por supuesto, muy distinto a aquel en el que la gente de mi generación (nacidos en torno al 70), y no digamos la de nuestros padres, crecimos. Aunque hay un salto notable entre estas dos últimas, considero que lo hay de más enjundia entre mi generación y la siguiente. Un amigo lo expresaba diciendo que nosotros somos del siglo XX. Los de después ya no lo son.

Nos hemos acostumbrado, pues, a este nuevo mundo como a todo lo que es real. Pero eso no impide que nos llamen la atención ciertos elementos de él por la diferencia que introducen. Quiero referirme aquí a uno de ellos, que tiene que ver con la educación en particular o el conocimiento en general.

Hace ya su buen puñado de años, en el contexto de una conversación sobre la enseñanza de la filosofía, alguien dijo que “había que tunear a Kant”. Con esa expresión quería decir que había que explicar al filósofo alemán de un modo distinto, adecuado a los nuevos tiempos. Desde entonces he visto la aplicación de este principio a otros campos, como la música o la arquitectura. ¿En qué consiste este fenómeno? Téngase en cuenta que no hablo de un menor conocimiento por parte de quienes tunean una u otra disciplina. No se trata de esa queja repetida de que “se ha bajado el nivel” y por tanto los que explican al modo nuevo suplen su ignorancia con manejo de las nuevas tecnologías. Se trata más bien de que el acercamiento al saber ha cambiado de actitud. Ha desaparecido una cierta reserva, un punto de contención, una distancia autoimpuesta respecto al objeto del conocimiento. Por supuesto, antes se bromeaba con él, pero esos chistes parecían la vía de escape a la seriedad que el trato con la disciplina imponía al estudiante y al profesor. Hoy, en los casos señalados, la broma es el mismo medio en el que se imparten las clases, que ahora son vídeos de internet de youtubers, insisto, formados. No me atrevo a decir que han perdido el respeto por la materia que comunican, tampoco creo que les falte curiosidad, asombro o pasión. Es el modo, la estructura, la forma que usan, lo llamativo. Pueden estar explicando (con el rostro en primerísimo plano, una peluca carnavalera) la duda metódica, decir continuamente “What a fuck?!” con gestos de fingida alarma y poner el retrato de Descartes, también tuneado, con bigote y gafas y debajo la leyenda “El puto amo”. Ni el profesor más guasón de nuestro instituto se hubiera atrevido a la mitad de eso. La pregunta es: ¿hay algo que estamos perdiendo cuando se explican así las cosas, algo que afecte a las cosas mismas? Al fin y al cabo, cada época ha tenido su modo de interpretar y asimilar la tradición. Y es esta la forma acorde con la personalidad del hombre de hoy: desenfadado, sin reserva, alejado de corsés y academicismos, presto a bajar del pedestal cualquier encumbrado autor o idea. Algo sano hay en esta actitud, algo ligero, desmitificador, pero ¿puede dejar de afectar la forma al fondo? ¿No se presentan ideas y sistemas como si fueran banales ocurrencias, sin que se entrevea la hondura que hay detrás y hacia la que habría que apuntar en una exposición divulgativa? ¿No se ha recurrido a la tradición para desactivar precisamente su sentido de continuidad? ¿No se ha roto con ella imponiendo anacrónicamente esquemas de la actualidad a problemas que se dieron en un contexto cultural muy diferente? Confieso mi perplejidad ante este asunto, aunque no olvido que la interpretación se hace desde mi presente, sí, pero buscando al mismo tiempo entender al otro.

JUAN FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA




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