BLANCO
ROTO
LAS PRIMERAS VECES
Del mismo modo que terminamos por no percibir un olor instantes después de estar en relación con su fuente, tras un tiempo viviendo una novedad, esta deja de serlo y nos parece que lleva toda la vida con nosotros. Este fenómeno tiene dos aspectos: el positivo es que sirve a nuestra capacidad de adaptación, que a la vez permite al hombre seguir buscando otras novedades; el negativo es que vuelve rutinario lo que nos rodea, de modo que terminamos por dejar de percibirlo. El mundo se vuelve pétreo con demasiada facilidad, y es necesario el zarandeo de un acontecimiento imprevisto y rotundo (el amor, la muerte) para que se licúe y volvamos a sentir el misterio de la existencia. De ahí que el novelista Milan Kundera insista en la conveniencia de prestar oído a la aparición de ciertos fenómenos humanos que hoy nos resultan normales. Pensemos qué sintieron los primeros habitantes de ciudades como París o Londres en el momento en que empezaron a ser el lugar de la multitud, en el siglo XIX. O los hombres que veían sus rostros fielmente reproducidos en un daguerrotipo o escuchaban sus voces en el fonógrafo de Edison. O quienes comprendieron que los ruidos de motos y coches constituirían la banda sonora de nuestras calles. Iba a decir que a los lectores que vivieron una infancia sin televisión, o a los que vivimos una infancia y una adolescencia sin internet, nada nos cuesta imaginarlo, pero lo cierto es lo contrario: pese a haber tenido la experiencia del cambio del mundo, nuestra capacidad de absorber la novedad es tal que tenemos la sensación de que esas cosas (la televisión, internet) siempre han estado con nosotros. También a dar clase nos hemos acostumbrado los profesores, pero septiembre es el mes del recomienzo en el que nos es dado volver a la fuente y vivir por primera vez lo que ya hemos vivido muchas veces.
Del mismo modo que terminamos por no percibir un olor instantes después de estar en relación con su fuente, tras un tiempo viviendo una novedad, esta deja de serlo y nos parece que lleva toda la vida con nosotros. Este fenómeno tiene dos aspectos: el positivo es que sirve a nuestra capacidad de adaptación, que a la vez permite al hombre seguir buscando otras novedades; el negativo es que vuelve rutinario lo que nos rodea, de modo que terminamos por dejar de percibirlo. El mundo se vuelve pétreo con demasiada facilidad, y es necesario el zarandeo de un acontecimiento imprevisto y rotundo (el amor, la muerte) para que se licúe y volvamos a sentir el misterio de la existencia. De ahí que el novelista Milan Kundera insista en la conveniencia de prestar oído a la aparición de ciertos fenómenos humanos que hoy nos resultan normales. Pensemos qué sintieron los primeros habitantes de ciudades como París o Londres en el momento en que empezaron a ser el lugar de la multitud, en el siglo XIX. O los hombres que veían sus rostros fielmente reproducidos en un daguerrotipo o escuchaban sus voces en el fonógrafo de Edison. O quienes comprendieron que los ruidos de motos y coches constituirían la banda sonora de nuestras calles. Iba a decir que a los lectores que vivieron una infancia sin televisión, o a los que vivimos una infancia y una adolescencia sin internet, nada nos cuesta imaginarlo, pero lo cierto es lo contrario: pese a haber tenido la experiencia del cambio del mundo, nuestra capacidad de absorber la novedad es tal que tenemos la sensación de que esas cosas (la televisión, internet) siempre han estado con nosotros. También a dar clase nos hemos acostumbrado los profesores, pero septiembre es el mes del recomienzo en el que nos es dado volver a la fuente y vivir por primera vez lo que ya hemos vivido muchas veces.
JUAN
FERNANDO VALENZUELA MAGAÑA
Aparecido en Diario Jaén el martes 17 de septiembre de 2013
"El mundo se vuelve pétreo con demasiada facilidad, y es necesario el zarandeo de un acontecimiento imprevisto y rotundo (el amor, la muerte) para que se licúe y volvamos a sentir el misterio de la existencia".
ResponderEliminar¡Preciosa forma de decirlo!
Uno de los árticulos que más me han gustado.
Gracias, Juanfer.
Cuántas guerras, cuántos nacionalismos, cuánta estupidez se podría ahorrar nuestra indigente especie si de vez en cuando sintiéramos el misterio de la existencia, el vértigo de la amplitud del cosmos, la cruel fugacidad de cada cruel, si fuéramos humnildes ante la inmensidad...
ResponderEliminarVaya, yo pensaba que no era de los más logrados. Incluso pensaba que el final me había salido un tanto ñoño (la palabra "ñoño" es ya ñoña, como la palabra "jugoso" rezuma zumo).
ResponderEliminarGracias por leerme con tanta atención.