EL
PAN DEL BANQUETE
Como Juan José y Estrellica querían saludar a los hermanos
Nieto, lo han dejado solo al cuidado del despacho de pan. La ausencia de
clientes en ese momento y la curiosidad de sus doce años lo llevan a entreabrir
la cortina y asomarse a la calle. Aunque todavía es pronto, algunos invitados
se dirigen ya a la cercana casa de don Abilio Sanz, en cuyo patio tendrá lugar
el banquete que homenajea a don Miguel y don Antonio, dos hermanos que vivieron
en el pueblo antes de que él naciera y de los que ha oído hablar mucho. Ambos
ganaron en 1911 las oposiciones al Cuerpo de Vigilancia, y el primero es una
pluma consagrada que dirige la parte literaria de Radio Barcelona. El mundo
está cambiando muy deprisa, aunque al pueblo sólo llegan los ecos de ese
adelanto. La radio es un invento que apenas lleva tres años funcionando en
España, y que permite oír la música o las palabras emitidas desde una estación
situada en Madrid o en Barcelona. Lindbergh acaba de ganar veinticinco mil
dólares por volar en su Spirit of St. Louis desde Nueva York a
las cercanías de París y se habla de un invento que permitiría ver lo que está
ocurriendo en un lugar distante, llamado televisión.
El alcalde y el prior pasan intercambiando impresiones:
―Sí, don Francisco, sí. El ayuntamiento quiere
colaborar con el proyecto de Alfonso XIII de la Ciudad Universitaria. Ya hemos
acordado encabezar una suscripción dando cincuenta pesetas.
―Lo sé, me lo dijo don Mateo. Él personalmente ha dado
100. En cuanto al banquete ―dice el prior tras una pausa ―, creo que
sería buena idea dedicarles una calle a los hermanos Nieto, como se ha hecho
con Ramón y Cajal. Podría ser la misma donde vivieron.
―Me parece bien. Y también que los nombráramos hijos
adoptivos.
Se ha sentado en una silla tras la cortina. El cansancio se echa sobre él de
repente, como una ola formada a sus espaldas desde que se levantara de noche
para ayudar a hacer pan en una jornada especial debido al banquete-homenaje a
los hermanos Nieto. En duermevela, le llegan desde la calle jirones de
conversaciones de gente que pasa.
―Cuando don Miguel se fue a Madrid a hacerse un nombre literario, fue cronista
del periódico El Día. Guardo algunos recortes de sus crónicas y
cuentos: Lance de amor, Sacrificio, donde recrea las
fiestas de San Juan…
―Yo tengo un ejemplar de su Historia del pueblo.
―Lo escribió en esa época, sí. Siempre ha amado las Navas. En ese periódico que
te digo publicó un artículo titulado Navidad donde evoca la
iglesia y las calles nevadas…
―También hizo a la Prensa un llamamiento para que ayudaran a los huérfanos del
capitán Bonet…
―Hola, don Miguel. Hablábamos de su etapa en El Día y acabo de
recordar que ocurrió algo con un cuento suyo que presentó a un concurso… ¿no?
―¡Ah, los sinsabores del mundillo literario…! Hace tanto de eso… Lo que pasó
fue que presenté un cuento a un premio literario convocado por otro
periódico, El Liberal. El cuento se titulaba La canción del
poeta, y no estaba del todo mal. Salió publicado en El Día,
junto al acta del duelo de don Rodrigo Soriano con, ¿adivinan?, el mismísimo
don Miguel Primo de Rivera, lo que son las cosas. Pero el jurado, en el que
recuerdo que figuraba Blasco Ibáñez, era insuficiente para el número de
trabajos presentados (más de novecientos). Sospecho que no llegaron a leerse ni
mi cuento ni el de otros escritores como Manuel Lagos o Jorge Sanz. Sí el de
Valle-Inclán, que fue premiado. Por eso unos cuantos publicamos un libro con
nuestros textos… ―hay un silencio dubitativo, que don Miguel resuelve
añadiendo―: que fue, por cierto, muy criticado por un tal Andrés
González-Blanco, que nos llamó autorzuelos. Ya digo, el mundillo
literario de entonces y de siempre… Pero debo dejarlos, ahora nos vemos en la
comida.
―Si hubiera sido un autorzuelo ―continúa
una de las voces mientras se oyen alejándose los pasos apresurados de don
Miguel― no hubiera luego escrito aquel entremés tan sabroso con José Aguado
titulado Al aire libre, y que estrenó en el Teatro Tívoli de
Barcelona.
―O el sainete Los castizos.
―Sabe mucho de teatro. Este año ha hablado en la radio
de los hermanos Quintero y de Benavente.
―Algo le habrán influido aquellas gloriosas veladas
teatrales que hacíamos de jóvenes.
Entra Juan José a la panadería y el muchacho, quitándose delantal y gorra, se
despide de él y se marcha trotando a su casa. Al pasar junto a la fuente de la
Plaza de la Constitución, ante el ayuntamiento en obras, se encuentra con la
figura enjuta de don Miguel, esta vez acompañado de su hermano, de Enrique
García el de la tienda, de Luis Rojas y del prior.
