Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 19 de noviembre de 2018
PSEUDOCIENCIAS
Algunos
rasgos propios de nuestra época (la velocidad con que cambia el mundo que nos
rodea, la interdependencia de los países, las posibilidades que la tecnología
abre) hacen de nuestro tiempo un tiempo complejo. El pensamiento que busque
orientarse en él deberá hacerse cargo de esa complejidad. Lo contrario de lo
complejo no es lo sencillo, sino lo simple. Simplicidad es creer que las cosas
no tienen mezcla, que son puras, o que los valores nunca entran en conflicto y,
si se elige uno, no se tiene que sacrificar al menos algo de otro. Sin embargo,
esa rapidez que hace de este mundo un mundo más complejo, es la que hace del pensamiento
algo más simple. Los mensajes de la política prescinden de los matices y son
trazados con la brocha gorda con que se pintan los eslóganes, la música se
reduce a una percusión primitiva o en el idioma agoniza una miríada de palabras
por falta de uso.
Ese
contraste entre complejidad y simpleza lo vemos como en un espejo al asomarnos
a internet y las redes sociales. Asombra que una tecnología tan sofisticada
como la nuestra soporte tal cantidad de contenidos estultos. Tal cosa recuerda
los análisis de Ortega en La rebelión de
las masas hace ya casi un siglo. Entre esos contenidos necios están las
supercherías y los timos, que siempre han existido pero que creeríamos
erradicados para siempre en un tiempo en que la formación y la información están
a disposición de cualquiera como nunca en la historia.
De
entre esas supercherías, y debido a sus posibles nocivas consecuencias, han
saltado a la actualidad las pseudociencias. Conocida es la actitud beligerante
frente a ellas del ministro de Ciencia, Pedro Duque. Decidir qué es y qué no es
una ciencia es una cuestión teóricamente complicada, pero hay un consenso entre
científicos y filósofos de la ciencia al respecto, que la actitud del ministro
ejemplifica. Ahora bien, esa hostilidad
contra las pseudociencias no implica que uno sea cientificista, es decir, que
uno considere que el único conocimiento válido sea el científico. Confundir
ambas cosas es caer en el pensamiento simple aludido al principio. La ciencia
es un logro de nuestra tradición admirable por su búsqueda apasionada (pues la
ciencia no es nada fría como en ocasiones se piensa) de la verdad, por sus hallazgos
y por sus aplicaciones, pero no carece de límites ni de sombras (qué no los
tiene). Entre sus límites está el hecho de que la cuestión de qué hacer con la
ciencia (promover unas investigaciones y desechar otras, por ejemplo) no es
científica. Por no hablar de las decisiones que hay que tomar sobre los
acuciantes problemas de nuestro tiempo (desigualdad, inmigración), que no son
objeto de la ciencia. Esta puede aportar medios que permitan conseguir mejor
los fines que nos propongamos, pero tales fines no pueden ser establecidos
científicamente. Estas consideraciones no abren la puerta de las necias
supercherías, pero sí las de otras formas de saber diferentes a la ciencia. No
puedo explicitar aquí qué criterios son pertinentes para distinguir, fuera de
la ciencia, entre un saber y un puñado de sandeces. Tales criterios nos pueden
incluso dar la sorpresa de admitir aspectos de algunas pseudociencias como la
astrología o la fisiognómica. Por la primera se interesó una mente
brillantísima (y de formación científica) del siglo pasado como Ernst Jünger. La
segunda, la fisiognómica, parece haber tenido un renacimiento en los estudios
del psicólogo Paul Ekman, quien intenta leer en nuestro rostro las emociones
que sentimos. Pero nada tiene que ver esto, insisto, con las engañifas y la
charlatanería que asociaciones como la APETP (Asociación para Proteger a los Enfermos de la Terapias Pseudocientíficas) denuncian.
También el Psicoanálisis ha sido considerado una pseudociencia, y nadie
discutirá la penetración de Freud y su influencia en áreas que buscan la
comprensión del ser humano. Por cierto, ¿qué fue del Psicoanálisis?
Juan Fernando
Valenzuela Magaña
Bien visto, Juanfer.
ResponderEliminarEs la paradoja de una tecnología cada día más compleja que modela una sociedad cada vez más simplista, breve y sin matices. Charlando con un amigo siempre digo, parodiando un poco a El Roto: “Creíamos que la tecnología acabaría con la superstición y vemos que la tecnología se ha hecho supersticiosa”. Gracias a internet, la superchería se difunde más y mejor (flaco favor, en ese sentido, el que nos está haciendo).
Por otro lado, son muy ciertas las dudas que suscita la propia ciencia: para empezar, su propia esencia, su inevitable condición provisional, de irse corrigiendo a ella misma con los años, que puede dar a veces la sensación de que se equivoca mucho. Pero, sobre todo, el hecho de que no puede explicarlo todo: por ahí se cuelan, efectivamente, todas las pseudociencias, o la religión…
Lúcida reflexión sobre nuestro inquietante momento.
Un abrazo.