UN ARTÍCULO DE MIGUEL NIETO EN EL DÍA
A
principios del pasado siglo, Miguel Nieto intentaba abrirse camino en el mundo
literario madrileño. “Tú que no desconoces mis luchas literarias en este
Madrid, comprendes mejor que nadie el verdadero calvario que cuesta la
confirmación de un nombre en el mundo artístico”, le escribía a su hermano
Antonio en agosto de 1903. Unos meses después, aparece un artículo suyo en El Día, el primero que he localizado con
su firma en ese periódico. Se titula “Tiros al blanco” y analiza en él un
soneto de los Álvarez Quintero, que no salen bien parados. El 29 de febrero de
1904 descubrimos que el título no es de un artículo sino de una serie, pues
vuelve a titular así el que dedica a un joven Juan Ramón Jiménez, del que
sugiere que malemplea su talento en la escuela modernista, que Miguel Nieto
conoce, entre otras cosas, por la “pléyade interesante de jóvenes sensitivos”, “de rostro nenúfar aceitunado”, “de barbas hirsutas
y bigotes ralos, y de extraña y vetusta indumentaria” que se reúnen en el café
que él frecuenta.
El
resto de los artículos de El Día que
he podido encontrar tienen ya título específico, aunque algunos están dentro de
la categoría de “Crónica”, “Cuento” o “Impresiones de viaje”. Me voy a detener
en uno que, aunque no aparezca bajo el sello de “Cuento”, parece a todas luces
serlo. Apareció el sábado 12 de noviembre de 1904. Su título es “Sacrificio” y,
si no me equivoco, es una recreación de las fiestas de San Juan en las Navas del
último cuarto del siglo XIX, que le sirven de marco para una truculenta
historia de amor y muerte. Así comienza el cuento (respeto la ortografía
original):
La existencia monótona y patriarcal del pueblecito
andaluz donde pasé mi infancia, se alteraba pocas veces al año; pero entonces, la
vida despertaba pujante, y los gritos alegres y las canciones libres y las
músicas morunas resonaban en sus fiestas tradicionales, como si la alegría
hubiera dado impulso á aquellas naturalezas aplanadas por el trabajo.
A
la “difusa luz de la tarde, que terminaba”, tiene lugar el encierro de las
reses que al día siguiente se lidiarían “en la plaza grande”. La descripción
que hace del encierro tiene elementos interesantes:
vieron desfilar la
muchedumbre en frenética carrera, semejando legión de locos ó de condenados. La
gritería era enloquecedora: llantos de niños, chillidos de mujeres, voces de
hombres, carcajadas (…). La gente se parapetaba tras las esteras que obstruían
las callejas transversales, enmudeciendo al tomar sus posesiones. Hubo un momento
que el silencio fue general; pero cuando las reses traspasaron los primeros
callejones, los curiosos formaron su retaguardia, prosiguiendo de nuevo la
algarabía, hasta hacerse otra vez potente y atronadora.
Imagino
que así eran los encierros en nuestro pueblo hace más de un siglo, y así se esperaba
para la lidia:
La plaza grande del pueblo presentaba un aspecto
desusado al siguiente día. Próximos á las
paredes, veíanse toscos andamios
donde la gente aguardaba paciente el comienzo de la lidia; en los balcones, las
mozas con sus trajes humildes y abigarrados, eran la genuina representación de
la hermosura enérgica y poderosa del país de la luz y de la alegría; las
puertas hallábanse obstruídas con sencillas barreras hechas de pinos, y las
cuatro bocacalles con altos antepechos, sobre los cuales se habían construído espaciosos
tablados que amenazaban derrumbarse al peso de tantas personas que los
ocupaban; alrededor del pilar de la fuente, los mozos tomaron posiciones,
dispuestos á arrojarse al agua cuantas veces se vieran acosados, y por todos
los ámbitos de la plaza corrían y se atropellaban jóvenes y viejos, mujeres y
niños.
Las reses son capeadas y recobran su libertad, salvo una:
al dar muerte al
toro, único que se sacrificaba, á tiros, según costumbre inveterada, el
encargado de ello quedó inmóvil, juzgando certera su puntería, intervalo que aprovechó
la res para llegar á él, en las ansias de su agonía y cornearlo horriblemente.
La
historia, he advertido, era truculenta. A nosotros nos interesan aquí esos
aspectos que, el historiador dirá, se ajustan o no a la manera de desarrollarse
los encierros y lidias de aquellas lejanas fiestas de San Juan.
JUAN
FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA
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