―Sí ―va diciendo―, pertenezco al Comité artístico de
emisiones, que preside Luis Soler. Se creó cuando la estación se trasladó el
año pasado al Tibidabo. La radiotelefonía es una especie de universidad
popular, pero interesa también al docto. Manuel Machado cantó sus versos en
Radio Ibérica. En “Nuestros grandes poetas”, he hablado de Gabriel y Galán, de
Bernardo López García, de Núñez de Arce, de Espronceda. Vicente Rafart recitaba
sus poemas. En Radio Barcelona retransmitimos la ópera Carmen entera,
con Fleta y Giuseppina Zinetti, así que ya veis lo que el invento da de sí.
―Parece que el teatro de los hermanos Quintero gusta
mucho ― interviene el prior.
―Así es ―contesta don Miguel―, tiene mucha presencia
en nuestra programación. ¿Y qué me dices de lo estupenda que es la
radiotelefonía para los pequeños? Nosotros tenemos a Toresky, que
se ha inventado un personaje llamado Miliu, que hace las delicias
de los niños catalanes. Hace dos años dio la campanada con un concurso en el
que leía dos partes de un cuento y los niños tenían que adivinar la tercera. El
que más se acercara a la ideada por el autor, obtenía un juguete valorado en 25
pesetas. No es sólo él, tenemos mucha gente buena: la señorita Salús, la actriz
Rosa Cotó, el actor Miret…
―Y los speakers… ―dice el prior acentuando
con sorna el barbarismo―.
―Sí, la Academia de la Lengua quiere sustituir esa
palabra por locutor, pero modestamente creo que se equivoca.
El speaker sólo anuncia a los que intervienen en los programas
radiofónicos, habla sólo lo necesario, y no es esa la idea que transmite el
vocablo locutor.
― Se ha propuesto también hablador ―tira
de la lengua el prior.
―Así se llamaba a los que explicaban las escenas en los
comienzos de la cinematografía. Pero no, esta palabra tampoco define lo que
hace el radio-anunciador. ¿Se le ocurre a usted alguna, don Francisco?
―Pues yo propondría relator, del latín relator.
Tiene dos significados, uno de ellos “que relata o refiere alguna cosa”, y
pienso que se le podría añadir el de este radio-anunciador del que hablamos.
―¿Verá usted a mi hermano Juan de Dios?
―cambia de tema Luis.
―Sí, será quien lea en la radio mi cuento Alma
andaluza. Pero ya le avisaré, antes he de terminar un drama en el que
adapto la novela Carmen, para un radioteatro.
Y el muchacho encamina sus pasos a la calle del Risquillo, donde lo espera la
comida.
Pese al calor de la siesta, el muchacho ha salido a la calle y sus pasos
curiosos lo han llevado a la puerta entreabierta de la casa de don Abilio. Se
asoma con prudencia. Del patio llega una voz que recita:
Su recuerdo me alienta cuando desmayo;
para mis
cobardías es sol de Mayo
El muchacho se ha asustado al notar a sus espaldas a un hombre que le pide
permiso para entrar. Es el fotógrafo, que pasa con sus aparejos y grita un
inútil se puede ahogado por los aplausos que vienen del patio.
Gracias a él, esos hombres nos miran detenidos en un instante de julio de 1927.
Pero sus vidas continuaron en años inciertos. Miguel Nieto siguió participando
en la radio barcelonesa. Debió de sentirse muy orgulloso cuando poco después
les dedicaron una calle en el pueblo a los dos hermanos. En octubre de 1932
marchó a Zamora para tomar posesión del cargo de Inspector de Vigilancia de esa
capital, lo que le obligó a dejar su puesto de director literario de Radio
Barcelona. Pero el 23 de noviembre fue trasladado de nuevo a la capital
catalana. La última referencia que he encontrado de su trabajo en la radio es
de 1934, como director de un sainete radiado de Arniches titulado El
último mono en el que intervenía Rosa Cotó y Carmen Illescas. Se
jubiló en 1939 como inspector del Cuerpo de Investigación y Vigilancia. En
febrero del 46 estrenó en el Teatro Victoria un sainete titulado Manolo
Gracia, con música de Luis Gimeno. Lo último que sé de él es dudoso: en un
artículo especializado alguien sospecha que estaba detrás del seudónimo Tirso,
con que se hacía una crítica de la representación en Oviedo de una obra de Ruiz
Iriarte en julio del 48.
El proyecto de la Ciudad Universitaria continuaría en tiempos de la República,
y gracias a un joven arquitecto y un filósofo jienense, García Morente, se
inauguraría una moderna y legendaria Facultad de Filosofía y Letras en la que
estudió uno de los niños asistentes al banquete.
Y en cuanto al muchacho curioso de la panadería, tendría tres hijos después de
la guerra, y uno de sus nietos, casi noventa años después, imaginaría en Lucena
aquel jueves de julio de 1927.
Juan
Fernando Valenzuela Magaña
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