Artículo aparecido en el Jaén el lunes, 16 de junio de 2025.
EL JUGO DE UNA ANÉCDOTA
Ocurrió
en el estreno de la primera obra de teatro del dramaturgo Bernstein. La actriz
principal estaba charlando con un amigo en el escenario antes de comenzar la
función cuando, por un descuido del operario, se levantó el telón sin que nadie
lo hubiera ordenado. La actriz se quedó confundida, pero el amigo supo salir
del paso actuando como si fuera un personaje de la comedia. “Adiós, señora.
Volveré el miércoles para llevarme el reloj”, dijo, y salió de escena, con lo
que dio unos segundos para que la actriz se repusiese y comenzara la verdadera
obra. El público no notó nada, pero un crítico dijo en su crónica al día siguiente:
“No
comprendo por qué al principio del drama aparece un hombre que dice va a
llevarse un reloj. En toda la obra no vuelve a aparecer, ni se habla en ella
del reloj. ¿Cuándo comprenderán los autores que hay papeles inútiles?” Cuando
el crítico volvió a ver la obra, el hombre del reloj no apareció por ninguna
parte. Así que escribió satisfecho: “Bernstein ha tenido en cuenta mi observación,
y ha suprimido el personaje inútil que iba a llevarse un reloj”.
Las
anécdotas, como los chistes, hacen guiños sugerentes que solo recogen los que
se sienten concernidos por ellas. Unos elegirían unas, otros otras. Si esta,
leída en la prensa de hace un siglo, me ha llamado a mí la atención quizá sea
por algunos elementos que contienen y a los que soy afín. En primer lugar, el
teatro. No me refiero tanto al teatro como género literario, sino al hecho de
que exista un espacio de ficción delimitado en el que personas como nosotros
están representando, durante un corto tiempo, un papel en una historia. Y a la
idea, tan barroca, del mundo como teatro. Pitágoras comparó la vida humana con
un festival (nada cuesta trasponerlo al teatro), en el que unos compiten, otros
compran y venden en las gradas, y otros contemplan el espectáculo. Los actores
solo pueden actuar a cambio de no ver el todo, que requiere la distancia del
espectador, que a su vez renuncia a la acción. Esos talantes que miran el mundo
en vez de participar en él, a fuerza de mirar, acaban viéndose desde fuera si
alguna vez están en situación de actuar. Les cuesta tanto ser espontáneos. Su
desdoblamiento llega a darse aun cuando están siendo espectadores, se miran a
sí mismos cómo miran a los demás. Me acuerdo también de esa anécdota inventada
por Kierkegaard, en la que un payaso anuncia que el teatro está ardiendo y el
público ríe y ríe, creyendo que se trata de una gracia. Así, dice el filósofo
danés, perecerá el mundo. Hace tiempo que le doy vueltas a la relación entre el
teatro y la narrativa policiaca, donde no es raro encontrar funciones teatrales
en el núcleo de la trama.
Otro
elemento en la anécdota de Bernstein que hace que me interpele es la
improvisación del amigo de la actriz. Mientras ella se queda momentáneamente
bloqueada, él sale gallardamente del paso. Los adscritos a l´esprit de l´escalier, es decir, los que encontramos una respuesta
ingeniosa cuando ya es tarde para emitirla, admiramos por contraste ese ingenio
pronto a la réplica.
Pero hay más. El objeto que ese amigo
nombra en su avispada salida no es un objeto cualquiera. Es un reloj. Un objeto
cotidiano que mide algo tan tremendo como el tiempo. Uno lo asocia a las
vanitas barrocas donde está tan presente, o a las leyendas famosas en ellos,
como Tempus fugit o Vulnerant omnes, ultima necat (Todas hieren, la última mata, referido a
las horas).
Todavía hay un último aspecto que me hace
interesante la anécdota. Se trata del error en el que incurre el crítico al
interpretar como una debilidad de la obra lo que es una improvisación
apresurada y al pensar que el autor ha tenido en cuenta su apunte. El crítico
saca una satisfacción verdadera de una mala interpretación de las cosas. Como
si alguien se enamorara de un interlocutor por internet que mintiera en cuanto
a su edad y su aspecto y su trabajo. Me llama la atención que algo irreal
produzca un sentimiento real. ¿Qué ocurre en esos casos?
Juan Fernando Valenzuela Magaña